X

Formulario de contacto

Nombre

Correo electrónico *

Mensaje *

sábado, 12 de septiembre de 2020

Trascendencia e inmanencia como actitudes (metafísicas) frente a la realidad perceptible


"Yet what I felt of dread was no ordinary ghostly fear. It was infinitely greater, stranger, and seemed to arise from some dim ancestral sense of terror more profoundly disturbing than anything I had known or dreamed of. We had "strayed," as the Swede put it, into some region or some set of conditions where the risks were great, yet unintelligible to us; where the frontiers of some unknown world lay close about us. It was a spot held by the dwellers in some outer space, a sort of peep-hole whence they could spy upon the earth, themselves unseen, a point where the veil between had worn a little thin."

Algernon Blackwood, The Willows

Leyendo el otro día este relato de Algernon Blackwood (que, debido a mi reconocida incapacidad para dejarme impresionar por narraciones fantásticas que recurran a explicaciones sobrenaturales, apenas me entretuvo), me dio por reflexionar en torno a las frases que extracto arriba. Obviamente, en el contexto del relato (hay traducción castellana en Hermida Editores), su finalidad es la de evocar las fuentes del miedo: fuentes sobrenaturales, extrañas a cualquier experiencia humana y, por ello, (pretendidamente) más aterradoras que cualesquiera otras imaginables... Intentando transmitir, así, al/la lector(a) una intensa e inefable sensación de inquietud.

Que un@ como lector(a) entre o no en tal juego narrativo depende, como decía, de si es capaz de otorgar verosimilitud a la posibilidad -aun imaginaria- de que tales fuentes del miedo existan, o puedan llegar a existir. Sin embargo, desde mi punto de vista (abiertamente racionalista, materialista y ateo... y, por ende, escéptico en relación con el tipo de realidades evocadas en la narración), la cuestión carece de interés. En cambio, más lo posee, según creo, el subrepticio retrato de una cierta mentalidad o concepción metafísica acerca de la estructura de la realidad, que queda bien representada en el relato (y, particularmente, en las frases que he entresacado) y que va más allá de los círculos espiritistas y ocultistas en los que Algernon Blackwood se movió.

En efecto, un sujeto, enfrentado a una realidad que le es ajena (digamos: a un acontecimiento natural o a una conducta humana completamente novedosos para él) puede en principio adoptar dos posibles actitudes ilustradas. (Puede también, algunas veces, hacer caso omiso de dicha realidad, encogerse de hombros e intentar ignorarla. Pero ello no es siempre posible y, en todo caso, no sería una actitud ilustrada, la cual -como I. Kant apuntara- debería guiarse en todo caso por el principio de "atraverse a servirse de la propia razón".)

- Puede, en primer lugar, partir de la hipótesis (metafísica) de que lo que ves es lo que hay: de que, aunque es posible que a primera vista no quede patente la estructura de la realidad (su sustrato óntico, sus propiedades no aparentes, sus relaciones -mereológicas, causales, etc.-, la fenomenología de sus manifestaciones que resulta potencialmente posible,...), en todo caso a lo más que cabe aspirar es a revelarla. Porque en verdad no hay nada más que conocer: lo que percibimos y, acaso (si es que no resulta transparente ya a simple vista), los entes, propiedades y relaciones que constituyen el sustrato de tales percepciones. De manera que podemos acceder (cuando menos, en principio) a todo el conocimiento acerca de toda la realidad a través de los métodos de conocimiento ordinarios: percepción sensorial y, luego, manipulación simbólica de lo percibido a través de operaciones lógico-matemáticas y de la elaboración de constructos teóricos (leyes y modelos) de naturaleza mental, dotados de capacidad explicativa (de aquella estructura básica).

- Pero es posible también adoptar otra actitud: es posible pensar que -como dice el texto citado más arriba- aquello que estamos percibiendo no es ordinario, sino que constituye la manifestación visible de una realidad diferente y oculta. Y más auténtica (en algún sentido, necesitado de precisión). Realidad oculta subyacente que demanda un esfuerzo -extraordinario- de conocimiento por parte del sujeto cognoscente (para hallar la sensación de horror o de maravilla que se intuye que habrá de acompañar al logro). Pero de un conocimiento que, consiguientemente, no es dado obtener a través de los procedimientos racionales ordinarios (los propios de la ciencia y de su versión simplificada, el -mejor- sentido común), sino que exigen vías diferentes de conocimiento: fe, intuición, percepción extrasensorial, ideas innatas, revelación directa (divina, de las potencias psíquicas,...).

Es fácil recorrer la historia del pensamiento y poner nombres destacados representativos de cada una de ambas líneas de pensamiento. Pero no es ese mi interés hoy aquí. Lo que me interesaba, en cambio, eran más bien tres cosas:

1ª) Señalar, primero, la existencia de estas dos formas tan diferentes de aproximarse al conocimiento de la realidad, que determinan la adopción de enfoques radicalmente distintos tanto en ontología como en epistemología.

2ª) Apuntar además que -contra lo que a veces se pretende- la adopción de una u otra forma de posicionamiento (sobre la naturaleza última de la realidad y, consiguientemente, sobre el método más idóneo para llegar a conocerla adecuadamente) es siempre previa al momento de enfrentarse con la realidad por conocer. Se trata, pues, de un posicionamiento de índole metafísica (no física), que determina la estructura cognoscitiva a través de la cual intentaremos aprehender aquello que -luego- percibamos. (De este modo, el diálogo entre ambas formas de aproximación a la realidad resulta siempre dificilísima, si no imposible: ¿cómo, en efecto, convenceré yo a un teísta sincero de que, por ejemplo, la vigencia del principio antrópico en Cosmología no refiere necesariamente a una voluntad trascendente, sino a pura aleatoriedad sin significado propio?)

3ª) Y, en fin, sugerir que la adopción de una u otra perspectiva metafísica radical probablemente en muy buena medida no depende de decisiones racionales del propio individuo, sino que (como han señalado estudiosos de la Psicología de la religión -véase, por ejemplo, aquí, aquí y aquí) tiene que ver más con propiedades innatas de la mente individual y, desde luego, también con los procesos de socialización y aprendizaje a los que se vea sometido.


Más publicaciones: