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lunes, 20 de agosto de 2012

¿Puede la izquierda gobernar España hoy (mañana)?


1. La oportunidad y la responsabilidad: Pasito a pasito, seguimos aproximándonos (¿pero no estamos ya, de hecho, en el borde?) al momento decisivo, desde el punto de vista político, en el que el sistema político español pondrá de manifiesto, a través de su quiebra financiera, a toda la ciudadanía -también a l@s votantes de derecha y de centro, l@s que votan de forma habitual a los partidos del régimen- su incapacidad para garantizar las expectativas que habían sido creadas: bienestar y crecimiento económico (aun si era a costa de la injusticia social -precariedad, desigualdad, explotación de la población inmigrante, desposesión de los pueblos del Sur- y de la irracionalidad medioambiental). La espiral de recesión, la eliminación de derechos y de bienestar y la supeditación al Diktat procedente de la Unión Europea y de los países del Norte de Europa parecen, hoy por hoy, una espiral sin un término previsible, por lo que acabará por hacer evidente la situación aun a los más ingenu@s u obtus@s de l@s elector@s.

Tod@s, en las izquierdas, sabemos que ese momento va a llegar, más pronto que tarde. Somos conscientes, igualmente, de que, además del sufrimiento que conllevará, también constituye una ventana de oportunidad, para cambiar de sistema, pues el shock no funciona únicamente -aunque también- en un sentido conservador, a causa del miedo, sino que, cuando se produce una gran decepción colectiva, también es el momento en el que existen unos oídos más abiertos para posibles alternativas, más esperanzadoras.

Lo sabemos. Hemos difundido, estamos difundiendo el mensaje: la explicación de que "la crisis es una estafa"; de que es el sistema político, sus partidos "de gobierno", sus líderes, en connivencia con el gran capital español (y europeo), los responsables de lo que ocurre; y de que sólo con una transformación de dicho sistema, y de su bloque hegemónico, y de sus complicidades, prácticas y corruptelas es posible vivir "de otra manera" (con toda la vaguedad que esta expresión conlleva). Hemos generalizado la idea, entre much@s ciudadan@s (que, antes, nunca estuvieron a nuestro alcance), de que otra política y otra sociedad son posibles.

No es poco, desde luego (hace año y medio habríamos firmado, sin dudarlo, por ello). Pero no es suficiente.  Y no lo es porque, al tiempo, la situación socioeconómica y política se ha deteriorado también hasta extremos que eran difíciles de imaginar. De manera que, hoy, no basta con difundir el mensaje de la crítica y de la alternativa posible. Estamos obligados a plantearnos, me parece, un programa de gobierno. Y también una plataforma para llegar a él.

En efecto, la (auto-)destrucción del actual sistema político no produce tan sólo una oportunidad para las izquierdas: también crea una verdadera responsabilidad para las mismas. Pues, si las izquierdas son algo (más que una retórica apaciguadora de conciencias), esto es, si pretenden ser una verdadera fuerza política, tienen -tenemos- la responsabilidad de proporcionar una alternativa a la aterrada, indignada y empobrecida sociedad española.

Y aquí, claro está, empiezan las dificultades. Pues, a mi entender, esto significa que necesitamos tres cosas: un programa de gobierno, una coalición y una estrategia.

2. Un programa de gobierno: Es fácil saber en contra de qué estamos: de la política clasista que carga todos los costes de las malas prácticas financieras sobre la ciudadanía y que aprovecha la (real) crisis para volver a reequilibrar las relaciones de clase dentro de la Unión Europea, en pro de la competitividad en el mercado mundial (del capitalismo europeo). Algo menos fácil, pero aún genera bastante consenso, es decir en favor de qué estaríamos: una sociedad igualitaria y no violenta, derechos humanos para todos, etc. La cuestión, claro está, es que ahora no se trata de construir un "programa máximo", sino un programa de emergencia. En efecto, en el contexto socioeconómico y político en el que nos hallamos, deberíamos ser capaces de ofrecer un programa de acción que vaya más allá de la retórica: que sea aplicable aquí y ahora.

Y, sin duda alguna, con esto tenemos un problema. Primero, porque buena parte de las voces de nuestra izquierda están más acostumbradas a hablar en contra que favor. Segundo, porque muchas son incapaces de descender desde el "reino celestial" de los principios morales a la política real. Tercero, porque muchas se niegan en todo caso a elegir, entre dos males, el menor. Y, con estos mimbres, no se hace un programa de gobierno.

En efecto, como he señalado en otra ocasión, en una situación de emergencia las alternativas son todas malas (aunque, es cierto, unas peores que otras). Y hay que ser capaces de decidirse por alguna, razonar por qué es la mejor (la menos mala) y ver cómo se afrontan las consecuencias de la elección. Si, por ejemplo, proponemos suspender el pago de la deuda, hemos de ser capaces de responder a la ciudadanía acerca de cómo se van a pagar, a partir del trimestre siguiente, los sueldos de l@s emplead@s públicas y el coste de los servicios públicos, puesto que lógicamente el Estado español perdería cualquier acceso a los mercados financieros internacionales. (Y no vale con decir que cambiaremos el sistema tributario, pues esto lleva tiempo, del que no disponemos.) Es decir: hacen falta respuestas claras, comprensibles y coherentes, que no pretendan engañar a l@s ciudadan@s. Si no las tenemos, no tenemos programa, y habrá que entender que -por triste que sea- sólo existe (sólo se propone) una política posible. Y deberemos limitarnos a intentar ponerle trabas, para minimizar el (inevitable) daño que la misma haya de ocasionar a las clases populares.

