En cine, las rarezas hay que reivindicarlas por lo que valen: sin ánimo de ser originales ni snobs, es cierto que allí donde hay algo novedoso y extraño, en una industria cultural tan adocenada, conviene no perderlo de vista.
Georges Franju fue siempre una verdadera rareza, por su capacidad para conmover a través del empleo de imágenes bellas. Aquí, en Judex, acomete, en 1963, un homenaje a los seriales de aventuras más o menos fantásticas del cine mudo francés (la versión anterior había sido dirigida por Louis Feuillade, en 1914).
La cuestión es que, partiendo de materiales temáticos de derribo (propios de las novelas por entregas y de los folletines), y contando igualmente con un escaso talento interpretativo en los actores, pese a ello, sin embargo, Franju es capaz de elaborar imágenes de extremada belleza, plenas de poesía.
(Al cabo, la película, en tanto que artificio narrativo, fracasa estrepitosamente. Y, no obstante, acaso no nos importe, si podemos contemplar tantos bellos planos, extraordinariamente compuestos, con un dominado contraste de blanco y de negro.)