Para quien esto escribe (que, desde luego, ya no es ningún chaval), detenerse en una película como Faraday (hallada casi por casualidad, por una recomendación leída azarosamente en una revista) cobra el sentido de una auténtica exploración. Y, como toda auténtica exploración, los descubrimientos obtenidos amenazan siempre con desestabilizar las expectativas ya consolidadas: aquí, en tanto que espectador, tanto en lo relativo a la materia propia del cine como a sus formas que pueden considerarse "correctas".
Faraday versa sobre una pareja jovencísima y el círculo de gente que la rodea. Sobre sus obsesiones (por lo paranormal y por la exposición y la popularidad en las redes sociales) y sobre su práctica imposibilidad para madurar, para convivir y para fijarse metas de las que suelen ser consideradas "adultas".
Pero esta trama, que podría haber dado lugar casi a cualquier clase de película, es tratada desde el punto de vista narrativo a partir de la elección de dos opciones genéricas: la comedia satírica y el cine de superhéroes (en su versión contemporánea: pastiche de género fantástico, de cine de artes marciales, de sword and sorcery,...). Un@s superhéroes, pues, ridícul@s, enfrentad@s a peligros fantásticos también risibles, que resuelven con su torpeza característica. Que ocultan detrás de sus risibles fantasías una evidente sensación de fracaso, una completa carencia de expectativas.
De cualquier forma, si algo llama la atención en la película, no es, desde luego, ni su trama ni tampoco su tratamiento dramático y adscripción genérica: las tres características ubican a Faraday dentro de toda una corriente del cine contemporáneo (subterránea, en cierto sentido, por transitar alejada de la respetabilidad crítica e ir dirigida principalmente a un público tampoco "respetable": adolescentes, jóvenes de clase baja -"chavs" y "chonis"-, etc.) que está retratando, a su manera (poco convencional), el estado de desconcierto de amplios sectores -los menos acomodados- de la juventud contemporánea. En este sentido, la película se convierte antes en representativa (aunque también por ello resulte relevante) que en verdaderamente original.
En cambio, donde hay que anotar tantos en favor del director es en la forma de visualizar su narración. Y es que Faraday es una de esas pocas películas comerciales contemporáneas (recuerdo ahora mismo otras dos, bastante distintas entre sí y con la que hoy comento: Redacted -Brian de Palma, 2007- y Scott Pilgrim vs. the world -Edgar Wright, 2010) que se toman en serio la revolución que en el universo de la imagen han introducido los ordenadores, internet y las redes sociales. E intenta acomodar su manera de narrar a dichos cambios. Así, podemos seguir instantáneamente en la pantalla (de cine) las evoluciones y cambios que sufre la presentación pública de sus protagonistas en las pantallas abiertas a internet, así como las reacciones del público (de internet), que la película constantemente nos recuerda que están contemplando (y opinando, y tomando posición) lo que nosotr@s mism@s, espectador@s de la película, vemos (en silencio).
Como decía más arriba, toda exploración auténtica te conduce, inevitablemente, hasta lugares extraños. Ello me ha sucedido a mí al contemplar Faraday: retrato cruel (¿y realista?) de un cierto sector -el más desprotegido- de la juventud contemporánea; reflexión (bien formalizada) sobre el impacto de internet y de las redes sociales en la forma de presentarse en sociedad, de imaginarse y de inventarse, de quienes, en el fondo, en principio están abocados a ser vistos únicamente como "fracasad@s" o como curiosidades; revisión de las formas visuales para representar cinematográficamente el universo de las pantallas múltiples e interconectadas carecterístico del internet actual,...
Descubrimientos, dudas e inquietudes: bienvenidos, sean.