Parece que estamos inexorablemente abocados -¡el signo de los tiempos!- a recibir principalmente muestras de westerns contemporáneos que optan por el manierismo y el formalismo extremos como formas de expresión: si dejamos a un lado la obra de directores tan (posmodernos, pero con vocación de ejercitarse en una retórica) clasicista como Clint Eastwood o Tommy Lee Jones, predominan, es claro, el manierismo y el formalismo, en obras como, por ejemplo, The assassination of Jesse James by the coward Robert Ford (Andrew Dominik, 2007) o las obras de Quentin Tarantino.
En este sentido, Slow West podría ser considerada una película ejemplar: un western que se apega casi por completo a las convenciones temáticas del género; y que, sin embargo, opta por ser otra cosa que una película de género.
Aquí, la elección parece ser (como lúcidamente señalaba Carlos Losilla en su crítica de la película -Caimán. Cuadernos de Cine nº 42) la de construir un western -por argumento- que, en realidad, opere como un auténtico ejercicio de praxis fílmica acerca de la construcción de las imágenes del género. Así, en efecto, una narración que posee una trama plagada, en principio, de resonancias emocionales (la búsqueda de la amada, el amor imposible, la amistad entre varones, el aprendizaje de la condición adulta) y de vínculos con la tradición del género, sin embargo, opera como soporte -como mero soporte, diríamos- para la elaboración de planos extremadamente contemplativos (y radicalmente ajenos a las convenciones genéricas), en los que parece observarse la historia narrada "desde fuera"; desde fuera de la tradición genérica, claro está. Cada secuencia aparece, de este modo, antes como una reflexión sobre cómo se crean las imágenes del género que sobre la historia misma.
De este modo, el resultado es un extraño western: de expresión fría allí donde el contenido de la historia parecería exigir -las convenciones del género parecerían exigirlo- retórica emocional. Donde la violencia fluye, en toda su crudeza explícita, sin que, no obstante, el/la espectador(a) se siente implicado. Donde las emociones son enunciadas, pero apenas apelan a la identificación del/la espectador(a) con los personajes protagonistas; una identificación muy dificultosa, a no ser por las reminiscencias de tantas películas antes vistas...
Un western, pues, que parece -si se me permite el símil- la observación de un entomólogo sobre una colonia de hormigas: observando desde fuera no sólo a los personajes, sino también a la misma retórica narrativa que se está empleando (que se suele emplear) para retratarles.
Es por ello que resulta igualmente difícil empatizar con la narración. Que la aproximación a la misma acaba por ser antes de mera curiosidad intelectual que de auténtico aprecio (emocionalmente cargado, como ha de serlo siempre la apreciación de las buenas obras de arte). Una rareza, más que otra cosa (principalmente, digna de estudio), dentro del sobrecargado panorama del audiovisual contemporáneo.