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jueves, 30 de julio de 2020

Control de riesgos y regulación de conductas: lo que yo le diría a un consejero autonómico de sanidad (si tuviera a bien consultarme)


Yo ciertamente no soy epidemiólogo, pero, modestamente, algo me he dedicado, dentro de mi actividad profesional, a estudiar la cuestión de las técnicas de control de riesgos y de regulación de conductas. Por ello, vengo siguiendo con atención las políticas públicas que se están diseñando y ejecutando estos últimos meses en España para afrontar la epidemia de COVID19. Y estoy sorprendido de la mala calidad de las mismas desde un punto de vista técnico (por lo que no es extraño que su potencialidad para controlar la epidemia sean tan limitada y, en cambio, sus costes sociales estén resultando tan elevados).

Y es que, efectivamente, no se regula solamente con buenas intenciones (que daremos por supuestas), sino que la técnica importa, y mucho. De hecho, a mí me parece evidente que lo que está sobrando en la respuesta institucional a la epidemia en España es, de una parte, excesivo protagonismo político (que hace que para las administraciones la cuestión de la comunicación de las medidas sean más un problema de imagen ante el electorado que de eficacia motivacional frente a los destinatarios de las mismas). Y, de otra, un enfoque excesivamente tecnocrático, que parecería dar por supuesto -con una ingenuidad sorprendente, si es que no es mero cinismo- que basta con poner una disposición en un boletín oficial para que los deseos de su emisor se hagan realidad.

Falta, pues, mucha atención a la técnica de controlar riesgos y de regular conductas, que exige conocimientos (no sobre Epidemiología -que habremos de suponer que tienen quienes están asesorando a las administraciones públicas-, sino) acerca del comportamiento humano, y del efecto de las normas jurídicas y de las actuaciones gubernativas sobre dicho comportamiento y sobre la sociedad en general.

A este respecto, si -en un rapto de sentido común- algún gobernante español me pidiese mi opinión sobre cómo mejorar la respuesta institucional a la pandemia, yo le aportaría tan solo dos ideas:

1ª idea) Olvídese de la macro-gestión, que pretende fijar normas generales de conducta para toda la ciudadanía, sin distinción alguna. Se trata ciertamente de medidas muy vistosas, pero extremadamente costosas (para ciertos grupos de ciudadan@s, el seguirlas, y para la administración, el imponer su cumplimiento). Y rara vez son verdaderamente útiles (aunque sí algunas veces: véase más abajo). En este sentido, ideas tan peregrinas como, por ejemplo, imponer el uso obligatorio de una mascarilla en todo momento es el prototipo de macro-gestión vistosa (y, por ello, tal vez políticamente rentable), pero básicamente inútil (véase aquí).

En cambio, lo que ustedes deberían estar haciendo es justo lo contrario: micro-gestión de riesgos. Es decir, localizar focos específicos de riesgo (de contagio) y adoptar medidas para minimizar dicho riesgo. Medidas que, obviamente, exigen adaptarse a las características específicas de cada foco de riesgo. Y medidas que en muchos casos no son de naturaleza conductual (= modificar el comportamiento de individuos y de grupos a través de mandatos o prohibiciones), sino de naturaleza estructural: medidas que modifican el medio en el que los individuos y grupos interactúan (modificando, por ejemplo, los espacios, las reglas de interacción, los tiempos, etc.), de manera que, en el nuevo medio, el individuo actúe con sensación de normalidad y, sin embargo, actúe de manera mucho menos peligrosa.

Para plasmarlo en un ejemplo: menos preocupación por la mascarilla obligatoria y más por los protocolos de seguridad para el inicio del curso: modificando la distribución de los edificios, los horarios, los turnos, etc. Claro que esto es más complicado, más caro y menos fácil de vender en los medios de comunicación. Pero es lo verdaderamente más eficaz.

2ª idea) Claro, también es preciso imponer algunas restricciones y prohibiciones de conducta. Pero deberían ser muy pocas, las mínimas imprescindibles: prohibiendo (y sancionando) exclusivamente las conductas más peligrosas. Y distinguiendo entre lo que está prohibido y lo que, en cambio, es recomendable (por prudencia), pero no obligatorio. Y, en todos los casos, las pocas prohibiciones y obligaciones deben ser claras en su formulacón y bien explicadas en cuanto a su razón de ser.

Ello quiere decir que no basta con publicar prohibiciones en el boletín oficial y con fijar sanciones para los infractores. Pues la evidencia empírica indica que la ciudadanía rara vez cambia sus modelos de conducta de la noche a la mañana únicamente porque lo diga el boletín oficial. Por el contrario, más importante que las sanciones es ser capaces de comunicar convincentemente las razones que hay detrás de la norma, para convencer a sus destinatarios de lo importante y razonable que es cumplirla.

Y otra cosa más: uno no puede dirigirse a "la ciudadanía" así, en general, con sus propios prejuicios sobre cómo es el auditorio y cómo se le puede convencer. Por el contrario, los destinatarios de las normas que prohíben conductas usuales tenderán -como es lógico- a desconfiar de quien les intente convencer de que cambien de comportamiento. Por ello, si -por ejemplo- quiero motivar a la población juvenil para que modifique ciertas conductas (pongamos: de ocio nocturno -que ahora mismo está en el punto de mira de las autoridades, siempre a la búsqueda de culpables), no basta con que un político cincuentón y escasamente confiable para alguien de veinte años salga en la rueda de prensa posterior al consejo de gobierno de la comunidad autónoma a apelar al "civismo", la "solidaridad", etc. Porque para esa población (destinataria principal de la norma) tales mensajes suenan a sobados, a cháchara propia del politiqueo (¿por qué será). Así, si se quiere lograr un grado razonable de cumplimiento espontáneo de la norma (esto es, el no derivado del miedo a la sanción), es imprescindible un esfuerzo de comunicación específico. Y lo que vale para l@s jóvenes vale para las empresas de hostelería, para l@s ancian@s,...

Si, en cambio, opta usted por seguir por la vía que hasta ahora ha transitado (normas profusas y confusas, desproporcionadas, carentes de justificación suficiente, que mezclan la prohibición de conductas intolerablemente peligrosas con meras recomendaciones prudenciales, fiándolo todo a la represión policial -véase aquí), entonces, ¿cómo se quejará luego de que no ha logrado controlar los contagios? Convénzase: en las políticas públicas los milagros son raros; ni haciéndolo todo bien está garantizado que las regulaciones jurídicas funcionen, así que ni le cuento qué sucede cuando encima se hacen tan mal como las ha hecho usted hasta ahora.


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