Aparece en el nº 128 (junio 2013) de Viento Sur, un artículo de Íñigo Errejón (Sin manual, pero con pistas: algunas trazas comunes en los procesos constituyentes andinos (Venezuela, Bolivia, Ecuador)) que nos presenta algunas enseñanzas que es posible extraer de los más recientes procesos constituyentes progresistas en América Latina. Ahora que el espectro del "proceso constituyente" ha sido añadido al bagaje retórico de las izquierdas españolas, conviene leer con atención estas páginas, para no caer en la usual inflación verbal, en la que se usan las palabras como asideros del discurso, sin saber lo que quieren decir verdaderamente, ni lo que implican en términos de acción política.
Destacaré, en particular algunas cosas a aprender:
1º) Todos los procesos constituyentes de los países tuvieron lugar después de amplísimos movimientos con vocación destituyente que, sin embargo, no fueron capaces de culminar su tarea.
Ello es extremadamente relevante, puesto que en España tan sólo hemos vivido un gran número de manifestaciones y algunas huelgas, y muy poquitos episodios con vocación verdaderamente destituyente (el #25S y poco más).
2º) Todos los procesos constituyentes se pusieron, finalmente, en marcha a través de medios electorales: una candidatura presidencial, constituida alrededor de una figura carismática, que incluyó en su programa como elemento decisivo el lanzamiento del proceso constituyente y la constitución de una nueva institucionalidad. Esta candidatura acabó suscitando un apoyo popular masivo (a partir de la base constituida por los movimientos sociopolíticos que se habían ido conformando durante la lucha destituyente). Y el triunfo electoral (unido, claro está, a la voluntad de cumplir con los compromisos electorales adquiridos) fue la palanca que permitió impulsar el proceso.
Otra vez, las enseñanzas me parecen importantes: cuando aquí se discute -vanamente, en mi opinión- sobre las bondades o maldades de la participación electoral, se debería estar discutiendo más bien (puesto que la rebelión directa no está funcionando) cómo debería ser la candidatura con vocación constituyente. Puesto que, sin candidatura constituyente, no habrá proceso constituyente.
3º) Las candidaturas que (triunfantes) pusieron en marcha el proceso constituyente se constituyeron y presentaron como candidaturas populistas: basadas en el discurso "el pueblo contra la élite"; sin un anclaje explícito, por consiguiente, en el eje derecha/ izquierda, por más que los contenidos de su programa revelasen con bastante claridad (y así lo entendió, perfectamente, la oligarquía) que se hallaban muy próximas a valores de izquierdas. Pero, en todo caso, nunca se hizo una vinculación explícita entre la candidatura que promovía el proceso constituyente y ninguno de los partidos políticos preexistentes (ni siquiera los más izquierdistas o radicales).
4º) Una vez ganadas las elecciones, el proceso constituyente dio lugar a una lucha extremadamente dura (a veces, físicamente violenta: intentos de golpe de Estado, algaradas callejeras, etc.) entre el nuevo gobierno y los movimientos sociopolíticos partidarios del proceso constituyente, y la vieja oligarquía, apoyada en todas sus herramientas de poder (organizaciones empresariales, medios de comunicación "independientes", partidos políticos del viejo régimen, etc.). Este enfrentamiento forzó también concesiones por parte de las izquierdas. Pero también hizo posible, gracias a la movilización constante de la ciudadanía, el desarrollo del proceso y su culminación.
5º) Todo el proceso vino acompañado por una dinámica constante de (a la vez que subsistían los enfrentamientos con la oligarquía) participación ciudadana. Una participación que contó, por supuesto, con el interés de la propia ciudadanía, pero que también fue hecha posible por el empleo de los recursos organizativos y materiales del aparato del Estado. De esta manera, el resultado final del proceso constituyente no sólo fue aprobado, por una asamblea representativa y luego en referéndum, sino que ya, durante el proceso, había recibido numerosa retroalimentación de procedencia popular.
Esta "vigilancia" y participación popular parece esencial, si es que el proceso constituyente no ha de acabar cooptado también por las élites políticas (también por las nuevas élites, sedicentemente revolucionarias).
Reléase todo lo anterior y compárese con nuestra situación, española. Se podrá comprobar:
1º) Que no estamos, aún (y quizá nunca lo estemos), en un proceso constituyente. Hoy mismo leía yo a Miguel Romero, afirmando que "a partir de la explosión de los diversos movimientos de indignados, hace poco más de dos años, hemos iniciado un proceso constituyente, que se desarrolla con enormes dificultades, entre avances y retrocesos". Un vistazo a nuestra realidad y los ejemplos comparados que acabo de sintetizar, demostrarán que nada de lo anterior es cierto: hoy hemos empezado a hablar de "proceso constituyente", y tal vez a pensar sobre él, nada más.
2º) Que seguimos enredad@s en el debate acerca de "elecciones sí/ no", cuando tendríamos que estar definiendo las características de la candidatura constituyente. En este contexto, el problema no los líderes (imprescindibles) ni los partidos (que pueden y deben apoyar la candidatura) o los movimientos (que también): el problema es para qué los queremos.
3º) Que, a pesar de las promesas (finalmente frustradas -por muchas que hayan sido sus otras aportaciones) que surgieron al calor del 15-M, y de la multiplicación de las protestas, seguimos sin visos de un movimiento destituyente de amplio espectro y de auténtico impacto. Ello constituye, me parece, un inconveniente de primer orden para que cualquier proceso constituyente pueda llegar a ser posible. Y aun para que una eventual candidatura constituyente tuviera posibilidades de éxito.