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lunes, 19 de marzo de 2012

Más sobre la estética del cine mudo: melodrama e identificación


Hace una semanas, con motivo de haber visto The artist (Michel Hanavicius, 2011), reflexionaba brevemente acerca del atractivo estético del cine mudo. Allí, mencionaba dos factores: la luz y la representación de las pasiones.

Siendo esto cierto, ayer, contemplando Phantom, un excelente melodrama que Friedrich Wilhelm Murnau dirigió en 1922, pensé que las características objetivas antes citadas (que tienen que ver con rasgos propios de la materialidad de las creaciones cinematográficas silentes) no serían suficientes, si no fuera porque las mismas favorecen ciertas sensaciones peculiares en l@s espectador@s: peculiares, porque son distintas -al menos, en parte- de aquellas otras que provoca el cine convencional, sonoro.

Contemplaba, en efecto, una escena en la que el protagonista, Lorenz (Alfred Abel), un soñador ingenuo y despistado, descubre por primera vez que, en la realidad, los sueños también se pagan... con dinero. Porque, para los demás (para esa amante que se ha buscado, por su parecido físico con la mujer de la que se enamoró), no son sueños, sino realidades materiales. "¡Hay que pagar por todo!", exclama.

Viendo esta escena, punto culminante del argumento, por cuanto que significa el comienzo del descenso de Lorenz a los infiernos (a la degradación y a la culpa), pensaba, luego, que en realidad acaso lo más importante de ver un melodrama mudo, en vez de uno sonoro, es que la ausencia de voz (de diálogos -muy reducidos siempre, a pesar de los intertítulos- y también de cualquier voz en off u over) fuerza a l@s espectador@s a identificarse tanto más con los protagonistas. Tanto más, porque los signos que se le proporcionan (acerca de la significación de las experiencias y de las emociones que debería de estar "viviendo") son tan leves, apenas tan sólo algunos gestos, algunas miradas (algunos primeros planos...), que se vuelve "preciso" -para l@s espectador@s "normalizad@s"- hacer el esfuerzo de intentar reconstruir casi por completo un psiquismo en su integridad. Algo que en el cine sonoro (clásico) no es casi nunca preciso, pues en general nos basta con la información adicional que los diálogos nos proporcionan. Así, la identificación emocional con l@s protagonistas se vuelve considerablemente más intensa en el melodrama mudo.

Esto, por supuesto, es lo que ocurre (a través de la luz, a través de la gestualidad de la pasión) en los melodramas mudos. Por su parte, en las comedias, yo diría (aunque sería preciso profundizar más en ello -en otra ocasión) que la ausencia de sonido diegético favorece más bien una atención mayor hacia su "geometría": quiero decir, hacia las simetrías, correspondencias e inversiones entre decorados, personajes y situaciones. (Y sabido que la comedia extrae buena parte de su comicidad de tales simetrías, correspondencias e inversiones.)




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