Estuve viendo el otro día esta peculiar película de -el siempre también peculiar- Robert Aldrich (una película peculiar, además, por la razón adicional de que se trata de una producción de Hammer Film Productions) y no pude dejar de recordar inmediatamente la reciente The hurt locker (Kathryn Bigelow, 2008). Y es que, en efecto, el tema (las vicisitudes y emociones de los miembros de un equipo de desactivación de explosivos) y su tratamiento resultan, en principio, enormemente afines, si dejamos a un lado las diferencias de ubicación de la historia narrada (Alemania, 1945/ Irak, tras la invasión norteamericana).
Y, sin embargo, la revisión de ambas películas me ha servido para comprobar dos cosas. La primera, más evidente, es lo mucho que ha evolucionado el lenguaje cinematográfico desde 1959 hasta nuestros días: las escenas de la desactivación de los explosivos, impactantes en ambas películas, resultan sin duda alguna tratadas de un modo mucho más llamativo en The hurt locker. Y ello, a causa de la enorme riqueza de medios de expresión artística de los que disponía Kathryn Bigelow, en comparación con los disponibles para Aldrich en su momento. Disponibilidad esta que no depende tan sólo -aunque también- de los desarrollos tecnológicos, sino también de los cambios en el paradigma expresivo del lenguaje cinematográfico. En tal sentido, desde luego, una gran evolución, por un gran progreso, se ha producido.
Por otra parte, en el plano temático, el cambio principal entre el enfoque dado al tema en 1959 y el otorgado en 2008 tiene que ver con el diferente grado de moralismo de la narración (por lo demás, prácticamente igual de bronca y turbulenta): allí donde los protagonistas de la película de Aldrich se debatían, esencialmente, en dilemas morales (deseo y deber, moralidad y debilidad de carácter), los de Bigelow están ante todo obsesionados por problemas de (carencia de) sentido existencial. Se trata, en efecto, de que los soldados norteamericanos retratados por The hurt locker aparecen ante todo como seres traumatizados, cuyo trauma -así reza el discurso subyacente a la narración- les motiva a comportarse como auténticos desesperados. Un nihilismo, pues, en el que las consideraciones morales aparecen completamente ausentes de la narración, a no ser como restos, fragmentarios e incoherentes, de un discurso (superestructural) que no forma parte de la existencia.
El cine, pues, como reflejo de la evolución cultural (en el fondo y en la forma).