Parece que, al fin, se aproxima el momento: a resultas del cúmulo de actuaciones incompetentes (no entraré ahora en las causas) en la gestión de la situación económica y de las finanzas públicas por parte de la "clase política" del régimen borbónico, el Estado español está ya al borde de la quiebra declarada. El gobierno de Mariano Rajoy empieza a ser dado por amortizado incluso en los medios de la oligarquía española y europea. Hay que empezar a pensar, por tanto, en el día después.
Se va abrir, así, nos guste o no, un momento de incertidumbre (no sólo económica, sino también) política: un instante en el que se pondrá de manifiesto de modo palmario para toda la ciudadanía la incapacidad -en el mejor de los casos- de los líderes de los grandes partidos, si no su corrupción y complicidad con los oligarcas. Incertidumbre que, claro está, puede conducirnos hacia diversos lugares: hacia Grecia (a la Grecia pre-Syriza me refiero, desde luego, ya veremos si llega a haber otra), con su cúmulo de privación de derechos a l@s ciudadan@s, restricción de la democracia, gobernanza por parte de tecnócratas al servicio del gran capital, etc.; pero también hacia Islandia. O, por mejor decir, hacia una versión local de Islandia (tan diferente que sólo en los grandes principios podría ser imitada, mas no en los detalles).
Nada está, pues, escrito. Pero, por primera vez en bastante tiempo, tenemos en la izquierda tres cosas a nuestro favor: un conocimiento razonablemente afinado acerca de lo que puede llegar a pasar, así como de los plazos temporales previsibles; una generalizada convicción popular acerca de lo injusta y, al tiempo, insostenible de la situación, tanto socioeconómica como política; y, en fin, una capacidad de movilización que, con todas sus limitaciones (muchas), se ha renovado y potenciado, tanto en cantidad como en calidad: por decirlo en negativo, somos un@s poc@s más, un poco menos sectari@s, con un poco más de capacidad de incidir sobre los debates y la política, que hace dos años.
En contra, ya lo sabemos, tenemos todo lo demás: el dinero, los grandes medios de comunicación, los partidos políticos del régimen, la capacidad represiva del Estado (por ahora, incólume), el miedo, la Unión Europea, el gran capital que está detrás de las políticas de aquella, etc.
De cualquier forma, y pese a todo, puede que exista, en la situación crítica a la que nos aproximamos, una ventana de oportunidad para nosotr@s. No, desde luego, para la Revolución (con mayúsculas, por antonomasia -no está el horno para muchos bollos), pero sí para una revolución: para provocar un cambio de base en el sistema político español. Cambio que debería servir para encarar una agenda política muy cerrada, centrada en los temas más prioritarios ahora mismo, a la que en alguna otra ocasión ya me he referido.
Pero no quiero hablar, hoy, de programa, sino de tácticas de actuación. Y quiero hacerlo planteando algunas preguntas que, me parece, deben estar en la mente de cualquier líder consciente de las izquierdas en nuestro país ahora mismo. Distingo entre dos momentos: el del estallido de la crisis y el del posible gobierno de la situación de emergencia por parte de las izquierdas.
1. El estallido de la crisis política: Como decía antes, cuando acabe de ponerse de manifiesto la quiebra del Estado español, abrumada por la deuda y por su falta de credibilidad en los mercados financieros, a pesar de todas las argucias propagandísticas y de las actuaciones que lleve a cabo la Unión Europea para suavizar el impacto psicológico, se va crear -se está creando ya, de hecho, progresivamente- un momento de gran incertidumbre política. Entonces, he aquí mi primera pregunta a nuestras izquierdas: ¿serán capaces partidos políticos como Izquierda Unida, o los sindicatos mayoritarios (me refiero a ambos por ser los que poseen mayor capacidad de movilización y de incidencia), de separarse de su constante querencia por la exclusividad de la acción política institucional y guiar a la ciudadanía de izquierdas (y a tod@s l@s ciudadan@s desnortad@s y asustad@s, ante la gravedad de la situación -seguro que también much@s votantes del Partido Popular, y much@s más aún del P.S.O.E.) hacia la rebelión? ¿Serán, en suma, capaces de dar la batalla por la caída del gobierno, no a causa de un resultado electoral o de una moción de censura en el Congreso de los Diputados, sino por la presión de la calle, de la ciudadanía que protesta, desobedece, se enfrenta a la policía, ocupa las calles, las instituciones, etc., y logra la sustitución de este gobierno (u otro semejante que le suceda) por otro que atienda a las demandas ciudadanas?
