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domingo, 23 de diciembre de 2018

¿La mirada del asesino?


Hoy la edición impresa del diario El Mundo, para ilustrar el ingreso en prisión de Bernardo Montoya, se despacha en portada con la fotografía y con el titular que reproduzco justo aquí encima (al que le sigue el correspondiente reportaje en páginas interiores, que se mantiene en la misma línea). Y enfoques similares pueden hallarse en otros medios de comunicación (véase, por ejemplo, aquí o aquí).

Más allá del sensacionalismo, lo que impresiona en la elección de esta fotografía y de este titular son tres datos:

1º) El hecho de que los periodistas que han elaborado y seleccionado estos componentes de la información se apoyen aún en un marco cognitiva tan desprestigiado científicamente como es el del "delincuente nato". A estas alturas, seguir retratando a criminales encallecidos como fruto de un destino ineluctable parecería un mal chiste, si no fuese porque, por desgracia, tópicos tan absurdos como éste influyen en la opinión pública y, sobre todo, en los marcos cognitivos a partir de los que l@s legislador@s encaran su labor de diseño de las políticas penales.

Llama la atención, en efecto, que se opte por la insostenible idea del delincuente nato y de imposible reinserción, cuando, de una parte, está demostrado, con pruebas abrumadoras, justamente que en la mayoría de las ocasiones los factores criminógenos decisivos son de carácter situacional, social: familia en la que se nace (es decir, clase social, oportunidades educativas y laborales, formas que adopta el cuidado de l@s niñ@s), barrio, ambiente laboral, red social circundante, etc. O, en otros términos: que es más que probable que Bernardo Montoya, nacido en otro momento y lugar, en otro medio social, hubiese sido una persona muy diferente, no el asesino y violador que parece (aún no ha sido juzgado ni condenado) que podría ser.

2º) Por lo demás, llama todavía más la atención el hecho de que no se destaque un hecho sobremanera relevante: que con Bernardo Montoya el sistema penitenciario español (y, por extensión, la sociedad española) ha fracasado estrepitosamente, pues fue incapaz -durante su período de estancia en prisión- de proporcionarle aquello que se supone que debe proporcionar (además de intimidación y de inocuización), que son oportunidades efectivas y eficaces de resocialización. Como en tantos otros casos (pienso, por ejemplo, en el de los "lobos solitarios" terroristas), el sistema penal (obsesionado como está por la retribución) sirve más para crear delincuentes que para suprimirlos...

3º) Por fin, no puede dejar de sorprender el hecho de que, de inmediato, la atención de los medios de comunicación se haya concentrado en el origen social del acusado (reforzando de este modo todos los prejuicios clasistas preexistentes: otro "monstruo" más procedente de las "clases peligrosas"...) y, en cambio, haya dejando de lado otra faceta del caso completamente obvia, y muy sobresaliente, cual es la del género. El hecho, en efecto, de que el crimen sufrido por Laura Luelmo es, sobre todo y ante todo, un acto de violencia -sexual y física- de un varón contra una mujer.

Un acto que, por cierto, se parece mucho a otros tantos cometidos por varones contra mujeres. Aun por varones pertenecientes a niveles sociales muy distintos a aquél al que pertenece el acusado de este delito. Estoy pensando, por ejemplo, en el caso Nagore Laffage Casasola (este ya sí, juzgado y con sentencia firme), que en 2008 fue intentada violar y luego asesinada por José Diego Yllanes, un médico del hospital  de Pamplona en el que trabajaba. Médico al que nadie osó calificar nunca de "asesino nato" ni de "monstruo", pero que hizo algo muy parecido a aquello de lo que ahora se acusa a Bernardo Montoya.

Y es que hacer hincapié sobre el origen social del asesino, sobre los prejuicios sociales en contra de las sectores sociales más empobrecidos (como si el homicidio de mujeres tuviese lugar con más frecuencia entre entre estos sectores, cuando es en realidad un crimen que está extendido de manera trasversal por todas las clases sociales) y sobre la disparatada teoría del "delincuente nato" tiene -más allá de las intenciones conscientes de unos periodistas que buscan tan solo atraer atención sobre una historia morbosa- una evidente función ideológica: poner el foco (equivocadamente) sobre un aspecto de este dramático caso que permite exorcizarlo, como si se tratase del fruto inevitable de una monstruosidad ajena a nosotr@s (l@s ciudadan@s "normales"); y, de este modo, desviar la atención respecto del problema criminológico real en este ámbito. Que no es el de que haya algunas personas marginadas con un largo historial criminal (las hay, pero la inmensa mayoría nunca violan ni matan a nadie), sino el de que España esté repleta de varones, de todas las clases sociales, dispuestos a creer que la mujer que no atiende a sus requerimientos (sexuales o de otro tipo) es una rebelde que debe ser "metida en cintura". Con la violencia que para ello, en cada caso (dependiendo de circunstancias y de relaciones previas entre autor y víctima), sea necesario emplear.

Así, bien harían l@s legislador@s en dejar de discutir zarandajas en torno a la prisión permanente revisable y el agravamiento de las penas de los delitos sexuales, que son medidas completamente inútiles para afrontar los problemas de los que estamos hablando. Y en dedicar, en cambio, más atención a la transformación de la estructura social sexista de la sociedad española (empoderando a las mujeres dentro de la familia, en el medio laboral, en el espacio público y, en general, en todos los ámbitos) y a modificar los valores machistas que siguen compartiendo -aunque, es verdad, cada vez menos-  amplios sectores de la población.


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