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jueves, 17 de mayo de 2012

Las izquierdas y los recortes presupuestarios: ¿por qué hay tanto miedo a la democracia?


Desde las elecciones autonómicas andaluzas, y los resultados de las mismas, que permitían cerrar el paso al P.P. en el Gobierno andaluz, he escuchado muchas voces opinando acerca de lo que debía hacer o no hacer Izquierda Unida (el único partido con representación en el Parlamento de Andalucía cuya suerte puede aún importarle a la izquierda): ¿debía entrar en un gobierno de coalición con el P.S.O.E., llegar a un pacto de legislatura con este partido, sin entrar en el gobierno, debía votar la investidura de José Antonio Griñán y pasar luego a la oposición... debía, incluso, abstenerse, no apoyar a ninguno de los dos partidos en liza (dejando, pues, que gobernase el más votado, el P.P.)? Todas las opiniones han sido defendidas, con unos u otros argumentos, de más o menos peso, tanto desde dentro de I.U. como desde fuera; tanto por simpatizantes como por enemigos (o, peor, por falsos amigos).

Yo confieso carecer de datos suficientes, acerca de la historia de la relación entre ambos partidos, de la forma de gobernar anterior del P.S.O.E. (aunque sobre esto algo sé, siquiera sea por referencias), del cuso de las negociaciones, de la fiabilidad de los socialistas, etc., como para pronunciarme tajantemente en un sentido o en otro. Sí tengo, no obstante, algunas opiniones firmes: 1ª) que la praxis política no consiste en sermonear ni en dar ejemplos morales, sino que obliga a "mancharse las manos", esto es, a decidir (a veces, entre dos males, por el menor); 2ª) que la gestión gubernamental es importante (es seguro que no produce transformaciones radicales, pero sí cambia muchas pequeñas -y non tan pequeñas- cosas, muy importantes para la vida y para los derechos de l@s ciudadan@s); y 3ª) que, no obstante, la praxis no debe convertirse en un contraejemplo de lo que en principio se defiende (aunque sí puede -será lo más frecuente- estar plagada de contradicciones, ambigüedades, casos dudosos,..., en fin, todo lo que pone tan nervioso a los moralistas "ultra-izquierdistas" que se tienen por ejemplos vivos de virtud).

Ayer, todas las personas de izquierdas nos hemos desayunado con las noticias de los recortes presupuestarios que ha acordado el nuevo gobierno andaluz, recién constituido, en el que es sabido que participa I.U. Es claro que se trata de medidas radicalmente contrarias a las que debería adoptar un gobierno de izquierdas: hacen pagar de nuevo la crisis a l@s trabajador@s (a través de bajadas de sueldos, de impuestos y de "co-pago" farmacéutico); y, desde el punto de vista económico, van a contribuir a la recesión y al incremento de la pobreza en Andalucía.

Por otra parte, es cierto que los recortes andaluces no son comparables a los que está adoptando la derecha (P.P. y CiU, principalmente) en el resto del Estado, puesto que se intentan preservar los servicios públicos y no se apuesta por las privatizaciones.

Y, por supuesto, queda la cuestión de lo que era o no posible: dentro del orden jurídico, las comunidades autónomas del Estado español tienen en realidad unos poderes de decisión política extremadamente limitados. Más aún cuando dependen desde el punto de vista financiero del Estado central y cuando está en marcha una ofensiva neocentralista, para tomar el control sobre las mismas.

Todo esto es sabido. Es por ello por lo que las (previsibles, pero poco interesantes) jeremiadas de la ultraizquierda me parecen superfluas: ya sabemos que, en tanto no cambiemos de sistema político, muchas cosas no pueden ser hechas dentro de la ley. Y que, para hacerlas fuera de ella, es preciso un proceso (de desobediencia) para el que hay que prepararse, no vale con ostentar cargos.

