Ya lo he dicho muchas veces, pero lo repito: Frank Borzage es una de mis debilidades cinematográficas. Razones para ello las hay a docenas en todas sus películas, pero quizá resaltan aún con mayor nitidez en sus obras de la época muda: precisamente, porque en ellas la ausencia de sonido no es tanto un déficit cuanto una condición que permite apreciar mejor -en silencio- la capacidad de Borzage para expresar sentimientos solamente con imágenes. Una iluminación adecuada, un buen enfoque, ligeros movimientos de cámara, algo de montaje (no mucho)... y la emoción aflora.
Un buen ejemplo de ello es la película que comento: un argumento a caballo entre el melodrama y la comedia que, en manos de Borzage, se convierte en un cántico a los sentimientos. El hallazgo, claro, es el personaje principal, Steve (Buck Jones): un hombre tranquilo, que se limita a vivir, pero que está lleno de sentimientos nobles, de amor, de solidaridad, de disposición a ayudar a los demás... y que, por causa de ello, es rechazado, despreciado e ignorado por todas las mujeres que dicen amarle.
Todo esto, que podía -legítimamente- dar lugar a un melodrama desaforado, es, sin embargo, narrado por Borzage con un tono también lazy, contagiándose del carácter del personaje: más con melancolía (con el irremediable dolor que, no obstante, ella siempre lleva consigo), pues, que con grandes aspavientos.