Si la respuesta a esta primera pregunta es "no", no sería preciso seguir leyendo, ni escribiendo: España será -aún más- Grecia, punto y final. Habremos perdido otra batalla..
2. Gobernar en situación de emergencia económica: Imaginemos, sin embargo, que es posible responder que sí, que en la situación de crisis partidos y sindicatos de izquierdas reaccionarán de un modo adecuado y estarán del lado de la ciudadanía, en contra del régimen. Con ello no acaban las dificultades. Pues, en el actual contexto socioeconómico, el tradicional discurso tanto de Izquierda Unida como de los sindicatos mayoritarios (defensa de los derechos sociales, crecimiento del gasto público, sistema tributario justo, etc.) no constituye un programa de acción creíble: estamos en situación de emergencia, y no hay tiempo para hacer mudanzas a medio y largo plazo (como la del sistema tributario, o la de la Administración).
En otro orden de cosas, poco más valen los otros dos discursos de izquierdas que al respecto circulan por el mercado de las ideas: ni tiene el menor sentido el discurso de la Revolución Anticapitalista (como antes apuntaba, ni el contexto internacional ni la situación interna hacen tal posibilidad factible a corto plazo), ni lo tiene tampoco, en mi opinión, el discurso de la Autonomía (muy extendido dentro del Movimiento 15-M, y a tenor del cual se trataría de crear instituciones sociales y políticas alternativas a las existentes y hacerlas funcionar). Pues ni uno ni otro plantea ninguna medida aplicable a corto plazo a una situación de emergencia, que no sea poner parches (ocupaciones, cooperativas, etc. -todo lo valiosos que se quiera, pero irrelevantes como programa de gobierno).
Ocurre, pues, que es preciso pensar en actuar ya: no valen las medidas -ni moderadas ni radicales- que no se puedan poner en marcha en días o en semanas y que no sirvan para gobernar un estado grande y complejo, como el español. Y, no obstante, se trata, pese a todo, de ser capaces de atenerse a los valores morales que nos caracterizan como izquierda.
Y aquí viene mi segunda pregunta: ¿estarán dispuest@s l@s líderes de la izquierda española a adoptar este género de medidas? Estoy pensando en: suspensión del pago de la deuda, nacionalización (real) de entidades bancarias, control de capitales, impuesto sobre grandes fortunas, control de precios, etc. (Economistas valios@s hay entre nosotr@s para desarrollar y completar la lista anterior, meramente indicativa.) Es decir, creación de una "economía de guerra", que haga posible resistir las presiones de los mercados financieros internacionales y del gran capital español, y negociar (a cara de perro, claro) con la Unión Europea, acerca de nuestra posición dentro de la misma. Y, luego, el inicio de un proceso constituyente, con el fin de plasmar jurídicamente el nuevo statu quo.
Y, por fin, la última pregunta: ¿están dispuestos a cargar sobre sus hombros la pesada carga de aplicar la coerción (estatal) necesaria para que todo lo anterior funcione, y no se quede en el papel del Boletín Oficial del Estado?
Pero las preguntas no pueden ser solamente para nuestr@s líderes (aunque para ell@s hayan de ser las decisivas). También nosotr@s: ¿estaremos dispuest@s a apoyarles en la adopción de medidas de tal índole, o preferiremos negar la realidad y criticarles, siempre y en todo momento, por todo lo que no hacen y deberían hacer (pero es imposible)?
En mi opinión, si nuestr@s líderes y nosotr@s mism@s no somos capaces de responder "sí" a todas y cada una de las preguntas anteriores, deberíamos aceptar que no hay otra salida que dar por "bueno" (por el único posible) el gobierno más o menos tecnocrático que se nos imponga y conceder a la democracia española un decente funeral. Y sálvese quien pueda. (O, si se quiere, con menor crudeza: intentaremos salvar todo el bienestar y toda la dignidad que sea posible, pero sin cuestionar la dominación injusta de que somos objetos.) Lo demás son palabras y voluntarismo, casi siempre insuficientes y, ahora mismo, casi completamente inútiles.