En los últimos tiempos, más de una vez, y más de dos, me he encontrado, en mi condición de espectador de series televisivas, en la siguiente tesitura: viendo una serie que quiere narrar, con vocación realista (es decir, que no pretende reflexionar sobre idealidades, como The West Wing o The Newsroom, sino retratar los hechos), acontecimientos históricos, y que intenta por ello presentar una historia que se pretende lo suficientemente omnicomprensiva como para mostrar un retrato social (de un tiempo y de un lugar, de las interacciones sociales, de las respectivas posiciones de los personajes en la estructura social retratada, etc.), representativo de situaciones reales, más allá de los personajes y de las situaciones concretamente presentes en la historia.
Una y otra vez, sin embargo, para mi sorpresa y escándalo, me he topado con tramas argumentales que pretendían asegurar la solidez de las relaciones (sociopolíticas) entre personajes y situaciones a través de recursos tan inverosímiles como facilones: dos adversarios políticos comparten los favores sexuales de la misma mujer, o relaciones familiares, o perversiones, o dilemas existenciales, o... De manera que, al cabo, el enfrentamiento entre ellos resulta explicable no solo por razones políticas y sociales, sino también, además, por motivos pasionales, personales.
(Pienso, por ejemplo, en los penosos retrasos sociopolíticos de series como Narcos -Chris Brancato/ Eric Newman, Carlo Bernard, 2015-, de Billions -Brian Koppelman/ David Levien/ Andrew Ross Sorkin, 2016- o 1992 -Stefano Accorsi/ Alessandro Fabri/ Ludovica Rampoldi/ Stefano Sardo, 2015 . Mucho más pendientes de epatar mediante escenas sensacionalistas que de ofrecer un retrato verosímil y de algún interés de las realidades sociales e históricas que se supone que describen: el narcotráfico en Colombia, la gran delincuencia empresarial, la crisis de corrupción y gobernabilidad de la República en Italia durante el proceso de Mani pulite.)
Porque hay una diferencia -fundamental- entre crear personajes representativos de roles sociales, y enfrentamientos entre ellos, y convertir a dichos personajes en peleles animados por emociones pueriles, siempre pequeño-burguesas. Algo que parece que muchos guionistas parecen no distinguir con claridad.
Me pregunto cuándo se perdió la capacidad de ser sutiles, y explicativos, y agudos, y certeros, en la narración audiovisual con tintes políticos. Si es que la televisión (ese medio que dicen que se encuentra ahora en su "edad de oro") tuvo (con las honrosas excepciones habituales: R. W. Fassbinder y poco más) esa capacidad alguna vez...