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viernes, 3 de febrero de 2012

Ideología ciudadanista y poder social

Hoy, aparece en la página de facebook de Democracia Real YA el siguiente post:


Si entendiéramos quién tiene de verdad el poder otro gallo cantaría..

Desde luego, es posible tomar esta declaración con una mera baladronada propagandística. En tal supuesto, habría que discutir tan sólo su pertinencia, aquí y ahora.

En todo caso, me preocupa más que sea la expresión -sintética- del análisis que fundamenta la acción política del Movimiento 15-M. Pues, en tanto que análisis, resulta tan errado que no hay forma de salvarlo, por lo que mal puede llevarnos a donde queremos y debemos ir.

La razón es obvia: frente a lo que la ideología ciudadanista pretende, entre ciudadanía y líderes políticos hay un eslabón intermedio, de la máxima importancia, que es el poder social. Es decir, siguiendo con el símil de la plancha sobre el precipicio que emplea la viñeta, quienes verdaderamente están (en muy buena medida) sujetando la tabla sobre la que los líderes políticos se sostienen no son l@s ciudadan@s, sino los grupos de poder.

De manera que no es cierto que la rebelión ciudadana, por sí sola, vaya a cambiar la situación. Sólo la cambiará si, además, es capaz de derrotar a los poderes sociales. Y ello, desde luego, es mucho más difícil que deslegitimar (en las urnas, en manifestaciones, etc.) a los líderes políticos -al fin y al cabo, los más expuestos al juicio de la opinión pública. No sólo porque los poderosos se ocultan (cuando lo necesitan, a veces ni siquiera). No sólo porque tienen otras fuerzas, distintas de nuestras opiniones y de nuestros votos: tienen dinero, tienen información, tienen redes sociales e influencia, tienen armas y esbirros,... Sino porque, además, con todo ello, pueden lograr el apoyo de much@s ciudadan@s: por miedo, por interés, por engaño, por sincera convicción.

Por todo ello, ignorar o eludir el fenómeno del poder social, creerse los propios cuentos populistas (útiles, sin duda alguna, desde el punto de vista propagandísticos) y los discursos angélicos acerca de la democracia (que sigue siendo, en una medida importante, más un deber-ser que un ser real), constituye, para un movimiento rebelde, un error tan mayúsculo (porque le incapacita para diseñar acciones que vayan dirigidas hacia los enemigos principales) que difícilmente podrá ser salvado. Me gustaría creer que somos capaces de descender, en nuestros análisis a la realidad que las ciencias sociales nos muestran, en la que el fenómeno del poder es omnipresente. Y, así, evitar tal error.

Y, por consiguiente, enfocar la lucha no sólo hacia los líderes políticos, para cuestionar su legitimidad (cuando adoptan decisiones no respaldadas por la mayoría del electorado, sino tan sólo por los grupos de poder), lasr razones que hay para obecerles. Sino también, precisamente, contra esos grupos de poder: para desafiarles, e intentar someterles.

(Ya que, en este caso, la cuestión de la legitimidad resulta mucho más irrelevante, ya que los poderosos no lo son porque les reconozcamos su derecho a serlo, sino porque tienen los recursos para afirmarse como tales. Ello, desde luego, plantea un desafío: con comunicación es posible cuestionar la legitimidad; mas sólo con comunicación no se va reducir el poder de los poderosos. Habrá, pues, que actuar, materialmente, para lograrlo: quitar poder es expropiar, es confiscar, es prohibir, es controlar y supervisar, etc.)

¿Para cuándo acciones que vayan más allá de la pura comunicación, que vayan al núcleo de la cuestión, que desafíen la distribución del poder social actualmente imperante (que desafíen -en términos materiales, no meramente simbólicos- al gran capital, a la banca, a los grupos empresariales que controlan los medios de comunicación,...?

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