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miércoles, 29 de mayo de 2013

Perspectivas (escasas) de una revolución política en España (2): la posibilidad de un triunfo electoral



3. Perspectivas electorales: la organización, el programa

Si todo lo anterior es cierto, es decir, si -más allá del ilusorios voluntarismos- no parece esperable que (si no cambian bastante las circunstancias) la revolución vaya a producirse a través de la desobediencia, entonces resta por explorar la vía electoral. (O resignarse, y seguir protestando en las calles sin más, a sabiendas de nuestra impotencia.)

En este sentido, es sabido que ahora mismo, a la espera del ciclo de convocatorias electorales que se inicia en 2014 y continúa hasta 2016, se están produciendo toda suerte de especulaciones, reflexiones y movimientos, para intentar concretar opciones electorales que puedan proporcionar un canal de representación institucional a los movimientos sociales de descontento y protesta. Ello es lógico. Me parece, sin embargo, que las discusiones actuales se hallan excesivamente enredadas en cuestiones organizativas (¿una candidatura única, una plataforma,...?), que resultan importantes, pero no esenciales, y en debates acerca de la identidad (¿quién es "verdaderamente" izquierdista, lo suficientemente "puro", "auténticamente" 15-M?), básicamente inanes.

Dejando, pues, a un lado cuestiones de identidad (soy consciente de que, como nos dice la Sociología, las identidades cuentan, y mucho, a la hora de crear o de limitar las posibilidades de interacción, también en política, pero también creo que, si no somos capaces de ser conscientes de ello y de superar ciertas cuestiones identitarias, que tienen más que ver con la imagen propia que con la eficacia política, no iremos a ninguna parte, ni en elecciones ni en ningún otro ámbito de la acción política), por lo que hace a la organización, tan sólo haré un par de observaciones. La primera es que, en principio, cualquier fórmula organizativa puede servir como herramienta (pues eso son las organizaciones: herramientas) para acceder a las instituciones. Pero lo cierto es que, en la práctica, hoy por hoy, dos posibilidades organizativas están, de hecho, vedadas a los movimientos de resistencia. Lo está la del partido único, ya que no hay ninguno existente, ni es posible crear uno, con capacidad para representar a toda la amplia pluralidad de movimientos, organizaciones e identidades. (De manera que, diga lo que diga Izquierda Unida, no es, no puede ser, "la Syriza española".) Pero también lo está la de una plataforma de creación completamente nueva, que prescinda de las organizaciones políticas ya existentes: no sólo las operaciones electorales puramente oportunistas, que han visto al movimiento 15-M como caldo de cultivo idóneo y como oportunidad para iniciar carreras políticas dentro del régimen, sino incluso aquellas otras plataformas diseñadas con mejor fin, verdaderamente político, representativo y resistente. Pues, incluso en este último caso, lo cierto es que, a día de hoy, no parece previsible (ni, acaso, tampoco deseable) que pudieran deglutir a partidos como Izquierda UnidaEquo Izquierda Anticapitalista -por mencionar a los tres más señalados en el ámbito estatal- y hacerse con sus electorados. Así pues, la conclusión es obvia: sólo una coalición, amplia, inclusiva, tiene posibilidades reales de éxito electoral. Estos son, me parece, los hechos incontrovertibles, en el plano puramente organizativo.

(No me detengo en ello, por obvio: cualquier otra fórmula más o menos "imaginativa" -candidaturas ciudadanas, etc.- fracasará, muy previsiblemente, salvo que pretenda operar a medio plazo, no de forma inmediata. Y ello, simplemente por la forma en la que funciona el sistema electoral. No es, pues, una solución para aquí y para ahora.)

Mi segunda observación, por evidente, no debería ser necesaria: mientras que, efectivamente, cualquier fórmula organizativa -dentro de los límites señalados- puede servir, lo que parece imprescindible es introducir en todo caso mecanismos que aseguren (dentro de lo que cabe) que no se van a producir, dentro de la nueva coalición los "viejos vicios", de endogamia y corrupción, propios de los partidos políticos del viejo régimen. Algo que, desde luego, es más fácil de decir que de hacer, como diversas experiencias (por señalar solamente una, señera: la de Die Grünen, en Alemania) demuestran. Pero que, en eestos momentos, se revela esencial (al menos, intentarlo), si es que hemos de obtener alguna confianza ciudadana.

