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viernes, 20 de febrero de 2015

Costa da Morte (Lois Patiño, 2013)


Sin duda alguna, lo más llamativo de Costa da Morte es la decisión adoptada de quebrantar constantemente, de principio a fin de la película, de un modo tan extremo y acusado las convenciones habituales acerca de la relación entre imagen y sonido (diegético): de organizar la película desde el punto de vista visual en torno a planos generales, mientras que el volumen del sonido diegético (de las voces humanas, principalmente) resultan muy desproporcionadamente alto para la distancia desde la que (darían por supuesto las convenciones estéticas hegemónicas, que pretenden hacer pasar a la posición de la cámara por trasunto de la del/la espectador(a)) se supone que está siendo "escuchado".

Lo que se obtiene de este modo es un extraño producto cinematográfico. Porque, en términos visuales, se aproxima mucho a la delectación en el paisajismo, apenas turbado por la presencia de diminutas figuras humanas en su seno. (En este aspecto, se ha señalado, con razón, la evidente influencia del pathos y de la estética románticas sobre la película.)

Y, sin embargo, de esos paisajes grandiosos, en los que la figura humana aparece apenas entrevista, adividinada, surgen torrentes de voces: de diálogos humanos, de habitantes de la comarca gallega, que rememoran el conjunto de leyendas, historias y tradiciones que dan cuerpo a su identidad, al tiempo que trabajan, pasean o esperan.

Se produce, así, un entrechocarse de elementos, que hace que la película cobre su peculiaridad, su difícil ambigüedad. ¿Un homenaje a la grandiosidad y belleza del paisaje? ¿Un (superficial) recorrido por la identidad cultural de una comarca de características tan definidas como la de la Costa de Morte? Quién sabe: todo a la vez quizá...

Por todo ello, mi recomendación es contemplar Costa da Morte y disfrutarla exclusivamente como una obra cinematográfica formalista: formalmente bella. Tengo mis dudas de que, en realidad (y pese a las declaradas pretensiones de su director), aporte algo sustantivo desde el punto de vista temático, ni como obra documental ni como obra narrativa. Aun cuando su belleza sea, como digo, mucha: por lo que muestra (visualmente), pero también por esa capacidad de hacer colisionar -extrayendo chispas de belleza del choque- elementos que, en las puestas en forma audiovisual más convencionales, suelen ir -adocenadamente- de la mano. Aquí, en cambio, la dialéctica imagen/ sonido (¿al modo propuesto por Eisenstein, Pudovkin y Alexandrov, en su manifiesto de 1928?) resulta siempre problemática. Y, por ello, estéticamente enriquecedora.




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