Uno de estos días, he participado en una jornada pública, en una universidad española, en la que se hablaba acerca del futuro del libro jurídico. Aunque, en realidad, no importa el tema. La cuestión (a la que quiero hacer referencia, en esta nota y en esta reflexión) es que me hallaba rodeado de personas que, como yo, ostentan puestos de responsabilidad -sin duda, en diferentes grados- en universidades, empresas editoriales del máximo nivel, colegios de abogados, miembros del Poder Judicial, etc. (Aunque no puedo asegurarlo, creo probable que el hecho de tratarse de juristas no añada, ni quite, nada a la anécdota y a su carácter ejemplar: podría haberse tratado del sector sanitario, o del de la construcción, o...)
En este contexto, empezaron a surgir las lamentaciones (hasta cierto punto, justificadas) acerca del calamitoso estado de las facultades de derecho y de la cultura jurídica española, aquejada ahora mismo de un exceso de publicaciones (no necesariamente dotadas de la suficiente calidad o adecuación a sus lector@s) y de un déficit abrumador de demanda por parte de los potenciales consumidor@s (abogad@s, jueces y magistrad@s, fiscales, estudiantes, etc., que escasamente leen libros y publicaciones jurídicas). Situación agravada, desde luego, por los brutales recortes presupuestarios, así como por corruptelas varias.
Hasta aquí, nada nuevo: la "cultura de la queja" viene siendo usual, tanto en la universidad como en los cuerpos de funcionarios (altos funcionari@s, en especial), como también en las empresas privadas; más aún desde que las restricciones presupuestarias están obligado a prescindir de la "cultura de la subvención".
La cuestión, sin embargo, que me interesa destacar es el género de explicaciones y de soluciones que -con contadas y honrosas excepciones- proponen "nuestr@s" líderes a los problemas a los que se enfrentan (es éste, pero podrían ser muchos otros):
- Esencialismo culturalista ("Es que España es así"): las soluciones que funcionan en otros lugares no pueden ser eficaces en España, debido a -elíjase según gustos- nuestro carácter, nuestra historia, nuestra moralidad, nuestras costumbres,...
- Utopismo europeísta ("Esto sólo se soluciona europeizándonos, más"): a pesar de la evidencia de que la Unión Europea está aquejada de males gravísimos (entre otros, de injusticia y de insolidaridad galopantes), una parte de nuestras élites nos sigue vendiendo la receta de que apostar por la Unión Europea (por el Derecho europeo, por la integración de su gran capital y de sus élites, por una etérea "ciudadanía europea") darán solución a todos nuestros males... entre otros, a nuestro carácter, moralidad, costumbres,...
- Moralismo ("España fue y será una porquería..."): al parecer, fuimos y seremos siempre unos inmoralistas contumaces. Mientras no nos "remoralicemos", cambiemos de usos y costumbres, todo seguirá igual, nada tendrá remedio. Y, como esto pinta remoto, pues... tenemos lo que nos merecemos.
- Voluntarismo regeneracionista ("Entre tod@s podemos"): parecería que el problema es la falta de esfuerzo. Habría, pues, que cambiar de guías y aprestarnos a sacrificios (indeterminados, en su cuantía, cualidad y -sobre todo- distribución), que garantizarían volver al buen camino.
- Nostalgia ("Nada es ya como antes fue"): parecería que la juventud es inculta, los políticos corruptos, los profesionales mediocres,... no como en tiempos pasados -indeterminados- en los que todo fue, sin duda, mucho mejor.
- Seudo-sociología ("La globalización -internet,...- nos ha arrollado"): la más complaciente de todas las interpretaciones, porque transmite las responsabilidades a "fuerzas históricas" incontrolables, e irresponsables.
Podría continuar, pero no merece la pena: todo seguiría en el mismo tenor, simplista.
Es obvio que cualquiera de estas explicaciones no resiste un análisis mínimamente riguroso. Es evidente también que se trata de respuestas ideológicas: de (auto-)justificaciones y de (auto-)excusas, que prescinden de los hechos para, tomando aislada y sesgadamente ciertos datos, otorgar explicaciones globales y "de sentido común" a cuestiones complejas.
Y es claro que lo que falta en todas y cada de estas (seudo-)explicaciones es, por supuesto, la política: parecería que esa "España" de sus desvelos la formamos tod@s por igual; sin distinciones de clase social, de riqueza, de culturas, de género, etc. Y que no hay nada que decir sobre el reparto del poder y de los recursos en el seno de las mismas.
Y que -por ejemplo- los niveles de lectura de libros jurídicos no tienen que ver, en el caso de l@s estudiantes, con una enseñanza universitaria intencionalmente degradada (por políticos del #PPSOE, a sugerencias de lobbies, y con el asentimiento de casi todos los poderes universitarios) y con la desigualdad (en términos de recursos materiales y culturales), la precariedad y la pobreza de demasiadas familias. O, en el caso de l@s profesionales (abogad@s, fiscales, jueces y magistrad@s), con una administración de justicia poco atenta a las garantías y a los derechos de la ciudadanía, y poco respetuosa con su obligación de rendir cuentas (y ello se hace, claro está, motivando bien las resoluciones).
Todo esto lo sabe cualquiera que haya dedicado más de dos horas a reflexionar sobre el problema. No merece la pena, pues, perder el tiempo desmontando las ideologías que subyacen a las seudo-explicaciones que nuestras élites acogen tan gustosamente (porque resultan inofensivas, porque eximen de responsabilidad).
Pero sí conviene saberlo: estos discursos (exculpatorios, ideológicos, banales, complacientes) son los que continúan predominando, en los salones del poder.
Tal vez no hubo nunca (o sí: pero hace ya bastantes años) tanta distancia entre lo que escuchamos en las plazas públicas, a la ciudadanía, y lo que seguimos escuchando -quienes, por nuestra posición, tenemos acceso- en despachos y salones de ceremonias oficiales de las élites. Quizá nunca hizo tanta falta bajar a las plazas a escuchar a la gente: burdamente, sin duda, pero ell@s, al menos, dicen la verdad (tal y como la ven y comprenden).
Por expresarlo, otra vez, en un ejemplo: sólo las voces de l@s estudiantes (de algun@s, desde luego, de l@s mejores de entre ell@s: de los movimientos estudiantiles) son capaces de recordarles a editores, profesor@s y operadores jurídicos esas verdades del barquero (sobre el poder, sobre la riqueza, sobre los planes de estudios, sobre el servicio público,... sobre su responsabilidad) que en los plañidos habituales no somos capaces siquiera de adivinar.
Y si es "populismo" decirlo en voz alta, y afirmar que mientras no cambiemos de élites no hay solución (y que, para ello, hay que empezar por no creernos sus discursos, y por cuestionar su derecho a seguir dirigiendo tan mal como lo vienen -venimos- haciendo), pues entonces conviene, hoy en día, ser un populista.