Es sabido que, en general, el cine clásico (el antiguo, pero también el actual: para comprobarlo, sólo hay que soportar cualquiera de las comedias románticas -norteamericanas, pero también españolas, italianas, francesas,...- que asolan el presente panorama cinematográfico), como hijo leal del melodrama y de la novela popular decimonónicas que es, ha tendido a representar el sentimiento amoroso y las relaciones eróticas y sentimentales desde la perspectiva que de las mismas se ofrecía en la versión más simplona y populachera del romanticismo (puesto que, como es obvio, el movimiento romántico era mucho más polifacético... y bastante más siniestro). Debido a ello, las películas que vemos están llenas de amores para toda la vida, amores a primera vista, reencuentros inevitables, medias naranjas, personas destinadas a encontrarse desde el principio de los tiempos, etc.
Desde 1920 hasta hoy, sólo parece haber cambiado en esto, en el cine mayoritario, la presencia de escenas sexualmente explícitas (mayor o menor, a tenor de la censura y de la tolerancia social), alguna -poca- mayor diversidad en cuanto a la etnia y la orientación sexual de los personajes y, el mercado obliga, la desesperada búsqueda por parte de l@s guionistas de nuevas situaciones dramáticas a las que conducir a los protagonistas (a veces, hasta llegar al absurdo: ¿para cuándo una relación "romántica" entre dos bañistas que se enamoren a primera vista en medio del mar, mientras los tiburones intentan comérselos?). La cosa es tan grave que buena parte del "cine independiente" -sea lo que sea esto- se ha contagiado del mismo mal del empalago y sólo cambia la identidad de los personajes: más diversos, más estrambóticos, más "disfuncionales",..., pero igual de bobalicones en el enfoque de lo que una relación sentimental entre dos (o más) personas significa.
Sabido es, también, que esta visión del amor, de los sentimientos y del sexo parece corresponderse únicamente con la que podría tener un(a) adolescente... antes de entablar su primera relación. Por eso, satisface contemplar una película como Mannequin: porque en ella, con la sensibilidad usual de Frank Borzage para mostrar -y mostrar bien- una historia, se nos habla de amores adultos. De personas que viven, que soportan condicionamientos materiales y psicológicos, que tienen una historia detrás, que han sufrido y han tenido decepciones... y que, pese a ello, apuestan, con toda su voluntad y toda su ilusión, por enamorarse, por desearse, por convivir, por disfrutar de su mutua presencia. De hecho, sólo alguna película de "cine de autor" -por seguir empleando los términos convencionales- se aproxima al tema con un enfoque tan adulto (o algo más).
Tal vez, es cierto, el peso de las convenciones de Hollywood aminore alguno de los valores de la película (no es una de las mejores de Borzage, ¡pero es que Borzage es tan grande!). Sin embargo, la sutileza de la puesta en escena del director, unido a un argumento estimable, hacen que sea una película que no sólo se ve con agrado, sino que permite pensar y está muy por encima de la media del cine norteamericano de los años treinta.