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sábado, 16 de febrero de 2019

¿Es posible una serie de televisión que sea política y realista al mismo tiempo?


En los últimos tiempos, más de una vez, y más de dos, me he encontrado, en mi condición de espectador de series televisivas, en la siguiente tesitura: viendo una serie que quiere narrar, con vocación realista (es decir, que no pretende reflexionar sobre idealidades, como The West Wing o The Newsroom, sino retratar los hechos), acontecimientos históricos, y que intenta por ello presentar una historia que se pretende lo suficientemente omnicomprensiva como para mostrar un retrato social (de un tiempo y de un lugar, de las interacciones sociales, de las respectivas posiciones de los personajes en la estructura social retratada, etc.), representativo de situaciones reales, más allá de los personajes y de las situaciones concretamente presentes en la historia.

Una y otra vez, sin embargo, para mi sorpresa y escándalo, me he topado con tramas argumentales que pretendían asegurar la solidez de las relaciones (sociopolíticas) entre personajes y situaciones a través de recursos tan inverosímiles como facilones: dos adversarios políticos comparten los favores sexuales de la misma mujer, o relaciones familiares, o perversiones, o dilemas existenciales, o... De manera que, al cabo, el enfrentamiento entre ellos resulta explicable no solo por razones políticas y sociales, sino también, además, por motivos pasionales, personales.

(Pienso, por ejemplo, en los penosos retrasos sociopolíticos de series como Narcos -Chris Brancato/ Eric Newman, Carlo Bernard, 2015-, de Billions -Brian Koppelman/ David Levien/ Andrew Ross Sorkin, 2016- o 1992 -Stefano Accorsi/ Alessandro Fabri/ Ludovica Rampoldi/ Stefano Sardo, 2015 . Mucho más pendientes de epatar mediante escenas sensacionalistas que de ofrecer un retrato verosímil y de algún interés de las realidades sociales e históricas que se supone que describen: el narcotráfico en Colombia, la gran delincuencia empresarial, la crisis de corrupción y gobernabilidad de la República en Italia durante el proceso de Mani pulite.)

Como espectador escandalizado, ante la incapacidad de tantos guionistas para llevar a cabo retratos sociopolíticos convincentes, que describan estructuras sociales sin necesidad de convertir la interacción social en un folletín (cuando menos, un folletín tan pueril -¡Dickens y Balzac también hacían folletines, pero de fuste!), vengo a acordarme del talento de Sergei Einsenstein, de Georg Wilhelm Pabst o de Vsevolod Pudovkin para construir narraciones en las que la dialéctica de las clases sociales y los conflictos sociopolíticos aparecían con toda claridad. O incluso de tantos cineastas clásicos norteamericanos que, a pesar de la censura empresarial, hicieron también retratos hondamente políticos, combinándolos incluso -con mano maestra- con interacciones personales: King Vidor, Billy Wilder, John Ford,...

Porque hay una diferencia -fundamental- entre crear personajes representativos de roles sociales, y enfrentamientos entre ellos, y convertir a dichos personajes en peleles animados por emociones pueriles, siempre pequeño-burguesas. Algo que parece que muchos guionistas parecen no distinguir con claridad.

Me pregunto cuándo se perdió la capacidad de ser sutiles, y explicativos, y agudos, y certeros, en la narración audiovisual con tintes políticos. Si es que la televisión (ese medio que dicen que se encuentra ahora en su "edad de oro") tuvo (con las honrosas excepciones habituales: R. W. Fassbinder y poco más) esa capacidad alguna vez...


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