Decía, sin embargo, que pienso que se está dando una excesiva relevancia al debate organizativo. O, para decirlo con más propiedad: que se está orillando un tanto la cuestión programática. Y me parece que, como ya en otras ocasiones he expresado, esto (que seguramente resulta expresivo de una cierta pobreza teórica de nuestras izquierdas) constituye un gran error. Pues sólo una plataforma electoral de izquierdas con un programa creíble (no sólo como resistencia a los partidos que gobiernan, sino con una alternativa propia de acción de gobierno) puede transformar la indignación ciudadana, y su asunción -siquiera sea superficial- del discurso izquierdista acerca de la crisis ("no es una crisis, es una estafa"), en confianza política; y en el voto consiguiente.


A este respecto, sugeriría que no es necesario que las izquierdas españolas intentemos inventar la rueda, porque ya está inventada. Que tenemos un evidente punto de referencia, a la hora de crear plataformas políticas con pretensiones electorales, y con éxito, no sólo en Syriza, sino también en las experiencias latinoamericanas (VenezuelaEcuadorBolivia, principalmente). Experiencias que se resumen en ser capaces de presentar un programa al electorado que hable de la recuperación de derechos sociales y de la soberanía económica y política; y de la apertura de un proceso constituyente, verdaderamente democrático y participativo, que consolide dichos logros. Y en lograr, además, que dicho programa resulte creíble, por lo que se refiere a la voluntad real de los proponentes de llevarlo a la práctica.

Hablando, en particular, del tema de la soberanía económica y política (porque es la cuestión que afecta de forma directa a la política económica y, por consiguiente, a la viabilidad del programa, y a su credibilidad), en el caso español, el asunto pasa por afrontar abierta y directamente, al menos, dos problemas: el de la deuda y el del control de los flujos financieros. Respecto del primero, ya existen, en las izquierdas europeas, ideas sobre cómo debería actuarse, que sólo hace falta asumir y adaptar (véase: 1 y 2). En cuanto al segundo, me atrevo a sugerir -aunque economistas hay en las izquierdas que sabrán formularlo en mejores términos- que es preciso hallar fórmulas de control de capitales y de las políticas de inversión, sin que necesariamente haya que llegar a la expropiación generalizada de entidades bancarias.

Todo ello debería hacerse, pienso, sin llegar a cuestionar ni el euro ni la integración en la Unión Europea. (Ello no quiere decir que, de hecho, uno u otra -sobre todo, el euro- no puedan llegar a estallar, si las tensiones no disminuyen y la dinámica política de los pueblos europeos se fuese escorando hacia la izquierda. Mas esto sería un análisis de prospectiva, no debería ser el contenido de una propuesta política electoral.) Antes al contrario, pienso que lo que las izquierdas europeas -y, por ende, las españolas- deben proponer al electorado en este ámbito es también una propuesta en positivo: una propuesta de abrir, también en la Unión Europea, un proceso constituyente, en pro de los derechos de l@s ciudadan@s europe@s y de la creación de un régimen político europeo verdaderamente democrático. De extender, pues, la revolución democrática al resto de Europa. (Intentando evitar, así, que los enfrentamientos nacionalistas se conviertan en un potente arma en manos del gran capital.)

¿Puede triunfar un programa de este calibre, en unas elecciones generales, en España, hoy? Tal y como más arriba apunté, cabe dudarlo, si es que la situación socioeconómica no empeora mucho, puesto que es dudoso que la mayoría del electorado español comparta valores políticos tan izquierdistas; y, de entre quienes lo comparten, que tod@s estén dispuest@s a asumir los (innegables) riesgos que dicho programa conlleva. Pese a ello, no me cabe duda de que sí que podría arrastrar, cuando menos, a la mayor parte del electorado progresista, a un porcentaje significativo de abstencionistas y "desencantado@s" y minorías significativas del centro político, y aun a algunos votantes recientes -pero poco comprometidos ideológicamente- del PP. Y constituir, pues, una verdadera plataforma política alternativa: la única alternativa real a las políticas actualmente vigentes. Que no es poco.

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