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miércoles, 8 de enero de 2014

Thomas Mann: Doktor Faustus (y otras novelas idealistas)


Confieso que, hasta ahora mismo, tan sólo he leído tres novelas de Thomas Mann (bien que, de ellas, al menos las dos últimas son aquellas que mayor prestigio literario han alcanzado): Der Tod in Venedig, Der Zauberberg y, ahora, Doktor Faustus. De manera que los comentarios que siguen son, necesariamente, parciales.

Y, pese a ello, en las tres novelas resulta tan extremadamente prominente la característica que deseo destacar que es difícil no pensar que (tratándose, como se trata, de algunas de las muestras más maduras y logradas de su arte literario) ha de permear toda la obra del escritor, porque atraviesa también su ideología y su visión del mundo.

Me estoy refiriendo, en concreto, al evidente, apabullante idealismo que sus novelas -estas tres, cuando menos- rezuman. Idealismo, en el sentido más amplio, cultural, del término (no necesariamente coincidente con su sentido filosófico -ontológico y epistemológico- estricto): como expresión de una visión del mundo social.

Una visión en la que, a tenor de las narraciones que Mann construye, dicho mundo social podría y debería ser comprendido principalmente a través de la aprehensión de aquellas ideas que sus agentes protagonistas sostienen, que resultan hegemónicas. Las ideas, pues, y su evolución, como principio explicativo dominante de lo real.

Es sabido que, en el plano formal, una de las grandes aportaciones de Thomas Mann a la renovación en el siglo XX de la técnica narrativa ha sido la incorporación, en el seno de la novela, de notables digresiones discursivas, en las que sus personajes dialogan en torno a grandes temas: el papel del artista y de la belleza, en Der Tod in Venedig; el sentido último de la modernidad, en Der Zauberberg; o, en fin, en Doktor Faustus, sobre la posibilidad de la creación artística en un mundo social desarticulado, y sobre la responsabilidad del intelectual ante ello. (En los tres casos, sintetizo burdamente, por supuesto.)

Ocurre, no obstante, que -como, por lo demás, era de esperar, en un gran artista- tal renovación técnica (que logró -junto con aportaciones de Kafka, Proust, Broch, Svevo, Faulkner, Joyce, etc.- que la novela contemporánea -la mejor, claro- resultase mucho más proteica) no es en absoluto gratuita. Antes al contrario, obedece a necesidades expresivas hondamente sentidas por el autor: a su necesidad de plasmar una cierta visión del mundo. Precisamente, esa visión idealista a la que estaba haciendo referencia.

En efecto, en el mundo novelesco de Mann, la realidad se configura desde el universo de lo cultural. Así, en Doktor Faustus, la búsqueda de la forma musical más "adecuada" a los tiempos actuales, por parte del protagonista, Adrian Leverkühn, y los sacrificios (fáusticos) que para ello ha de realizar, se constituye en metáfora de la problematicidad esencial que -rezaría el discurso del autor- caracteriza al mundo contemporáneo. O, acaso, en algo más que en metáfora: en auténtica descripción de dicha problematicidad y de dicho mundo. Bien que, claro está, una descripción realizada en el plano ideal: del "Espíritu" (Geist).

Dicho de otro modo: la visión del mundo plasmada en la novelística de Thomas Mann -en las tres novelas que comento, cuando menos- se me aparece hondamente emparentada con la ideología propia de la gran tradición filosófica idealista alemana, aquella que tiene su culminación en el pensamiento de G. W. F. Hegel, aun cuando sea, desde luego, mucho más rica y multiforme que lo que él -ya de por sí suficientemente ambiguo- representa.

Supondría de hecho un intento (otro más), perfectamente característico en el seno de dicha tradición, de subvertirla desde dentro: de colocar el examen del "Espíritu" del tiempo (presente), que tan útil venía siendo como sustrato para las ideologías del conformismo en Alemania (sumisión a la monarquía prusiana, auge del pangermanismo, adhesión al nacionalsocialismo, etc.), al servicio del movimiento democrático. Algo que ya intentó en su momento la izquierda hegeliana, que había radicalizado Karl Marx (quien, por supuesto, fue mucho más lejos, distanciándose a lo largo de su vida de la tradición de la que había bebido inicialmente) y que había tenido otros diversas manifestaciones en la historia de las ideas en Alemania.

Hay que recordar que Thomas Mann había comulgado, al menos hasta finales de la primera guerra mundial, con aquellas ideologías conformistas, aun cuando luego evolucionase hacia posiciones políticas más progresistas. De manera que el recorrido de los personajes de sus novelas posteriores ha de ser visto también como un balance crítico -y hondamente personal- de cuanto en las ideologías hegemónicas en Alemania debía, desde una perspectiva democrática, ser revisado. (Existen, en Doktor Faustus, numerosos pasajes en los que se alude explícitamente a esta evolución ideológica, desde el conformismo hacia el pluralismo y las convicciones democráticas, del personaje del narrador, Serenus Zeitblom.)

La cuestión, por supuesto, es decidir si todo esto, que tiene un indudable interés desde el punto de vista de la historia de las ideas (y, por supuesto, de las de la estilística literaria), posee además algún otro, desde la perspectiva del tiempo presente. En este sentido, confieso mi dificultad para hallarlo yo. Y es que desde 1947 (fecha de publicación de la novela) hasta hoy han sido muchos y sustanciales los cambios. Primero, a causa del notable descrédito en el que ha caído la tradición filosófica idealista como modo de encarar el análisis de lo real: sin, por supuesto, despreciar los hondos descubrimientos filosóficos que aportaron en su momento los grandes representantes de aquella tradición, hoy tendemos a aceptar una filosofía mucho más materialista y realista; y tendemos a afrontar las cuestiones culturales más bien con instrumentos analíticos (la filosofía del lenguaje, las ciencias de la cultura) que con grandes relatos metafísicos.

Pero ocurre, además, que las que al pensamiento europeo de la primera mitad del siglo XX le parecieron las "grandes cuestiones" (en esencia: los problemas derivados del nihilismo, como marca de la modernidad), sin haber desaparecido (¡en absoluto!), han quedado relativizados por otros, derivados de la progresiva consolidación y extensión de la dominación capitalista en todo el mundo: cuestiones relativas a la convivencia entre culturas, al reconocimiento de la diferencia, a la justicia global y a la misma supervivencia de la especie humana (a resultas de las amenazas procedentes de la guerra y del deterioro medioambiental). Cuestiones todas ellas a las que la gran tradición europea no ofrecía respuesta (aunque puedan, desde luego, extraerse de ella ideas y valores que podrían ayudar a encontrarla).

Quizá, lo que estamos necesitando es un nuevo Thomas Mann, contemporáneo: escritor@s que sean capaces, con el suficiente rigor técnico y expresivo, de plasmar en relatos sugestivos desde el punto de vista discursivo los nuevos desafíos, y nuestra actual visión del mundo. (¿Existen ya, en la literatura mundial actual, tales escritor@s, y ocurre tan sólo que soy yo quien lo desconozco?)


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