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domingo, 11 de marzo de 2018

Un "héroe" de nuestro tiempo: el represor renuente


Veía el otro día A most wanted man (Anton Corbijn, 2014), un thriller de espionaje que narra en realidad una historia de lo más convencional, y me preguntaba dónde estaba la gracia, la justificación, para que alguien como Anton Corbijn, que parecer haber ido eligiendo las películas que dirige (Control, The American) en atención a su potencialidad para constituirse en obras fronterizas, a caballo entre el cine de género y el formalismo, hubiera decidido realizar esta. Dada la naturaleza hondamente convencional de su argumento de intriga policíaca y de espionaje (y también -pero esta sería otra historia- lo artificiosas y superfluas que resultan las formas cinematográficas adoptadas para narrarlo), tuve que reconocer que el único encanto que (algun@s) podrían encontrar en la película estriba en el personaje protagonista, Günther (Philip Seymour Hoffman): ese agente secreto antiterrorista, rebelde, contrario a las convenciones, que desprecia los rituales y automatismos burocráticos, que intenta comprender a sus adversarios y enemigos, que cree que el trabajo paciente y la sutileza dan resultados... y que acaba por verse atropellado (y, con él, su investigación y los sujetos investigados) por las ansiedades antiterroristas del estado alemán, que quiere resultados prontos y claros, que no quiere correr ningún riesgo, que está dispuesto a todo para triunfar sobre "el Mal", sin matices, sin florituras, sin reflexión.

Evidentemente, al percatarme de esto, no pude por menos que recordar Homeland (Howard Gordon/ Alex Gansa, 2011-), una serie que, aunque en su primera temporada comenzó, de modo provocador, planteando la cuestión de la ambigüedad inherente al concepto mismo de "terrorista", con posterioridad ha ido transitando cada vez más por las sendas de la más convencional intriga de espionaje antiterrorista. Y, en este sentido, el protagonismo pasó, especialmente a partir de la tercera temporada, de manera exclusiva al personaje de Carrie Mathison (Claire Danes): una agente de la C.I.A. también poco convencional, capaz de comprender con más profundidad el fenómeno del terrorismo, de entender los motivos de sus perpetradores, de empatizar con ellos; de ver más allá, en suma. Que también se ve arrollada por las dinámicas burocráticas propias de los servicios de inteligencia (al cabo, órganos administrativos) y por las necesidades inmediatas y cortoplacistas de la "razón de Estado".

Pensándolo bien, lo cierto es que el cine y la televisión comerciales norteamericanas de estas últimas décadas han venido progresivamente a consagrar la representación de todo un arquetipo de personaje: el del represor renuente. Pienso en American sniper (Clint Eastwood, 2014), pienso en Unthinkable (Gregor Jordan, 2010), pienso en Munich (Steven Spielberg, 2005),... Se trata, en efecto, de un personaje arquetípico que, en diversas concreciones, transita por el discurso antiterrorista, cuando es representado en términos narrativos en el cine y en la televisión: un agente del Estado que, imbuido de su "sagrada misión", reconoce las complejidades del mundo real en el que el fenómeno del terrorismo tiene lugar, los conflictos subyacentes al mismo, la racionalidad de las motivaciones de sus perpetradores, los defectos del estado al que representa y defiende, tanto por lo que hace a la legitimidad de su causa como en la justificación y racionalidad de sus estrategias antiterroristas... Pero que, en último extremo, y a pesar de todos sus dilemas y dudas, acaba por tomar siempre partido por "su patria" (“Our country! In her intercourse with foreign nations may she always be in the right; but our country, right or wrong!”, como proclamó el comodoro Stephan Decatur...).

Nuestro personaje, empero, no resulta tan complaciente como el comodoro: al contrario, sufre y se debate, consciente de estar obrando de un modo inmoral. Pero también incapaz de "traicionar" a la comunidad (imaginada: nación) a la que cree servir y representar. Y, debido a ello, está dispuesto a (siempre con la compunción apropiada) cometer los actos moralmente más viles: a torturar, a secuestrar, a engañar, a matar sin juicio, a tomar rehenes,... Lo que acaba por producirle enormes remordimientos y una personalidad torturada.

En teología moral católica, esta actitud ética tiene un nombre: laxismo. Que significa que, en caso de duda, el sujeto moral está autorizado a seguir cualquier criterio moral, con tal de que exista alguna posibilidad -aun mínima- de que sea correcto, aun cuando haya muchas y poderosas razones para tenerlo por incorrecto.

Laxistas son, pues, los personajes de represores renuentes. Con los que se nos invita a l@s espectador@s a identificarnos: con su drama, con su conflicto psíquico, con su aciago destino; abocados -se supone- a hacer el mal, aun conscientes de estarlo haciendo, por imperativos más grandes que ellos  mismos, que sus decisiones.

Resulta obvio que esta forma de representar el comportamiento inmoral y de vulneración de los derechos humanos por parte de agentes del Estado posee un carácter notoriamente ideologizado, por cuanto presenta como un dilema moral y como un drama existencial lo que en realidad no lo es. No lo es, primero, porque, desde un punto de vista moral estricto, es evidente cuál es la respuesta éticamente correcta: un agente del Estado, al igual que cualquier otro sujeto moral, está obligado por las normas morales; y, por consiguiente, tiene moralmente prohibido participar en actos que atentan gravemente contra los derechos humanos. No existe, pues, realmente dilema moral alguno: en la duda, abstenerse de realizar la acción contraria a los derechos humanos es lo correcto.

Pero es que, además, la ideologización resulta aún más aguda en la medida en que la misma presentación de la situación en la que se ha de adoptar la decisión aparece falseada. Pues, en efecto, la forma de representar al represor renuente pasa en todo caso por renunciar a profundizar en la estructura de poder político en la que el personaje se integra y en cuyo seno actúa. Es decir, por naturalizar dicha estructura, por dar por inimaginalble la posibilidad de ponerla en cuestión y/o de transformarla. Así, el represor renuente aparece como alguien destinado fatalmente a torturar, a matar, a secuestrar, etc. en nombre del Estado: destinado, por una estructura de poder político que resulta invencible e incuestionable. Algo que obviamente sólo existe en los delirios (siempre propensos a una concepción totalitaria de la sociedad y del sistema político) de los fanáticos de la raison d'État, puesto que en la realidad las estructuras políticas pueden y son constantemente transformadas. De manera que, de hecho, siempre existe -cuando menos, en principio- la alternativa de la desobediencia (no sólo a la orden inmoral, sino incluso) a la estructura de poder a la que se sirve: la rebelión transformadora. Posibilidad que no por infrecuente debería dejar de ser tenida en cuenta. el menos en el plano de las hipótesis imaginarias, en una representación narrativa de la realidad política que tenga vocación emancipadora, no de servir al discurso (ideológico) hegemónico.

Así pues, conviene precaverse, antes de asumir el rol de un(a) espectador(a) acrític@, frente a muchas narraciones audiovisuales, para no dar por buenas (por estéticamente aceptables) obras que realmente resultan sumamente tramposas, en su representación de la realidad política de la represión estatal y de la fenomenología de la vulneración de los derechos humanos...




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