"La coincidencia entre las acampadas del movimiento 15-M y las elecciones municipales y autonómicas del 22-M permite una representación física del conflicto entre “arriba” y “abajo”.
“Arriba” apesta, como esa nube volcánica que se extiende otra vez por el espacio aéreo europeo. “Abajo” corre aire libre, en esas pequeñas ciudades alternativas, que recuerdan a los zocos, los mercados populares precapitalistas, espacios de la “economía moral de la multitud”, lugares de encuentro, de intercambio, de cooperación. Lugares vivos, pero a contracorriente de los valores dominantes y los poderes establecidos. Tan frágiles que es difícil no sentir preocupación por el futuro de ese nuevo movimiento social que está en embrión y que la izquierda social y política necesita para respirar."
(Miguel Romero, Arriba y abajo)
Hace ya algún tiempo, señalaba yo cómo buena parte del pensamiento de izquierda, abrumado -imagino- por las derrotas políticas, así como por las transformaciones sociales contemporáneas (que, si no han arrumbado con toda la teoría social marxista, sí que han puesto en cuestión varias de sus previsiones más importantes a los efectos de diseñar una estrategia política), ha recaído en una suerte de pensamiento mágico acerca de la política revolucionaria: en el que el wishful thinking tiende a sustituir al análisis sociopolítico; y en el que la revolución se concibe como una suerte de transubstanciación mística, completamente al margen de la evidencia que las ciencias sociales nos proporcionan acerca de cómo (de lenta, de limitadamente) se producen los cambios sociales y políticos realmente. El entusiasmo (y, luego, la decepción) se colocan, en suma, en el lugar que le debería corresponder a la percepción adecuada de la realidad y a la planificación de alternativas de acción política factibles.
Para muestra un botón: el artículo del que procede el fragmento que reproduzco arriba (del editor de la revista Viento Sur) intenta analizar la situación política después de las últimas elecciones municipales y a la luz de los desarrollos del Movimiento 15-M, en términos de "arriba" (política institucional) y "abajo" (movimientos sociales). Compartiendo, como comparto, sus inquietudes, sus valores y sus objetivos, sin embargo, en tanto que analista, me surge una objeción obvia a su análisis (que, sin embargo, ni siquiera resulta abordada -menos aún resuelta- en el mismo): ¿de verdad la situación política española es tan simple, tan sólo una de enfrentamiento entre "arriba y abajo"? O, dicho de otro modo: ¿cómo explicamos que "abajo" -por continuar con la imagen- haya millones de personas (sin duda, muchísimas más que las que hemos apoyado al Movimiento 15-M) que votan a la derecha o al centro del espectro político, y que presumiblemente comparten buena parte de sus programas electorales, también en política económica y social?
Si, desde la izquierda, no somos capaces de explicar esto, y de buscar alternativas de acción que atiendan a este fenómeno; si, en definitiva, nos limitamos a refugiarnos "entre l@s nuestr@s" (ahora, en el Movimiento 15-M) e ignoramos -y, de hecho, despreciamos- a los millones de votantes de la derecha y del centro que proceden de las clases populares, entonces estamos abocados a un fracaso político inevitable.
Me temo, por lo tanto, que los cambios políticos y las revoluciones no se pueden simplificar, en que los de "abajo" triunfen sobre los de "arriba". Son algo mucho más complejo. Porque los movimientos sociales, llegados a un cierto punto, se vuelven impotentes, sin instituciones que canalicen sus demandas (por lo que se ven obligados a acceder a las instituciones o -si tienen capacidad para ello- a sustituirlas, haciendo una revolución). Y porque, sobre todo, los de "arriba" tienen hondísimos apoyos, sociales y culturales, "abajo". Y ello no debería ser ignorado.
Como muy bien ha analizado Ernesto Laclau (en su libro La razón populista), el populismo es un discurso, una retórica, para construir identidades políticas y movimientos: contraponiendo el "pueblo" a "los que no forman parte de él". Sin embargo, nunca deberíamos cometer el error de creernos nuestra propia retórica, y olvidar que la realidad social resulta de hecho infinitamente más compleja.
Para muestra un botón: el artículo del que procede el fragmento que reproduzco arriba (del editor de la revista Viento Sur) intenta analizar la situación política después de las últimas elecciones municipales y a la luz de los desarrollos del Movimiento 15-M, en términos de "arriba" (política institucional) y "abajo" (movimientos sociales). Compartiendo, como comparto, sus inquietudes, sus valores y sus objetivos, sin embargo, en tanto que analista, me surge una objeción obvia a su análisis (que, sin embargo, ni siquiera resulta abordada -menos aún resuelta- en el mismo): ¿de verdad la situación política española es tan simple, tan sólo una de enfrentamiento entre "arriba y abajo"? O, dicho de otro modo: ¿cómo explicamos que "abajo" -por continuar con la imagen- haya millones de personas (sin duda, muchísimas más que las que hemos apoyado al Movimiento 15-M) que votan a la derecha o al centro del espectro político, y que presumiblemente comparten buena parte de sus programas electorales, también en política económica y social?
Si, desde la izquierda, no somos capaces de explicar esto, y de buscar alternativas de acción que atiendan a este fenómeno; si, en definitiva, nos limitamos a refugiarnos "entre l@s nuestr@s" (ahora, en el Movimiento 15-M) e ignoramos -y, de hecho, despreciamos- a los millones de votantes de la derecha y del centro que proceden de las clases populares, entonces estamos abocados a un fracaso político inevitable.
Me temo, por lo tanto, que los cambios políticos y las revoluciones no se pueden simplificar, en que los de "abajo" triunfen sobre los de "arriba". Son algo mucho más complejo. Porque los movimientos sociales, llegados a un cierto punto, se vuelven impotentes, sin instituciones que canalicen sus demandas (por lo que se ven obligados a acceder a las instituciones o -si tienen capacidad para ello- a sustituirlas, haciendo una revolución). Y porque, sobre todo, los de "arriba" tienen hondísimos apoyos, sociales y culturales, "abajo". Y ello no debería ser ignorado.
Como muy bien ha analizado Ernesto Laclau (en su libro La razón populista), el populismo es un discurso, una retórica, para construir identidades políticas y movimientos: contraponiendo el "pueblo" a "los que no forman parte de él". Sin embargo, nunca deberíamos cometer el error de creernos nuestra propia retórica, y olvidar que la realidad social resulta de hecho infinitamente más compleja.