Otra muestra más -por si hace aún falta- de la maestría absoluta de Frank Borzage.
Una historia a caballo entre la comedia romántica y el melodrama (que, llevada a la pantalla por un cineasta más vulgar, habría dado lugar a toda suerte de sentimentalismos manidos y de afectaciones ampulosas: no pensemos solamente en una Nora Ephron o en otr@s director@s actuales de idéntica -ínfima- categoría; hasta un William Dieterle -Jennie- o un King Vidor -Duel in the sun- fueron incapaces de transmitir este sentimiento sin recurrir a la -hermosa, eso sí- retórica), en manos de Borzage y de su capacidad para narrar los sentimientos más intensos a través de la visualidad, se vuelve una representación creíble (verosímil) de la potencia absoluta del deseo amoroso: dos personas (Charles Boyer y Jean Arthur) se encuentran azarosamente y, una vez que se han reconocido recíprocamente como objeto del deseo del otr@, se concentran en él y se enfrentan a una no sencilla realidad (un marido posesivo, una acusación de homicidio, la distancia geográfica, las diferencias sociales) para aproximarse, para sentirse juntos, para compartirse.
Con Borzage, uno llega a creer que tal deseo y tal entrega son posibles, aun si le cuesta hallar ejemplos de tal índole en la vida real. Y ello, porque no hace hablar a sus personajes acerca de ello, sino que les hace (aparentar) "vivirlo". Y es capaz de seguirles, con respeto, pero con intensidad, en esa (apariencia de) vivencia, espiando y explorando cada una de sus (aparentes) emociones. Ahí reside su maestría.