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miércoles, 29 de mayo de 2013

Quintín Racionero: La palabra persuasiva. Centros de interés de la retórica de Aristóteles


Interesante artículo (publicado en el nº 29 -2006- de Doxa), en el que se hace una presentación global de la obra Retórica, de Aristóteles, tanto en sus aspectos filológicos como en los de contenido:


Desde el punto de vista de la teoría moral y política (y jurídica), lo más relevante del trabajo -y por lo que lo traigo aquí a colación- es su última parte, aquella en la que Racionero intenta hacer una propuesta para conectar de forma plausible la diversidad de contenidos de la obra aristotélica comentada: de una parte, elementos relativos a las meras técnicas de comunicación verbal; y, de otra, consideraciones referidas a las formas de la racionalidad práctica.

En este sentido, el autor intenta poner en relación los contenidos de la obra aristotélica con la crítica de Aristóteles a la teoría de la racionalidad de Platón. De este modo, en una racionalidad práctica que tiende a desligarse ya del idealismo platónico (a tenor del cual sólo las proposiciones que representen a las Ideas eternas poseerían un sentido), la praxis de la racionalidad práctica implicaría necesariamente dos ejercicios, diferentes, pero complementarios. Por un lado, ha de articular de forma argumentada (bien que como meras opiniones -doxai-, no respaldadas por la evidencia, ni lógica ni empírica) los lugares comunes de las creencias (que Aristóteles habría añadido que habrían de ser las de la comunidad). Este es el ámbito de la "dialéctica".

Pero, por otra parte, la praxis de la racionalidad práctica (en un marco filosófico que no sea ni idealista ni puramente pragmatista) ha de implicar además un ejercicio de comunicación: puesto que los argumentos elaborados en el ámbito de la razón práctica no resultan evidentes, sólo se convierten en efectivos (en auténticas creencias) a través de la práctica de las competencias comunicativas, que insertan los argumentos en una comunidad. (El que la comunidad que recibe y acoge los argumentos, las creencias, haya de ser más o menos amplia, y más o menos cualificada, así como que deba tener una función evaluativa sobre los mismos, ha sido y es todavía materia de amplia discusión, tanto en Ética como en Filosofía política.) Y a este respecto vendrían a cuento las recomendaciones aristotélicas pertinentes.

Así, resultaría posible conectar -tal sería el corolario- estos primeros debates acerca de las implicaciones de la racionalidad con los posteriores desarrollos que, en el ámbito de la filosofía (de la Ética y de la Filosofía política, en particular), se han ido produciendo, hasta llegar a nuestros días (cuando, como es notorio, se sigue discutiendo -pensemos en autores como Apel, Habermas, Rorty, Rawls... y tantos otros- sobre las condiciones en las que el ejercicio de la racionalidad práctica es adecuado, o debido, o aceptable).


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