Con el habitual estilo audiovisual del cine de Juan Cavestany (ese que él mismo califica de "hecho a mano": textura visual "sucia", estilo idiosincrásico en la composición de los plano y en el montaje,...), Gente en sitios está formada por un conjunto de episodios apenas interrelacionados, desde el punto de vista dramático, pero que lo están hondamente, sin embargo, en el plano temático.
En efecto, cabe afirmar que esta última película de Cavestany constituye un ejercicio magistral (en el que fondo y forma llegan a conjuntarse perfectamente), en el cada episodio narrado constituye una variación sutil (servida por actores y actrices siempre espléndidos) en torno a un tema común: las perplejidades, complejidades, ambigüedades y dilemas a los que nos somete, constantemente, la (micro-)interacción social.
Hay quien, en sus comentarios sobre la película, ha querido conectar su narración con la crisis socioeconómica que asuela a España. Qué duda cabe, una película tan "hecha a mano" como es Gente en sitios (que ha sido construida, pues, a partir de la exploración de rostros de actores, personajes y espacios de aquí y de ahora mismo) ha de reflejar, necesariamente, algo de lo que nos está ocurriendo. Y, pese a ello, yo realmente tendería a rechazar que la película deba ser ubicada en el ámbito del "cine social", si por tal entendemos aquél volcado preferentemente hacia la revelación, en sus narraciones y en sus imágenes, de las estructuras macro-sociales. Porque, en este sentido, Gente en sitios (que, como digo, algo apunta desde luego al respecto, a causa de su modo de producción) resultaría en verdad sumamente decepcionante...
Ocurre, no obstante, que lo que verdaderamente cabe hallar, y admirar, en la película es más bien esa atención preferente a lo micro-social: a todo lo ambiguo, complejo y dilemático que surge, una y otra vez, en el curso de la dinámica de las interacciones interpersonales. Unas interacciones que, por supuesto, aun cuando sean personales, no dejan de estar profundamente influidas por el medio social en el que tienen lugar. Un medio que genera expectativas, deseos, criterios de valoración y relaciones de poder, también en esas interacciones personalizadas.
Y es en este sentido en el que Gente en sitios apunta: justamente, a revelar, mediante el recurso (usual también en el cine de Cavestany, como ya he señalado en otra ocasión) a los recursos dramáticos del teatro del absurdo, todo lo que de artificioso, de construido (y, por consiguiente, de socialmente construido) hay en los patrones de interacción personal. Y cómo ello conduce en ocasiones a la perplejidad, por incapacidad de las personas -como aquí de los personajes- para "salirse de su rol" por un solo instante, para percibir su absurdo, así como todas las posibilidades alternativas de actuación que están ignorando, a cada paso que dan.
En el fondo, como advierte Juan Carlos Monedero en las reflexiones que vienen (casi) a concluir la película, las personas -los personajes de Gente en sitios- no queremos ser verdugos, pero tampoco víctimas. Y, para intentar hallar ese punto intermedio (en un medio social tan hondamente penetrado por condicionamientos de todo género) nos sometemos, una y otra vez, al absurdo. Haciendo todo lo posible para ignorar tal hecho.
Los personajes de Gente en sitios no son, seguramente, conscientes de lo cómico y ridículo de su comportamiento, absorbidos como están por el desempeño de sus papeles, como tampoco lo somos habitualmente nosotr@s de cuánto lo es el nuestro. Hace falta el efecto revelador (y distanciador) del arte para que ello se vuelva manifiesto. Tal es el mérito de una película como ésta.