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viernes, 10 de abril de 2020

Antón P. Chéjov: Doma (= En casa)


Llamo la atención sobre este delicioso cuento de Antón P. Chéjov, porque, a través de la dramatización de una situación cotidiana, plantea cuestiones que en verdad son hondamente relevantes para enfrentar los dilemas del control social.

En efecto, el cuento presenta la siguiente situación: un padre (Evgueni Petróvich, Vikovski), fiscal de profesión y viudo (por lo que no puede contar con que de la educación de los hijos se ocupe -como solía ser más habitual- la madre), que, cuando llega a su casa, se siente en la obligación de amonestar a su pequeño (7 años) por haber fumado un cigarrillo, para corregirle y que no lo vuelva a hacer.

La paradoja de partida es, pues, bien patente: quien en su vida pública se dedica a recriminar, acusar, corregir y reprimir, tiene ahora que afrontar esa misma función en su ámbito privado; frente a una persona a la que quiere y a la que solamente quiere causar el sufrimiento que resulte estrictamente imprescindible, porque lo que más le importa es su bienestar, por lo que la corrección pretende ser únicamente aquella que sea necesaria por su bien.

Planteada así la situación dramática, dos son los dilemas que se le suscitan a ese padre acusador-corrector. Dos dilemas que, verdaderamente, surgen siempre en toda praxis de control social, si la misma es sometida a control racional y se llega a poner en cuestión su eventual justificación:

1ª) La justificación misma de la prohibición y de la sanción. ¿Qué tiene de malo, y de grave, que un niño fume una vez un cigarrillo?, se pregunta Evgueni. Y, en todo caso, concedido que pueda ser algo malo, ¿por qué es imprescindible castigarle por ello? ¿No puede resultar, tantas veces, la sanción mucho más perjudicial para el infractor que el daño que le ocasiona su infracción? ¿O es que -como afirma Evgueni- "cuando más incomprensible es el mal tanto más cruel y sumaria es la manera de combatirlo"?

2ª) La forma más eficaz (y, a la vez, más humana) de sancionar, si es que la sanción ha de cumplir finalidades moralmente justificables (correctoras, resocializadoras). Porque, en su ejercicio de corrección paterna,  Evgueni acaba viviendo una doble experiencia iluminadora. De una parte, experimenta la impotencia de la corrección moralista, puramente racional y autoritaria: su hijo pequeño apenas es capaz de comprender, y menos aún de dar importancia, al sermón moralizante que pretende hacerle entender por qué es tan malo que fume y por qué ello merece un castigo. Y, sin embargo, luego, cuando ya ha renunciado a hacerse entender, ese padre acaba -por puro azar- encontrando el camino idóneo para corregir a ese niño: ilustrándole con una fábula, repleta (de moralismo, sí, pero también) de imaginación, que apela no solo a la razón, sino también (y sobre todo) a la emocionalidad del pequeño, provocando su ansiedad, su compasión y su empatía. Así sí: así sí que consigue que el niño acepte que algo es malo (porque le causa pena) y que, por consiguiente, es preciso no volver a hacerlo.

Sin duda, las moralejas que es dado extraer de esta narración vienen condicionadas en buena medida por el hecho de que el destinatario de la corrección y del ejercicio de control social sea un tierno infante. Pero, ¿no ocurre que (según acreditan los estudios de Criminología, de Psicología, de Sociología y de Economía experimental) tod@s nosotr@s nos comportamos muchas veces, aun en nuestra vida adulta, también como tales? Acaso, entonces, algunas de esas reflexiones que el cuento suscita tengan alguna utilidad  también más allá del universo infantil, familiar y educativo...


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