A tod@s es@s que todos los días, en el bullicio de la desinformación y del ruido mediático (tertulianos bocazas, ciudadan@s atrevid@s y sin fundamento,...), se atreven a afirmar, con tanta despreocupación como atrevimiento, que "a ese habría que meterle en la cárcel", o "¡que pague como se merece, que se pudra en la cárcel!"; a los legisladores que alegremente presentan el Derecho Penal como una panacea a todos los problemas sociales; a tant@s jueces que aplican las leyes penales (muchas de ellas, profundamente injustas) en piloto automático, sin reflexionar sobre la justicia o sobre las consecuencias humanas de sus decisiones.
A todas esas personas las obligaría yo, si tuviera poder para ello, a releer cada día la terrible historia -una más, hay muchas otras- de un inocente, Rafael Ricardi, que fue condenado por haber cometido, supuestamente, un delito oprobioso, como la violación de una mujer.. oprobioso, especialmente -porque también entre los delincuentes hay clases- cuando se supone que lo ha cometido alguien que "da el perfil", de "delincuente nato": vamos, de pobre, de carente de capital social y de la educación "apropiada", de marginado; de (en la expresiva etiqueta tradicional, que aún hoy sigue en vigor, aunque se oculte tras vagas categorías seudo-científicas) "carne de presidio".
Que fue estigmatizado por un sistema penal incapaz de seleccionar adecuadamente a sus destinatarios, porque peca de prejuicios, clasistas (y otros), en su funcionamiento cotidiano. Apartado de la sociedad. Etiquetado. Su vida -por no hablar de sus derechos- fue destruida.
Conviene, sí, recordar todos los días lo peligroso que es, en realidad, el sistema penal. Lo difícil que es que funcione bien. El poco interés que existe, por parte de la mayoría de sus operadores (señaladamente, de los legisladores, claro -ahora mismo se tramita en las Cortes Generales un proyecto de reforma del Código Penal que, entre otras cosas, va precisamente de eso: de "apartar a la escoria de las calles"), para que ello ocurra: renegando de cualquier reflexión racional -digna de tal nombre- sobre la política criminal. Y la (no por negligente menos culpable) ignorancia y temeridad con la que tod@s, a derecha e izquierda, arriba y abajo, pretenden, un día sí y otro también, que esa herramienta gripada que es el sistema penal español sirva para sacarles las castañas del fuego y arreglar, con su supuesta varita mágica, todos los problemas.
Conviene, sí, recordar a quiénes pagan el pato de tales delirios justicieros, simplificadores y de elusión de la propia responsabilidad: gente como Rafael Ricardi, gente que a nadie le importa en realidad, por lo que resultan ser, para nuestra (infundada) buena conciencia, los chivos expiatorios perfectos.