La pregunta, sin embargo, que me parece verdaderamente pertinente es: si de verdad el gobierno andaluz (o, cuando menos, Izquierda Unida) se cree las ideas que proclama (que hay que construir una alternativa a la forma dominante de gobernanza del neoliberalismo), y aun conociendo las limitaciones jurídicas y políticas  a las que se halla irremisiblemente sometido, ¿por qué no ha abierto el juego? ¿Por qué no ha apelado a la democracia, al pueblo andaluz, para poner las cosas en su sitio?

Me explico: puede que no exista alternativa políticamente viable (lo siento por los ilusos de izquierdas, pero a veces pintan bastos...) a realizar ciertos recortes en el presupuesto. Lo que no me creo es que ello no se pudiera haber planteado de otra manera. De una manera impecablemente democrática: se podría, en efecto, haber contado a la población cuáles eran las cuentas reales de la comunidad autónoma, cuáles las alternativas, cuáles los efectos previsibles de cada una de ellas y cuáles las razones que los líderes consideraban que había para inclinarse antes por una que por las restantes.

En el caso ideal, esto debería haber sido seguido de una consulta popular. Por desgracia, dada la pobreza de nuestro orden constitucional en materia de participación popular en los procesos de toma de decisiones, ello habría sido, en la práctica, imposible de llevar a cabo en el escaso tiempo que el gobierno estatal de la derecha estaba dispuesto a otorgar a la Comunidad Autónoma de Andalucía.

Sea como sea, y sin exigir, aquí y ahora, que se llevase a cabo una consulta popular, creo que existen ya suficientes procedimientos de participación ciudadana a disposición de los poderes públicos como para que, en un par de semanas, se pudiera haber hecho una explicación amplia y un debate (mínimo, si se quiere, pero habría sido más que lo que cualquier otra comunidad autónoma ha hecho nunca) acerca de la situación y de las alternativas, que hubieran permitido cargar de legitimidad la decisión finalmente adoptada acerca de la eventual modificación del presupuesto.

Un ejercicio de transparencia y de confianza en el pueblo como el que he descrito someramente no habría quedado sin fruto. Primero, porque toda la ciudadanía comprendería bien (aun sin compartirlas necesariamente) la situación y las razones de ciertas decisiones. Segundo, porque much@s las apoyarían. Y, tercero, porque en todo caso se habría producido un auténtico proceso de empoderamiento popular: l@s gobernantes lo serían, mucho más verdaderamente, de su pueblo (pues serían sus gobernantes).

Uno no se extraña de que ideas como éstas no pasen por la mente de los líderes socialistas andaluces: dado el historial del partido, sería mucho pedir. Pero sí que puedo extrañarme -y lo hago, a pesar de estar curado de espanto- de que los líderes de Izquierda Unida (que apela constantemente a la democracia participativa como fórmula), ahogados por el marasmo institucional, hayan tomado medidas necesariamente tan impopulares y discutibles sin permitir a toda la ciudadanía conocer que, en realidad, eran (¿o no lo eran?) las menos malas de las posibles.

Pues, si ciertas medidas gravosas resultan imprescindibles (y no dudo de que a veces lo sean, y no soy de los que piensan que la solución sea siempre cerrar los ojos ante la realidad, o huir de la misma y de las incomodidades de asumir responsabilidades), entonces debería ser la ciudadanía la que las reclame, las acepte, las entienda como el mal menor, aquello que debe ser hecho. No se debería, pues, seguir decidiendo en su nombre, cuando de opciones políticas clave se trata (y las mismas no estaban completamente detalladas en el programa electoral).

Por lo demás, aun en el plano meramente táctico, adoptar decisiones impopulares, sin explicarlas suficientemente y hacer participar en la ciudadanía en el compromiso en torno a las mismas, no puede dejar de producir un efecto profundamente erosivo de la confianza del electorado de izquierdas sobre un partido que pretende representarle en las instituciones.

¿Por qué, entonces, tanto miedo a la democracia? Me parece que responder a esta pregunta no es importante sólo para l@s andaluces, sino que viene a aproximarse a una dificultad que atenaza a todas las izquierdas...


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