Moonrise constituye un ejemplo de libro para ilustrar la importancia de la puesta en forma de una trama narrativa en la significación final de la historia narrada por una película. En efecto, considerada en sí misma, la trama de esta obra pertenece prototípicamente al género negro: no es difícil imaginar qué películas del género habrían realizado, con ella, directores como Fritz Lang (un drama criminal fatalista) o Raoul Walsh (un drama criminal teñido de aventura y de romanticismo).
Y, sin embargo, Frank Borzage fue siempre un director diferente: poco interesado por las convenciones genéricas, así como por el trascurrir externo de las tramas. Mucho más atento, en cambio, a las emociones que embargaban a sus personajes, y a los sentimientos y relaciones que surgían entre ellos.
Aquí, la manera en la que Borzage pone en imágenes la trama criminal hace que, en realidad, ésta deje de interesar casi desde un inicio. Porque toda la atención de las imágenes está concentrada más bien en las cuestiones emocionales y de relación humana que le interesaban al director. No importan, pues, tanto problemas (característicos del género negro) como los de la culpabilidad o la inocencia, el destino y la libertad, la culpa y el castigo, el descubrimiento o la impunidad. Sino que lo que la película narra en realidad es la búsqueda de una identidad viable, por parte del protagonista (Dane Clark), y la manera en la que la circunstancia de verse envuelto en un incidente criminal, y el modo en el que las personas que le rodean intentan ayudarle, contribuye a la obtención de la misma.
Así, la forma de componer los planos por parte de Borzage consiste en atrapar a sus personajes principales y aproximarles la cámara de un modo que puedan transmitir -las interpretaciones actorales- esa emoción y esa evolución en sus sentimientos y en sus relaciones. Unos planos cortos que (iluminados de un modo característico, bastante alejado tanto de las convenciones genéricas -no hay nada de la característica iluminación noir en esta película- como de las propias del cine realista, y combinados con los diálogos y el acompañamiento musical) Borzage consigue siempre que posean una rara intensidad: intensidad emocional, desde luego.
Y, sin embargo, Frank Borzage fue siempre un director diferente: poco interesado por las convenciones genéricas, así como por el trascurrir externo de las tramas. Mucho más atento, en cambio, a las emociones que embargaban a sus personajes, y a los sentimientos y relaciones que surgían entre ellos.
Aquí, la manera en la que Borzage pone en imágenes la trama criminal hace que, en realidad, ésta deje de interesar casi desde un inicio. Porque toda la atención de las imágenes está concentrada más bien en las cuestiones emocionales y de relación humana que le interesaban al director. No importan, pues, tanto problemas (característicos del género negro) como los de la culpabilidad o la inocencia, el destino y la libertad, la culpa y el castigo, el descubrimiento o la impunidad. Sino que lo que la película narra en realidad es la búsqueda de una identidad viable, por parte del protagonista (Dane Clark), y la manera en la que la circunstancia de verse envuelto en un incidente criminal, y el modo en el que las personas que le rodean intentan ayudarle, contribuye a la obtención de la misma.
Así, la forma de componer los planos por parte de Borzage consiste en atrapar a sus personajes principales y aproximarles la cámara de un modo que puedan transmitir -las interpretaciones actorales- esa emoción y esa evolución en sus sentimientos y en sus relaciones. Unos planos cortos que (iluminados de un modo característico, bastante alejado tanto de las convenciones genéricas -no hay nada de la característica iluminación noir en esta película- como de las propias del cine realista, y combinados con los diálogos y el acompañamiento musical) Borzage consigue siempre que posean una rara intensidad: intensidad emocional, desde luego.
Es posible ver la película completa aquí: