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jueves, 14 de junio de 2018

Antonio Di Benedetto: Zama


Zama es, en esencia, la narración de un proceso de descentramiento. O de cómo Don Diego de Zama, un sujeto ya plenamente moderno (son los finales del siglo XVIII, la autoconciencia ha devenido ya inevitable para cualquier europeo letrado), se enfrenta al progresivo despojamiento (fruto de las circunstancias, sí, pero también de sus propias impotencias como sujeto) de todo aquello que le revestía de su condición de tal: la pérdida del reconocimiento social como burócrata de la Corona española, la pérdida del privilegio de ser "civilizado" entre "salvajes". El abandono progresivo de la "racionalidad" hegemónica.

El reconocimiento (avergonzado, pero también irremisible) de los propios instintos animales: sexuales, de supervivencia. La confusión creciente -en las maneras de actuar, pero también en la conciencia- entre el bagaje cultural heredado ("civilizado") y aquel otro, desconocido, enigmático, pero atrayente, que rezuma del entorno exótico, "salvaje", y que va impregnando progresivamente la vida de Diego de Zama.

La reducción última, en suma, del sujeto civilizado, europeo, racional (superior) a pura vida: animal, natural, "salvaje", finalmente triunfante. Esa vida (humana, sí, por autoconsciente, pero esencialmente animal en cuanto a sus características más esenciales) que hace que, al final de la novela, su protagonista -derrotado, abandonado, perdido y amputado- opte, pese a todo, por la supervivencia y la continuación de su periplo existencial.

Zama es la traslación de las maneras novelísticas propias del existencialismo (es La nausée o Les chemins de la liberté, de Jean-Paul Sartre, es L'etranger, de Albert Camus...) al universo de lo exótico, de lo "primitivo". (Exótico, claro está, si se ve -como lo veía Don Diego de Zama, el personaje- desde Europa. Originario, en cambio, más bien, si -como hace Antonio Di Benedetto, el autor- se contempla desde la realidad latinoamericana del año 1956.) O de cómo el descentrado sujeto contemporáneo (a las alturas de la mitad del siglo XX se había vuelto inevitable reconocer que aun el más racional de los sujetos occidentales no era sino una máscara de las pasiones y ansiedades que en realidad le habitaban), empujado por su propia hybris a la conquista del universo ajeno y desconocido, en dicha frontera acaba por encontrarse con la realidad de su auténtica impotencia fundamental: su incapacidad para aceptar los límites de su potencia creadora, su inevitable fracaso como conquistador; útil herramienta de la expansión colonial capitalista, mas, en tanto que sujeto, extraviado en las contradicciones que dicho rol acaba por ocasionarle de manera prácticamente ineluctable.

Por lo demás, en el plano formal, Zama procede a adaptar la tersura de las formas de expresión lingüística propias de la novelística existencialista de mediados de siglo (no sólo las de Sartre y Camus, también las de Samuel Beckett) al lenguaje que podría emplear un burócrata letrado castellano de finales del siglo XVIII. Reconstruyendo, e inventando, de este modo, un lengua castellana igualmente tersa, pero también tensa: la tensión inevitable entre las formas dieciochescas y la mucho más intensa autoconciencia y ansiedad expresiva que el lenguaje literario ha asumido en la contemporaneidad.

De todo ello (de la idiosincrasia de la historia narrada y de la artificialidad creativa de la lengua empleada para construirla) surge una narración verdaderamente rompedora: que nos revela nuevas maneras de estar en el mundo (o de no estar) y nuevas contradicciones y carencias de la subjetividad occidental, en contra de la ideología (imperialista, racista, etnocéntrica) aún hoy predominante -a pesar de todas sus evidentes quiebras. Un aporte, pues, estético de primer nivel.


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