(Por cierto, en la entrada anterior hablo de una cuestión que había discutido con mis amigos en Facebook, antes de abrir el blog. Para que se entienda de qué estoy hablando, reproduzco aquella nota:)
Supongo que no soy el único al que le cuesta disfrutar –más allá del entretenimiento trivial- de las tradicionales “películas de terror”. Y es que su argumento se apoya casi siempre en entes que sabemos inexistentes (vampiros, casas encantadas, zombies, demonios, maldiciones,…); o en fenómenos que sabemos que existen (como los asesinos en serie, las infecciones o las enfermedades mentales), pero que también conocemos que, en la realidad (científica), no responden a los estereotipos deformes, populacheros, en los que las tramas se fundan.
Debido a ello, yo sólo soy capaz de disfrutar de una de esas tradicionales “películas de terror” por la originalidad de su puesta en escena (ejs.: Rec, de Jaume Balagueró/ Paco Plaza, o The incredible shrinking man, de Jack Arnold). A veces, como alegorías de otra cosa (ocurre con las buenas películas sobre vampirismo: por ejemplo, Låt den rätte komma in (= Déjame entrar) de Tomas Alfredson, o The addiction, de Abel Ferrara). O, en fin, como meros síntomas de los miedos sociales (ej.: Invasion of the body snatchers, de Don Siegel). Pero en ninguno de los tres casos la película logra lo que debería ser su objetivo: intranquilizarme, conmoverme.
Mi cine de terror es otro, el propio de un racionalista escéptico que, sin embargo, es perfectamente consciente de que el horror existe, vaya si existe. Propongo, para empezar, seis películas de este cine de terror para adultos racionalistas y ateos:
Shoah (Claude Lanzmann)
Alas de mariposa (Juanma Bajo Ulloa)
Le temps du loup (Michael Haneke)
Osama (Siddiq Barmak)
Inland Empire (David Lynch)
La terra trema (Luchino Visconti)
Open Water (Chris Kentis)