En materia de largometrajes, Pixar Animation Studios no ha apostado nunca por la fantasía. (Los cortometrajes son otra cosa.) No se trata, en efecto, en su cine (como sí que ocurre en el caso de otros excelsos representantes del cine de animación contemporáneo: pienso, paradigmáticamente, en Hayao Miyazaki, pero hay otros muchos) de construir universos alternativos al nuestro, sino, más bien, de "animar" éste, en el más espiritual sentido del término: de narrar cómo habría que ver nuestro universo si diésemos por supuesto que detrás de cada fenómeno que nos rodea existe una ánima, un espíritu que lo anima: los juguetes (la tres películas de la serie de Toy story), los miedos infantiles (Monsters, Inc. y su secuela), las máquinas (Wall-E), la vejez y la muerte (Up),...
En Inside out se vuelve a realizar idéntica operación, del modo magistral al que ya nos tienen acostumbrados, con la mente infantil y su desarrollo (hacia la adolescencia). En este sentido, la película constituye una espectacular construcción visual para presentar prácticamente todo el conocimiento asentado en ciencia cognitiva (más exactamente, de las teorías representacionales) sobre el funcionamiento de la mente humana: el papel de las emociones en todo razonamiento, el funcionamiento de la memoria a largo plazo, del recuerdo y del olvido, el papel del inconsciente y de la fantasía,... (Faltaría tan sólo ubicar la consciencia, que no aparece en la trama como entidad independiente -¡hasta en esto la película resulta moderna, adaptada a las más modernas teorías!)
Personificando a diferentes manifestaciones de lo mental, la película transcurre en su inmensa mayoría dentro de la mente de Riley, una niña de doce años, que se ve sacudida, al tiempo, por los últimos estertores de la infancia y por un cambio de domicilio que le resulta traumático. Y representando así dramáticamente, pero de un modo tremendamente verosímil, cómo (parece que) funciona la mente humana. (Cabría, de hecho, recomendar la película como un excelente recurso didáctico para visualizar -de manera simplificada, por supuesto- muchos de los problemas que se examinan y tratan en las discusiones de la ciencia cognitiva contemporánea.)
Como siempre, la película es prácticamente perfecta desde el punto de vista técnico, muy dinámica y tremendamente divertida. Aunque, como siempre también ocurre con las producciones Pixar, en el fondo late una melancolía, una nostalgia (acaso impostada, aunque, por lo que uno va viendo, parece impregnar buena parte del imaginario colectivo norteamericano contemporáneo), por el trascurso del tiempo, la pérdida de la inocencia y el final de la infancia, entendida como la (única) tierra de la felicidad.
Melancolía y nostalgia que (como también es habitual en el cine norteamericano contemporáneo más complaciente y conservador) acaba por (intentar) solucionarse reafirmando la importancia del "amor" y de la "familia", como refugios frente a un universo descrito, implícitamente, como salvaje, inclemente, aterrador, desolador.
Nada nuevo, pues, ni en el plano estético ni en el ideológico. Pese a ello, el nivel de excelencia alcanzado, en la formalización de la narración (tanto en su aspecto de desarrollo dramático, con brillantísimas escenas cómicas y/o de acción, como en el de la construcción visual de escenarios y personajes), es tal que el disfrute está asegurado. En este caso, además, y por el mismo precio, se podrá asistir a un cursillo acelerado de ciencia cognitiva, bien divulgada de una manera visualmente atractiva y comprensible... Desde luego, por poder, podríamos, sí, pedir aún más (más arrojo ideológico), pero apenas nos atreveríamos, visto que nos hallamos ante uno de los ejemplares más excelsos del cine (comercial, sí) norteamericano contemporáneo.