En esta última película de Steven Spielberg, el/la espectador(a) podrá encontrar, en la forma en la que decidido llevar a cabo la narración de su historia, en realidad varios relatos subyacentes diferentes (varios mitos), todas ellos íntimamente imbricados con las preocupaciones sociales, morales y políticas de su director. Y podrá, por lo tanto, quedarse con (focalizar su atención en) aquél o aquellos que más le interesen.
En efecto, uno puede hallar aquí un relato (tan caro al director: Catch me if you can, The terminal, Jurassic Park,...) sobre la preservación de la integridad individual, enfrentada a las perversas dinámicas de poder propias de las organizaciones burocráticas. O también puede concentrar su interés en el comentario abiertamente político (también frecuente en la obra de Spielberg: Amistad, Munich, Minority report, War of the worlds, Lincoln,...) acerca los dilemas (contemporáneos: el relato histórico apenas disimula el paralelismo que se pretende realizar con la situación presente) de las democracias liberales a la hora de afrontar desafíos políticos (el comunismo, el islamismo, el "terrorismo") que no caben en sus limitados espacios de tolerancia y que las conducen, prácticamente siempre, a renegar -en mayor o menor medida- de sus teóricos principios y a violar los derechos humanos, imponiendo regímenes de excepción y/o autoritarios. O puede aproximarse a la ironía con la que, pese a todo, están tratados los personajes con poder en la película, los agentes de los servicios de inteligencia de ambos bandos, atrapados en sus lógicas burocráticas y en sus juegos de estrategia e incapaces de resolver eficazmente los conflictos a los que se enfrentan. O, en fin, uno puede también dejarse llevar sin más por la trama aventurera (suavemente aventurera, pero magníficamente narrada), la intriga de espionaje, en la que un hombre común se ve inmerso, y en la elegancia y ligereza con el que (en un estilo ingrávido comparable al del Roger Thornhill -Cary Grant- de North by northwest) Tom Hanks lo encarna.
Personalmente, sin embargo, el relato contenido en Bridge of spies que más me ha interesado (sin por ello dejar de disfrutar y apreciar los restantes) ha sido otro, también político, aunque menos perceptible a primera vista. (Que el lamento progresista -y más bien impotente, en último extremo- por las contradicciones e hipocresías de una ideología liberal que propugna siempre la maximización de la libertad... excepto para sus enemigos. Unos enemigos que son seleccionados, además, libérrimamente en cada momento desde el poder). Me refiero a la tensión constante, a lo largo de toda la trama, entre dos lógicas operantes en el ámbito de la política: la lógica de la acción y la lógica de la palabra.
Piénsese en la trama de esta película, o en cualquier situación política real. En aquella o esta, la praxis política transcurre siempre en paralelo a través de dos vías, paralelas y radicalmente diferente: se obra, pero también se habla. Se obra para transformar la realidad. Se habla para justificar por qué se actúa (o por qué no se actúa); por qué se debe actuar o por qué no. Pero, para mayor complicación, ambos caminos, el de la acción (material, física) y el del discurso (verbal, simbólico), no permanecen aislados el uno del otro, sino que, antes al contrario, existen puentes que comunican entre los dos. Así, la palabra sirve para llamar a la acción (o a la inacción). Y sirve para volver la acción más probable o menos (concitando, por ejemplo, apoyo de terceros en su favor o en su contra). U opera también, a veces, como herramienta para la acción: justamente (tal y como ocurre en la película), en la negociación política. Puesto que, en realidad, la negociación política no es más que un discurso que pretende generar acciones.
La cuestión, por supuesto, es que esos puentes, entre discurso y acción política, en absoluto aparecen expeditos: porque la palabra puede resultar engañosa; y porque la acción puede traicionar aquello que las palabras prometían.
Y la cuestión es, también, que la praxis política no puede prescindir ni de uno ni de otro ámbito: la política como puro discurso se convierte en mera retórica, palabrería, gesticulación (algo que tant@s parecen no entender -en los movimientos sociales y en las izquierdas, al menos); y la acción sin discurso (injustificada) deviene arbitrariedad y tiranía.
La política, pues, entre la racionalidad y la voluntad de poder: en fino equilibrio entre ambas (en el mejor de los casos). Es en este sentido en el que una historia como la que Bridge of spies narra, por más que rezume un optimismo y un idealismo un tanto fuera de lugar (puesto que la experiencia histórica nos indica más bien que, cuando ambas lógicas llegan a enfrentarse a cara de perro, es la de la racionalidad la que casi siempre pierde, convirtiéndose entonces la política en algo tremendamente perturbador, peligroso y destructivo), resulta interesante: por su capacidad para representar abierta y fielmente esa dualidad, su tensión y su dialéctica, de un modo no muy transitado en el cine contemporáneo.