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jueves, 7 de abril de 2016

Dr. Jekyll and Mr. Hyde (Rouben Mamoulian, 1931)


De entre las numerosas versiones cinematográficas  que se han realizado del relato de Robert L. Stevenson, la que hoy comento posee algunas peculiaridades particularmente dignas de mención. Se trata, creo, de la primera versión dentro del cine sonoro y realizada por uno de los directores, Rouben Mamoulian, que más y mejor supo, en esos años de transición, profundizar en las posibilidades que los recursos expresivos de la nueva técnica volvían disponibles. Y se trata, además, de una película pre-code, esto es, producida antes de que se implantase en las grandes compañías de Hollywood el llamado "código Hays" (en denominación oficial: Motion Picture Production Code), por lo que su tratamiento de la sexualidad y del desnudo (femenino, por supuesto) es mucho más desprejuiciada de lo que  luego se volvió habitual...

Hoy, sin embargo, en mi comentario desearía más bien concentrarme sobre todo en un aspecto especialmente llamativo y pertinente de la narración. Me refiero a la notable aproximación que la película realiza a la mirada masculina y sexista sobre el cuerpo femenino.

En efecto, no es casual que la película comience con un ejercicio de plano subjetivo, en el que se pretende que el punto de vista de la cámara represente así la mirada del protagonista, Henry Jekyll (Frederic March). Pues, en realidad, toda la película constituye un agudo ensayo acerca de cómo la mirada (del varón de clase acomodada y con un elevado nivel de capital social y cultural) se constituye en herramienta de poder, de dominación.

Así, la mirada de Jekyll sobre Ivy Pearson (Miriam Hopkins), cargada de deseo erótico (un deseo reprobado por las hipócritas convenciones morales puritanas, que sólo debe ser satisfecho de manera subrepticia), se convierte en la mirada dominadora de Mr. Hyde. Es la misma mirada (masculina, sexista), en dos estadios diferentes de su condición de dispositivo de poder sexista. Henry Jekyll mira para acotar el cuerpo femenino (pobre) como objeto exclusivamente sexual. Mr. Hyde, luego, mira para mantener ese cuerpo y esa sexualidad femenina (y, claro, también -tal es el drama- a la persona que se encarna en ellos) bajo su dominio, exclusivo y absorbente.

Y, así, las escenas de la película en las que Mr. Hyde se relaciona con Ivy constituyen un auténtico ejercicio de narración (terrorífica) acerca de la violencia de género en el ámbito de la pareja. Apenas es posible, en efecto, hallar, de entre toda la filmografía que este tema ha generado en la época contemporánea, escenas tan fantásticamente terroríficas, por crudas y realistas, como lo son estas que comento: dominación, por el terror, en estado puro.

Y, así, cuando Henry Jekyll ve obstaculizado su deseo y su dominio sobre su prometida "formal" ("decente" y de clase alta), Muriel (Rose Hobart), se convierte en Mr. Hyde, para aplicar la violencia que hace falta para restablecer la dominación.

De este modo, la versión de Mamoulian viene a poner en representación una de las (muchas) implicaciones y connotaciones del sugestivo relato adaptado: de todas las duplicidades y ambigüedades inherentes a la construcción burguesa de un sujeto (masculino) racional y autocontrolado, a las que apunta la obra de Stevenson, Dr. Jekyll and Mr. Hyde, en su versión fílmica de 1931, concentra su atención especialmente en la siniestra relación entre deseo erótico, sexismo, dominación masculina y violencia de género. Y, en este aspecto, resulta sencillamente magistral, en su abierta descripción de las relaciones de poder subyacentes a ese deseo y a esa violencia.

Mi consejo, pues: quien quiera discutir y reflexionar, al hilo del cine, sobre violencia de género en la pareja, olvídese de tantos ejemplos banales (por tópicos, por condescendientes, por maniqueos) de "cine social" y vuelva a los clásicos. A este clásico, cuando menos. No le decepcionará.




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