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jueves, 31 de mayo de 2012

"Les neiges du Kilimandjaro", de Robert Guédiguian


La fábula es una herramienta (narrativa) que ha de usarse siempre con extremo cuidado. Posee, en efecto, una indudable capacidad heurística. Mas también es cierto que está sujeta a condiciones muy restrictivas de uso (fructífero): ha de resultar verosímil, ha de mantener una combinación equilibrada entre el mensaje y la trama; y fácilmente, además, acaba inclinándose en exceso del lado de la apología. (Precisamente por ello, la fábula funciona perfectamente como forma de apología: no en vano Frank Capra ha sido uno de sus más conspicuos partidarios.) Cuando parecería que, más bien, una narración debe antes inquietar (por desestabilizadora de las expectativas -y, así, reveladora) que confirmar, o defender.


A pesar de ello, es cierto que l@s artistas de tradición política crítica resultan propensos a emplear un estilo fabulístico en sus narraciones: es fácil dejarse arrastrar por la tentación de predicar, de volver transparente el tema que, como artistas, nos ocupa y preocupa...

De esta manera, toda la tradición del "realismo social" se ha balanceado, en frágil equilibrio, entre fábulas con algún potencia revelador y otras, por el contrario, completamente obvias, pueriles y apologéticas: piénsese, por ejemplo, en Ken Loach (capaz, en este sentido, de lo mejor y de lo peor).

Robert Guédiguian está abonado, sin ningún género de dudas, también a esta opción estética. Nos ha proporcionado numerosas pruebas, con sus películas, de que -al igual que le sucedía en su momento a Loach- es posible emplear la fábula para hablar de las vicisitudes de las clases populares de un modo agridulce, que combina a un tiempo las facetas más simpáticas (y, a veces, ridículas) de la vida, con las más dramáticas (procedentes en sus obras, casi siempre, del entorno social).

Lo que ocurre, sin embargo, es que la frontera entre la prototípica "fábula social" (con su pobreza expresiva, pero, al fin y al cabo, apta para narrar una historia, manida, pero verosímil) y el discurso del "realismo socialista" resulta más lábil de lo que el director se atrevería a confesar. Así, en esta su última película, Les neiges du Kilimandjaro, transita, a mi entender, de manera decidida hacia ese universo de héroes "positivos" (vale decir: unidimensionales) con una vocación prometeica, de torcer la realidad social y adaptarla a sus valores morales.

Tanto ardor prometeico, sin embargo, choca fácilmente con la verosimilitud: sin revelarnos nada nuevo (como la mayoría de las fábulas del "realismo social"), además, sufre la historia y sufren los personajes. Parecería, en efecto, que nos hallamos ante una versión aligerada de retórica del viejo cine soviético (no, desde luego, del de las vanguardias de los años veinte y treinta, sino del que se desarrolló, en torno a la estética del "realismo socialista", a partir de la época de J. Stalin).

Por supuesto, uno, como persona que comparte todas y cada una de las ideas políticas de Guédiguian (su solidaridad con las clases populares, su crítica al capitalismo, su preocupación por la aculturación política de los trabajadores y trabajadoras, etc.) no puede dejar de ver esta película, su trama, con simpatía, porque no puede evitar empatizar profundamente con sus personajes. No obstante, cuando me pregunto no por la trama ni por los personajes (ni, en definitiva, por el tema de la narración), sino por la narración misma (por los efectos, en suma, que su forma provoca sobre l@s espectador@s), he de confesar que me surge un rechazo visceral hacia la película que acabo de ver y de disfrutar.

Porque Guédiguian hace, aquí, un cine de la nostalgia: un cine políticamente derrotado, por estéticamente empobrecido. Y, en consecuencia, moralmente irrelevante, si no pernicioso. (No se trata, no, de que sea un cine de la derrota: John Ford, Theo Angelopoulos o Jean-Luc Godard, por poner algunos nombres sobre la mesa, han hecho esto con maestría y dignidad. La cuestión no es, pues, de tema, sino de tratamiento, dramático y formal, del mismo.)


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