J. J. Millás, impecable: la diferencia entre una empresa capitalista y una comunidad política democrática estriba, en teoría, en la forma en la que trata a sus miembros, como criados o como iguales.
Porque hasta ahora, en Europa Occidental, todavía creíamos que el capitalismo se conformaba con colonizar nuestras vidas, pero respetaba, de puertas a fuera, nuestra identidad y libertad como ciudadan@s; habíamos creído que vivíamos en democracias, que nosotr@s teníamos la última palabra. Ahora, hemos descubierto ya (como el resto del mundo lo lleva viviendo desde siempre) que no es así: nosotr@s -a diferencia de otr@s- todavía podemos opinar y protestar, con una respuesta relativamente poco violenta por parte del Estado (por el momento). Pero no decidir, ese derecho nos ha sido arrebatado, mientras dormíamos en los muelles brazos del consumismo y del bienestar.
Para recuperarlo, tendremos que cambiarlo todo. Comenzando por nuestras propias aspiraciones como individuos y como ciudadan@s: si seguimos dispuestos a obedecer, a no arriesgar y a dejarnos engatusar por los primeros cantos de sirena que recibamos ("regeneración democrática", "es una crisis, que pasará",...), todo seguirá igual, bajos formas aparentemente nuevas. Sólo si afrontamos la crudeza de nuestra condición (súbditos) y nos rebelamos contra ella (arriesgándonos en el intento), acaso, tal vez, volvamos a ser ciudadan@s.
