Ilustración de Robert Barnes para "The Mayor of Casterbridge" |
La narrativa del siglo XIX (con base en algunos precedentes en el XVIII, y con prolongación aún en los comienzos del siglo XX) fue prolífica a la hora de encarar, una y otra vez, la cuestión de la racionalidad humana: una y otra vez, las historias que contaba han versado sobre las dificultades de ser racional, sobre los obstáculos que tanto nuestra propia estructura psíquica como el medio social en el que nos desenvolvemos oponen a un comportamiento que se compadezca adecuadamente con el ideal ilustrado del "ser humano racional".
Así, hemos podido solazarnos, y también inquietarnos, contemplando al individuo apático (Oblomov), al individuo desesperado (La nausée, Voyage au bout de la nuit), al individuo "primitivo" (La bête humaine), al individuo calculador (la saga de los Rougon-Macquart de Emile Zola, o tantas obras de Honoré de Balzac), al individuo obsesivo (tantos personajes de las novelas de Fiodor M. Dostoievski), al individuo débil de carácter (omnipresente en los cuentos de Anton P. Chejov),... Todos ellos, variaciones y desviaciones -y reflexiones- en torno al ideal del individuo perfectamente racional (presentado acaso como inalcanzable en su plenitud, pero siempre como objetivo a perseguir). ("Individuo", en este contexto, vale por varón. De la racionalidad de las mujeres la literatura decimonónica no pareció tener nunca gran cosa que decir -sí, en cambio, de su pretendida irracionalidad...)
Pues bien, hasta donde alcanzo a ver, The Mayor of Casterbridge, la novela de Thomas Hardy que acabo de leer, introduce una nueva figura de carácter, novedosa: la de Michael Henchard, el "hombre de carácter" (así reza el subtítulo de la obra) que protagoniza el libro. Que se caracteriza, con plena originalidad, por una personalidad bipolar, mas no carente de capacidad de reflexión: un individuo impulsivo e iracundo, pero también con tendencias notorias hacia la depresión. Con una autoestima baja, necesitado de ser apreciado por los demás. Pero que, al cabo (siempre, cuando ya es demasiado tarde), es capaz de analizar racionalmente sus actos y las consecuencias de los mismos, y de afrontar su responsabilidad por ellos.
Se trata, en suma, de un individuo cuya racionalidad no es que -como resulta más habitual, en los ejemplos que he mencionado arriba- esté secuestrada o limitada: es que, más bien, se trata de una racionalidad radicalmente defectuosa; mas en ningún caso inexistente.
Y es por ello por lo que, aun resultando un personaje mucho menos atrayente desde un punto de vista simbólico (por cuanto, en efecto, no podemos ver en él la plasmación de ningún modelo caracterológico "puro"), sin embargo, tengo para mí que es realmente mucho más representativo de la verdadera naturaleza psíquica del ser humano, tal y como nos la presenta, sin tapujos, la evidencia empírica que la moderna ciencia cognitiva proporciona: un individuo defectuosamente racional, aunque no completamente irracional, y carente por completo de unificación psíquica. Lo que le conduce a comportamientos (de forma sucesiva, y aun a veces, en el extremo, de manera simultánea) perfectamente contradictorios entre sí, fruto de impulsos y deliberaciones varias e independientes.
(Y es precisamente la presencia y morosa descripción de las vicisitudes de este personaje lo que justifica sobre todo que la novela -que, por lo demás, resulta algo prolija por lo que hace a su trama- merezca ser leída.)
Pues bien, hasta donde alcanzo a ver, The Mayor of Casterbridge, la novela de Thomas Hardy que acabo de leer, introduce una nueva figura de carácter, novedosa: la de Michael Henchard, el "hombre de carácter" (así reza el subtítulo de la obra) que protagoniza el libro. Que se caracteriza, con plena originalidad, por una personalidad bipolar, mas no carente de capacidad de reflexión: un individuo impulsivo e iracundo, pero también con tendencias notorias hacia la depresión. Con una autoestima baja, necesitado de ser apreciado por los demás. Pero que, al cabo (siempre, cuando ya es demasiado tarde), es capaz de analizar racionalmente sus actos y las consecuencias de los mismos, y de afrontar su responsabilidad por ellos.
Se trata, en suma, de un individuo cuya racionalidad no es que -como resulta más habitual, en los ejemplos que he mencionado arriba- esté secuestrada o limitada: es que, más bien, se trata de una racionalidad radicalmente defectuosa; mas en ningún caso inexistente.
Y es por ello por lo que, aun resultando un personaje mucho menos atrayente desde un punto de vista simbólico (por cuanto, en efecto, no podemos ver en él la plasmación de ningún modelo caracterológico "puro"), sin embargo, tengo para mí que es realmente mucho más representativo de la verdadera naturaleza psíquica del ser humano, tal y como nos la presenta, sin tapujos, la evidencia empírica que la moderna ciencia cognitiva proporciona: un individuo defectuosamente racional, aunque no completamente irracional, y carente por completo de unificación psíquica. Lo que le conduce a comportamientos (de forma sucesiva, y aun a veces, en el extremo, de manera simultánea) perfectamente contradictorios entre sí, fruto de impulsos y deliberaciones varias e independientes.
(Y es precisamente la presencia y morosa descripción de las vicisitudes de este personaje lo que justifica sobre todo que la novela -que, por lo demás, resulta algo prolija por lo que hace a su trama- merezca ser leída.)