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jueves, 21 de noviembre de 2013

Only God forgives (Nicolas Winding Refn, 2013)


Llevo bastantes días reflexionando acerca de qué decir sobre la última película de Nicolas Winding Refn. Como es sabido, está resultando bastante discutida en términos críticos, habiendo opiniones, al respecto, para todos los gustos. Y, ciertamente, contemplarla invita, en un primer momento, a la perplejidad.

Después de pensarlo bastante, creo que ahora puedo ver un poco más allá del artificio formal (exuberante... y, precisamente por ello, casi obligadamente discutido, y cuestionable): de ese uso y abuso de una iluminación notoriamente efectista, de planos compuestos con la evidente intención de provocar en el/a espectador(a) una inmediata sensación de impacto; acompañados, además, de una banda sonora (en sus dos aspectos: tanto por lo que hace a los sonidos diegéticos como en lo que respecta a la música extradiegética, que posee un importante protagonismo en las formas de la narración).

Resulta evidente, en este sentido (y ha sido destacado ya por diversas opiniones), el recurso a algunos de los métodos de formalización cinematográfica de las narraciones que le resultan más caros a un director tan idiosincrásico como David Lynch: las técnicas de iluminación, de composición de los planos, de empleo de la música, etc. Aunque, desde luego, existe, me parece, una diferencia decisiva entre Lynch y Winding Refn: y es que, en Lynch, son las imágenes mismas las que generan el sentido (todo lo ambiguo y problemático que se quiera -ahí está, paradigmáticamente, una obra como Inland Empire para demostrarlo...); mientras que, en el caso del director danés, parecería que lo audiovisual tiende más bien a ilustrar un significado previamente establecido, y verbalizado (o, cuando menos, verbalizable).

De cualquier forma, y aun con estos reparos formales (que hacen que, a pesar el empleo de ciertos recursos comunes, exista una diferencia inmensa en la capacidad expresiva de uno y de otro director), si lo he entendido bien, lo que Winding Refn nos narra en Only God forgives es, en definitiva, una crónica de la impotencia. (Eso sí: una crónica interiorizada. Vale decir: narrada desde una perspectiva extremadamente focalizada en la "voz" narrativa de uno de los personajes -el Julian, encarnado por Ryan Gosling.)

Una crónica, en efecto, de la vivencia, torturada, de un hijo/ hermano que, agarrotado por sus "demonios" internos, va de "fracaso" -(visto, claro está, desde una perspectiva convencional: la de quienes le rodean, personajes del hampa, tan próximos, en cuanto a su escala de valores, a los sectores culturalmente más degradados y arribistas de la clase capitalista) en "fracaso". Incapaz de asumir ninguno de los roles que la "sociedad" -ese ambiente delincuencial en el que se mueve- le propone, y exige.

Todo ello, en contraposición con la evidente aptitud "justiciera" (en el más dudoso sentido del término) de su principal antagonista, Chang (Vithaya Pansringarm), ese policía con plena y probada capacidad para administrar la violencia -puesto que ésta, aun si es brutal, resulta siempre medida en su contenido y criterios de aplicación.

Una crónica, pues, del individuo completamente solitario y desorientado. No tan lejos, pues, de las crónicas, de temática similar (en el fondo), que Michelangelo Antonioni prodigó en su momento. Aunque, evidentemente, las formas resulten por completo distintas.

Y es ahí, en la cuestión de las formas cinematográficas empleadas, donde cabe oponer serios reparos a la película y las opciones estéticas de su director. Pues, si el tema resulta de suyo interesante, y relevante, no lo es tanto la capacidad significativa (expresiva, reveladora,...) de la obra audiovisual producida. Que se limita a constituir un somero comentario, exageradamente retórico (apoyándose en toda la consolidada retórica de géneros cinematográficos tan consolidados como el criminal y el de artes marciales), en torno a la soledad, la desesperación y la impotencia, en un mundo hostil. Temas, a estas alturas (¡después de la eclosión, y ulterior consagración, del cine moderno!), suficientemente tópicos y manidos, como para demandar un tratamiento formalmente relevante y sugestivo. Y no tan sólo, pues, en ejercicio de grandilocuencia.


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