Basada en un cuento del gran Juan Carlos Onetti, lo más sorprendente e interesante de esta película no es tanto su argumento -un tanto manido- cuanto una puesta en escena que evoca sin duda alguna la abstracción del eurowestern italiano de los sesenta/ setenta del siglo pasado, con sus estudios sobre el paisaje y sobre los movimientos corporales, su ralentización del tiempo, sus planos y contraplanos de miradas, etc.
Y, claro, como pasa con todas las películas que merecen alguna estima, en ésta también esa opción de puesta en escena (sorprendente, en principio) cambia la película: una vulgar historia de un luchador en horas bajas, de su representante timador y de algunos individuos del pueblo -que mantiene el nombre de Santa María, tan caro a Onetti- se vuelve abstracta. Se convierte así, desde el punto de vista temático, en un discurso sobre la dignidad. Pero, sobre todo (porque esto lo habían hecho ya antes, y mejor, muchas películas sobre boxeo... y, por no remontarnos más atrás, recientemente The wrestler, de Darren Aronofsky), el espacio y el tiempo se vuelven considerablemente abstractos y pasamos a vivir la historia desde el interior de las mentes de los dos protagonistas. (En este sentido, es ejemplar el momento de la lucha final.)
En suma: una película estimable, antes por sus virtudes formales que por su argumento o por su tema. Ante todo, como ejemplo de lo que puede (de cómo transforma una película) una decisión estilística adecuada.