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miércoles, 27 de marzo de 2019

First Reformed (Paul Schrader, 2017)


Resulta muy fácil que la capacidad de Paul Schrader para construir historias apasionantes y para narrarlas a través de unos recursos visuales arrebatadores acabe por privarnos de nuestra capacidad de reflexión crítica como espectador@s. First Reformed, su última película, me parece un buen ejemplo de ese riesgo que corremos ante su cine.

En efecto, si uno se para a pensar, resulta evidente que la historia que narra la película es el resultado de entremezclar el argumento de Taxi driver (Martin Scorsese, 1976), que Schrader escribió (actualizando la anécdota para volverla relevante hoy: medio ambiente, en vez de crisis urbana), con reminiscencias del de Journal d'un curé de campagne, la película que su adorado Robert Bresson presentó en 1951.

De este modo, lo que cuenta First Reformed es la historia de una crisis de fe (fruto de dudas ideológicas, pero también de amargas experiencias personales -fracaso como clérigo, muerte del hijo, enfermedad terminal, comprensión de la complicidad de su iglesia con el poder) que culmina en desesperación... y que -aquí, otro apunte contemporáneo- conduce al riesgo del terrorismo nihilista. (En el doble sentido: nihilista por su base ideológica; pero también próximo al objetivo político expresivo, de "propaganda por la acción", que perseguían los terroristas nihilistas rusos del siglo XIX.) Un riesgo desbaratado finalmente por la renuncia a los propios ideales (a la propia desesperación), sustituidos por una nueva fe, acaso tan irracional como la anterior, en el amor, en el deseo.

Una historia, como se ve, un tanto superficial, puesto que apenas se profundiza -al contrario de lo que ocurría en las dos películas en las que First Reformed se inspira- en las razones de la desesperación y de la pérdida de la fe, en la decisión de matar y en la de renunciar a hacerlo. Pero que Paul Schrader es capaz de narrarnos con tal convicción y brillantez visual que logra mantenernos pegad@s al asiento, atent@s de principio a fin a las vicisitudes de la atribulada existencia de Toller (Ethan Hawke).

Un abrumador ejercicio de maestría en el manejo de los recursos audiovisuales, pues. Pero también una oportunidad perdida de profundizar (como ciertamente estamos necesitando) en la filosofía -en la ética y en la estética- de la fundada desesperación que atraviesa el mundo contemporáneo. Una desesperación que la película evoca, de manera brillante, pero que apenas logra entender e interpretar (y, menos aún, hacernos comprender l@s espectador@s).




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