3. Una coalición: No bastaría con tener un programa de gobierno (aunque éste fuera teóricamente impecable y aplicable). Haría falta un agente político con credibilidad suficiente para gozar del apoyo ciudadano a la hora de llevarlo a la práctica. Y un agente político dispuesto a gobernar: a manejar el aparato burocrático del Estado, con toda su complejidad, y someterse a las tensiones que ello necesariamente conlleva.

Aquí, de nuevo, tenemos un problema. Porque tenemos una izquierda extremadamente débil (menos, es cierto, que hace dos años) y muy dividida.

Parece claro que el posible agente político del cambio debería ser una coalición: ninguna de las existentes vale, aunque tampoco parece probable poder construirla a sus espaldas. (Hablo, por supuesto, de una coalición "de geometría variable", puesto que no es razonable esperar una coalición electoral propiamente dicha de todos los agentes y movimientos de las izquierdas. Mas sí sería imaginable -¿pero posible?- una coalición electoral que, desde fuera, gozase de otros apoyos políticos expresos.) Una coalición política, con vocación de gobierno (de emergencia), no de mera resistencia. Y un amplio movimiento social a sus espaldas: llevándola en volandas hacia el poder, apoyándola... y criticándola y controlándola.

Hoy por hoy, parece difícil imaginar que sectores tan enfrentados como -pongamos- los sindicatos mayoritarios, Izquierda Unida, el 15-M, Izquierda Anticapitalista y otros movimientos de extrema izquierda y los grupos "autónomos" y/o de tendencia anarquista, sean capaces de llegar a acuerdos en este sentido, cuando ni siquiera son capaces de apoyar conjuntamente una misma manifestación (y los unos participan de modo vergonzante y "crítico" (!!!) en las de los otros).

4. Una estrategia: Necesitamos una estrategia que combine lo insurreccional (ni este gobierno ni el que le suceda van a facilitar la llegada al poder de las izquierdas, habrá que forzarlo en la calle, mediante la movilización y la desobediencia) con lo electoral (no vale con protestar, hay que tener preparada una alternativa y volverla creíble). Son imprescindibles, claro está, las manifestaciones, pero -como también he indicado otras veces- son completamente insuficientes, al menos si transitan por el camino hiperregulado que se pretende desde el Ministerio del Interior.

En este sentido, probablemente sea aquí donde más se pueda confiar en la espontaneidad: la política crecientemente antisocial (y fracasada desde el punto de vista económico) del gobierno hará, pienso, lo suficiente para que la gente salga a la calle, proteste, desobedezca, cada vez más y mejor.

Pero protestar no es nunca suficiente (aunque sí imprescindible). Es preciso que haya alternativas, que canalicen la energía desobediente hacia nuevas metas. Aquí y ahora, las mismas no pueden ser sino la toma del poder del Estado y la aplicación de una política de emergencia de izquierdas. Para la cual, vuelvo a repetir, el programa y la coalición resultan elementos insustituibles.

5. Conclusión: una praxis política estratégicamente orientada: ¿Dará alguien el primer paso (y será seguido)? Tal y como yo lo veo, nos hallamos, en los dos aspectos que he señalado (programa y coalición), muy lejos de cualquier posibilidad efectiva. Y, además, sumidos en un evidente problema de acción colectiva, en los términos en que han sido estudiados por sociólogos y politólogos: existiendo una importante confluencia en torno al programa (antineoliberal) y en torno a las medidas necesarias para llevarlo a cabo (impago de la deuda, renegociación de la presencia española en el euro y en la Unión Europea, imposición sobre el capital y las grandes fortunas, etc.), y no grandes disensos por lo que hace a la estrategia (para explicarlo de un modo simple, por exclusión: nadie está proponiendo la toma violenta del Palacio de la Moncloa, pero tampoco nadie se conforma con esperar a las próximas elecciones generales, con el mismo sistema electoral tramposo), lo cierto, sin embargo, es que no parece haber nadie en las izquierdas con la suficiente autoridad y/o capacidad de influencia como para aunar -más o menos, esto es siempre un proceso- mensajes, organizaciones y acciones. Situación en la que, demuestran los estudios sociales, es muy probable que, a falta de acciones contundentes, todo acabe en el fracaso de la acción colectiva: en que cada uno siga actuando por su cuenta y, de resultas, los objetivos comunes se vean defraudados.

Hay quien confía, en este sentido, en la espontaneidad ("revolucionaria"). Confieso mi escepticismo: la evidencia histórica y sociológica demuestra que la espontaneidad funciona relativamente bien (y de forma temporal) como mecanismo de resistencia, apoyándose en los lazos comunitarios y/o culturales preexistentes entre los resistentes. Pero que difícilmente funciona, a corto plazo (el plazo necesario para la acción política)  para generar proyectos constructivos. Aquí, la organización deviene imprescindible. (Es éste el aspecto positivo que el pensamiento leninista poseía, en su reivindicación del papel del partido -vaciándolo de cualquier pretensión de trascendencia, puesto que, contra Lukacs y Gramsci, el partido nunca estuvo en posesión de la verdad.) Y, puesto que hoy no tenemos partido, alguien debería tomar la iniciativa, de forma inteligente y constructiva.

Por supuesto, cabe dudar que se pueda dar, de forma realista, una respuesta positiva a las cuestiones anteriores: tal vez va todo demasiado rápido y partimos de demasiado abajo. No lo sé (nadie lo sabe, en realidad). Pero, si es así, me gustaría acabar haciendo un (otro) llamamiento al realismo político: si no tenemos programa ni coalición (ni, consiguientemente, estrategia), entonces tendremos que limitarnos a luchas parciales, por ciertos derechos, contra ciertas políticas. Y seguiremos siendo gobernados desde el poder irrestricto del capital. Y ni siquiera nos habremos ganado (digo: l@s activistas, l@s militantes) el derecho a quejarnos por ello.


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