Es claro que Lone Scherfig ha concentrado su carrera en el (peligroso, desde el punto de vista estético) género de la comedia (dramática) sentimental. Y también lo es que lleva tiempo esforzándose en no caer en los estereotipos más manidos del género: Italiensk for begyndere, Wilbur wants to kill himself, An education,...
En este sentido, One day constituye otro ejemplo -ni mejor ni peor- de ese intento de presentar comedias sentimentales adultas. Adultas, no sólo por los personajes que las protagonizan, sino, sobre todo, por las vicisitudes de las historias, y las reacciones de aquellos a la mismas: frente a los estereotipos del amor romántico, en las comedias sentimentales de Scherfig, el sentimiento amoroso -esa curiosa mezcla de deseo e ilusión- compite (y, casi siempre, pierde) frente a otros deseos, sentimientos y necesidades. Nunca, por ello, está aislado del resto, material y mental, de la vida. Se trasluce, así, más como un estado mental (con el que afrontar la realidad) que como algo más auténtico.
En este caso, el artificio narrativo estriba en el relato de los encuentros y desencuentros, a lo largo de los años, entre dos personajes que se aprecian y se desean; y, sobre todo, de las vicisitudes que se producen entre tales encuentros, de cómo cada uno de ellos va evolucionando, afrontando la vida. Nada nuevo, como se puede comprobar. Tan sólo visto con ojos un tanto más adultos, realistas.
De nuevo, no obstante, la obsesión por la clausura narrativa (que ya apuntaba en mi comentario sobre An education) acaba por provocar males mayores en el interés que posee la historia: ese horror vacui, esa aparentemente imperiosa necesidad de la directora y del guionista (David Nicholls) por extraer conclusiones y por dotar de sentido a lo que ha sido narrado, acaban por quebrar el interés, en la última parte de la película, de lo que hasta ese momento -sin tratarse de nada particularmente original- se sostenía a base de realismo descriptivo y de moderación de la retórica sentimental. ¿Cómo aceptar, después de lo que hemos visto (unas vidas a la deriva, en realidad) que todo, incluida la muerte y la desesperación, tienen un sentido? Y, sin embargo, parecería que los narradores de esta historia pretenden que lo aceptemos como algo evidente... Aun cuando, también es cierto, cabe imaginar otra interpretación para las secuencias conclusivas (¡tan impostadas!) de la película: una abrasiva demostración de que también se puede vivir de ilusión (la ilusión del sentido), completamente a espaldas de la realidad. Quédese cada espectador(a) con la interpretación que más le complazca (en su sentido de la esperanza y/o de la realidad).
De nuevo, no obstante, la obsesión por la clausura narrativa (que ya apuntaba en mi comentario sobre An education) acaba por provocar males mayores en el interés que posee la historia: ese horror vacui, esa aparentemente imperiosa necesidad de la directora y del guionista (David Nicholls) por extraer conclusiones y por dotar de sentido a lo que ha sido narrado, acaban por quebrar el interés, en la última parte de la película, de lo que hasta ese momento -sin tratarse de nada particularmente original- se sostenía a base de realismo descriptivo y de moderación de la retórica sentimental. ¿Cómo aceptar, después de lo que hemos visto (unas vidas a la deriva, en realidad) que todo, incluida la muerte y la desesperación, tienen un sentido? Y, sin embargo, parecería que los narradores de esta historia pretenden que lo aceptemos como algo evidente... Aun cuando, también es cierto, cabe imaginar otra interpretación para las secuencias conclusivas (¡tan impostadas!) de la película: una abrasiva demostración de que también se puede vivir de ilusión (la ilusión del sentido), completamente a espaldas de la realidad. Quédese cada espectador(a) con la interpretación que más le complazca (en su sentido de la esperanza y/o de la realidad).
En el plano formal, por lo demás, las películas de Scherfig resultan ser (a pesar de su inicial inclusión en el movimiento Dogme 95) agradablemente clásicas... y también un tanto desvaídas, carentes de ese punto incisivo -y revelador- que la buena puesta en imágenes presta a una historia que en sí misma sea interesante (como lo son, por lo demás, los relatos de evolución existencial que Scherfig narra).
En resumen: una película que, sin destacar sobremanera, merece ser vista, por su tratamiento adulto de temas que usualmente parecen propiciar -en el cine comercial- los tratamientos temáticos más tópicos y los más desagradables -por estereotipados, por falsos- amaneramientos narrativos y visuales.