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jueves, 6 de diciembre de 2018

Richard Matheson: I am Legend


Como otras tantas narraciones debidas a su pluma (estoy pensando, especialmente, en los guiones que escribió para episodios de The Twilight Zone), la novela I am Legend está construida a partir de la manipulación de la focalización narrativa, con vistas a producir el efecto de extrañamiento que se pretende, tan característico del género fantástico.

Aquí, en efecto, una focalización estrictamente interna de la narración, que atiende exclusivamente a la información de la que dispone en cada momento el personaje protagonista, Robert Neville (ese último ejemplar de una humanidad "normal", en una era de epidemias masivas y de reconversión del género humano en una nueva especie), obliga al lector(a) a ir transitando a través de los estados de ánimo del personaje, de sus dilemas, miedos y anhelos. Esta técnica narrativa nos conduce a identificarnos fuertemente con la situación del último ser humano ("normal") vivo sobre la Tierra: con su sentimiento de soledad, con su asco hacia los humanos convertidos en vampiros, con su deseo de encontrar algún otro congénere, con el trauma de cuanto ha tenido que vivir, con el miedo que constantemente le acompaña (a ser atacado, a quedar indefenso, a convertirse en uno de ellos),...

Justamente, este exceso de identificación con el personaje principal, que la narración nos obliga a adoptar como actitud emocional ante la historia que estamos imaginando al leer la novela, es lo que permite, en el tramo final de la misma, producir el efecto fantástico (de extrañamiento) buscado. Y es que, en el momento en el que Neville es capturado, cuando está a punto de ser destruido, el personaje cobrará conciencia por primer vez de una posibilidad que hasta ese momento había permanecido invisible ante sus ojos (cegados por su perspectiva etnocéntrica -por su especismo, diríamos hoy): la posibilidad de que, en realidad, el individuo auténticamente anormal sea él, mientras que aquell@s a quienes él calificaba como "monstruos", al ser la mayoría (ya todos menos él), constituyan una nueva normalidad. De manera que la humanidad que conocemos (que conocía Robert Neville, que conocemos nosotr@s), de todas formas apenas susceptible de ser calificada de normal (a la vista de las propias monstruosidades que habitualmente conlleva), podría llegar a ser vista ya como una antigua y periclitada leyenda de horror: "hubo una vez unos monstruos, incomprensibles y absurdos, que habitaban la Tierra, antes de que nosotros, la nueva especie, surgiese...".

Como se puede comprobar, nos encontramos ante una digresión metafórica -otra- sobre las ambigüedades de la normalidad y de la normalización, en tanto que dispositivos de disciplinamiento social, y sobre los dilemas que el reto de la diversidad nos provoca, como individuos y como sociedades. Una metáfora que es elaborada (como debe serlo, cuando nos hallamos ante una narración que, como ésta, se pretende adscrita a la parte más noble -por estéticamente relevante- del género fantástico) sobre la base de un manejo maestro de los recursos estilísticos propios de la narración. En este sentido (estrictamente formal), I am Legend constituye un ejemplo de un uso extremadamente simple de tales recursos estilísticos (como señalé, Matheson se limita casi tan sólo a manipular la focalización narrativa); pero un uso muy efectivo para producir los efectos estéticos que se pretenden. Un ejemplo, pues, de modestia, pero también de maestría a la hora de dosificar la exhibición de dominio de la técnica narrativa.


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