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jueves, 21 de abril de 2016

Blind (Eskil Vogt, 2014)


Desde siempre he sentido, en general, lo que no sé si calificar de disgusto, o más bien de pereza, a la hora de ver cine fantástico. O, por mejor decir, lo que mayoritariamente se tiene por tal: la parte más convencional de dicho género. De una parte, porque siempre me ha resultado difícil, en efecto, mantener la atención sobre historias imposibles sobre seres improbables (tanto da que se trate de demonios, de vampiros, de zombies, de caníbales, de sádicos, de asesinos en serie...), que en el mejor de los casos pueden ser útiles como recursos retóricos para construir metáforas y, en el peor, tan sólo para asustar a incaut@s (o, peor todavía, para reafirmarles en su identidad sectaria, de -"verdaderos"- aficionad@s al género). De otra, además, porque todos y cada uno de los trucos expresivos que se han ido desarrollando a lo largo de la historia del cine con el fin de dotar de una "adecuada" forma audiovisual a dichas historias (desde la iluminación "expresionista" de las películas de los años veinte del pasado siglo, hasta la invasión contemporánea de fingido found footage, pasando el ya envejecido juego con el punto de vista, el zoom y los efectos sonoros en el slasher de las décadas de los setenta, ochenta y noventa) han envejecido velozmente, de manera que a uno más bien le aburren o le enervan (dependiendo del mejor o peor gusto que posea el/la director(a) al emplearlos) que otra cosa.

Es cierto, sin embargo, que, ahora como siempre, otro cine fantástico es -y ha sido siempre- posible. Un género fantástico que, en el plano temático, no abuse del recurso a los miedos más irracionales del ser humano, sino que se conforme con (porque ya es suficiente para construir todo un universo de significación) con representar sus miedos más fundados; si se quiere, las reacciones irracionales provocadas por hechos reales perfectamente identificables. Y un cine fantástico que explote hasta el fondo las posibilidades -eminentemente fantasmáticas, en realidad- que la forma audiovisual de la narración suscita, a la hora de evocar tales reacciones irracionales, emociones y creencias que nuestra mente construye, a partir de la realidad.

Es con esta perspectiva con la que una película como Blind merece ser contemplada: como una película auténticamente fantástica; pero adscrita al género en su versión más digna de atención, por permitirnos contemplar una representación acendrada de nuestros miedos y obsesiones más característicos.

En este sentido, la película se limita a manejar todos los recursos audiovisuales disponibles para poner constantemente en cuestión la realidad o irrealidad de aquello que nos es dado contemplar en sus planos. Varias historias los recorren. Pero, en verdad, desconocemos si se trata de varias historias, o tan sólo de una (la de Ingrid -Ellen Dorrit Petersen), atravesada por la amenaza del desdoblamiento, la fantasía perversa y el delirio paranoico o cuasi-paranoico.

De este modo, la narración contenida en Blind puede ser una de varias cosas (¿o todas a la vez?). Puede tratarse del retrato de las ansiedades de una mujer (el género no resulta irrelevante) repentinamente discapacitada. Puede tratarse de sospechas fundadas sobre cuánto le mienten y cuánto no quienes la rodean. Puede ser una muestra de progresivo deterioro mental. O bien puede verse únicamente como un mero ejercicio (meta-)narrativo, de historia(s) contenida(s) a su vez en otra historia. Pero, claro está, también podría ser un cúmulo de historias cruzadas, de casualidades y encuentros, de infidelidades y celos.

La cuestión es que la representación audiovisual de la narración en ningún momento deja traslucir una preferencia explícita por ninguna de las interpretaciones posibles que se le ofrecen al/la espectador(a). Permitiendo, así, que tenga lugar una auténtica explosión de significaciones: incontrolable, inmanejable, imposible de aprehender por completo, en toda su magnitud, en una única interpretación coherente. Se desestabilizan, así, las expectativas del público: se pone en cuestión su capacidad para construir un universo (diegético) coherente y comprensible.

¿No ha de ser esta, precisamente, la finalidad de la narración fantástica, desestabilizar las expectativas del/la espectador(a), para proporcionarle así una vía de acceso distinta, nueva, al conocimiento de lo real (en el sentido más amplio de la expresión)?




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