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jueves, 25 de diciembre de 2014

Daniel Albarracín: ¿Cómo hacer frente a la deuda?


Vale mucho la pena leer este artículo, tanto por lo que dice como, también, por lo que silencia, porque ambas cosas (buenos conocimientos teóricos, correcto enfoque político, pero también hondas limitaciones a la hora de transformar la teoría en propuestas) retratan bien lo que es -y lo que no es- la izquierda española.

En concreto:

- Se analiza muy correctamente el papel político y económico de la deuda en un capitalismo con problemas de rentabilidad y altamente financiarizado.

- Se destaca, también acertadamente, la necesidad de enfocar la cuestión de la deuda como lo que (también) es: un problema a resolver con criterios (no sólo técnicos, sino también) políticos; con un conflicto sobre poderes, derechos y recursos, en suma, entre clases y grupos sociales.

- Sin embargo, todo lo anterior, sustancialmente compartible, se queda, desde el punto de vista puramente político, en muy poco, cuando se es incapaz de traducir el análisis en propuestas de acción  política que vayan más allá del wishful thinking. Y ello, porque no se es capaz de pasar del plano de lo que es moralmente justo y, por consiguiente, políticamente deseable (una reestructuración de la deuda favorable a los intereses de las mayorías populares), al de las estrategias concretas de acción que, para lograr tal objetivo, resultan verdaderamente -esto es, no sólo en nuestros sueños- practicables, a la vista de las estructuras de poder (político, social y económico), interno e internacional, realmente existentes.

Llamo la atención, en efecto, a este respecto sobre el tenor del último párrafo del artículo, que dice así:

"Aunque es probable que el impago selectivo tenga consecuencias transitorias negativas (cierre temporal a los mercados financieros, posible expulsión del euro –si no se alcanza un acuerdo que redefina las reglas europeas-, encarecimiento de las materias primas y energía si hay que tomar una nueva moneda devaluada, etc.), se podrá contar con resortes y recursos nuevos: la deuda aminorada puede liberar más de un 6% adicional del PIB para recursos públicos, la reforma fiscal para alcanzar la media europea un 8% más, y la lucha contra el fraude efectiva otro 8%, lo que sumando con la configuración de un polo público bancario, puede afirmarse que podrá responderse a esta situación, mejor aún si este camino se emprende en compañía de otros países solidarios. Es preciso incluir en la agenda política una explicación pedagógica a la población que ponga sobre la mesa el coste de la libertad, para que se observe el horizonte y se convenza de que merece la pena. Sin el apoyo popular difícilmente podrá llevarse adelante medidas de esta naturaleza."

"Consecuencias transitorias negativas" (qué eufemismo: se trata de consecuencias inmediatas, y gravísimas, por cierto), frente a deseados cambios estructurales a medio plazo. Deseados, sí, pero difícil saber si verdaderamente esperables: en concreto, en el caso de la reforma fiscal y de la lucha contra el fraude, quienes nos ocupamos de las cuestiones de law enforcement, sabemos que, incluso cuando se cuenta con la mayor de las voluntades políticas y con todos los recursos necesarios (y se trata siempre de dos enormes y problemáticos síes), lograr resultados en la lucha contra el fraude y el quebrantamiento de normas constituye siempre un largo camino, complejo y de resultados inciertos. Sea como sea, aun en el mejor de los casos (de que tales resultados se logren finalmente), me parece evidente que no se puede tomar en serio, como estrategia política, adoptar medidas con efectos inmediatos de shock sin tener más previsión que la confianza en que en el futuro se van a lograr (tal vez) resultados que compensen los daños inmediatos y seguros.

Reconozcámoslo, pues: seguimos necesitando una verdadera estrategia política, viable para enfrentarnos al problema de la deuda, que contemple acciones posibles a corto y medio plazo para prevenir y compensar los previsibles riesgos para la ciudadanía de, mediante decisiones políticas, poner en cuestión el poder del gran capital financiero internacional. Y, mientras no tengamos tal estrategia, todo lo que digamos sobre esta cuestión (sobre lo que nos gustaría hacer, en suma) seguirá siendo mera palabrería: porque si alguien de izquierdas llegase a gobernar el Estado español, estaría condenado (a causa de su impotencia para triunfar sobre ese poder del gran capital) a incumplir sus promesas en la materia.


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