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lunes, 7 de octubre de 2013

Syngué sabour. Pierre de patience (Atiq Rahimi, 2012)


Al ver el otro día esta película, me preguntaba en dónde están, dónde han de fijarse los límites (morales, estéticos) de la puesta en forma de una narración. Si no existen o si -como yo pienso- más bien deberíamos imponérnoslos, a nosotr@s mism@s, en tanto que espectador@s y/o creador@s, de un modo férreo. (Acaso, también, para poder transgredirlos en alguna ocasión, justificada, por la naturaleza del tema o por puro juego.)

Y me lo preguntaba, porque películas como ésta obligan a cuestionarse si, en realidad, todo puede estar permitido, en la representación artística (pretendidamente, de la realidad). Aquí, una trama que evoca la situación de dominación en la que viven gran parte de las mujeres afganas (atrapadas por sus propias tradiciones comunitarias sexistas, por el sexismo más elaborado del islam conservador y por la adición de sexismo que comporta la militarización de la sociedad) es transformada en una suerte de canto "poético" (en el más banal sentido del término) a la libertad sexual, y a la libertad en general.

¿Quién podría estar en contra de dicho objetivo? Sólo los conservadores, podría pensarse, l@s sostenedor@s de la ideología patriarcal. Y, sin embargo, yo -que espero no ser uno de ell@s- confieso mi dificultad para aceptar que el fin (el supuesto objetivo, "humanitario", que haría posible defender públicamente una obra como ésta) justifique los medios. Vale decir, las formas que se han empleado para construir la narración: que en verdad sea posible ver en una narración que se empeña en presentar fenómenos tales como la violación en el marco de los conflictos armados, la prostitución o la sumisión sexual de la mujer, de manera que parezcan experiencias de liberación de la protagonista (una magnífica Gofshifteh Farahani, que prácticamente sostiene con su interpretación toda la película), algo más que una manipulación, sentimentaloide y esteticista, de dramas reales, para uso y abuso de occidentales con "mala conciencia".

No estoy, por supuesto, reclamando que toda narración haya de ser realista, en el sentido más chato de la expresión. (De hecho, pienso que -como he sostenido en otra entrada de este Blog- el abuso de la retórica del realismo constituye uno de los errores más comunes del cine que se pretende explícitamente político.) Soy perfectamente consciente, por el contrario, de que caben -y son recomendables- otros enfoques, diferentes, para aproximarse a la realidad, obteniendo también así imágenes reveladoras (quizá, incluso, más reveladoras).

No, la cuestión no es el realismo. La cuestión es, más bien, la voz: ¿a quién pertenece la voz que predomina -monopoliza, de hecho- la narración en Syngué sabour. Pierre de patience? ¿A la protagonista? Cabe dudarlo: habría que pensar, al contrario, que alguien (un narrador imperioso, que manifiesta su poder tanto en el nivel del guión como en el de la puesta en imágenes) ha decidido utilizar esa marioneta que es la Mujer protagonista de la narración para expresar una serie de ideas, de emociones y de experiencias que no pueden ser suyas, de ella. Pero, entonces, ¿de quién son? ¿Y por qué es ella quien nos las transmite, con su monólogo, con su interpretación, con el modo en el que la cámara se aproxima a su cuerpo y a su rostro?

Es, precisamente, en este ejercicio de ventriloquia (y de prestidigitación, en suma) donde hallo yo las objeciones, tanto morales como estéticas, a esta forma de narrar. Un cuerpo de mujer (una actriz), que pretende representar a una mujer afgana sometida a unas circunstancias de dominación, es presentado manifestando ideas, emociones y experiencias que no pueden ser suyas, sino que, evidentemente, son de un intelectual occidental, educado en los valores ("progresistas") de Occidente. Es presentado, pues, como una marioneta.

¿De qué nos vale, entonces, que las ideas y valores que se exalten sean, en sí mismo buenos? ¿En qué se diferencia, en cuanto a su actitud, esta forma de narrar del "imperialismo humanitario" que, en el plano político, promueven las grandes potencias occidentales, cuando se enfrentan a los pueblos del Sur, pretendiendo imponerles, a la fuerza, una visión y una forma de actuar y de organizarse, supuestamente por su bien? Puesto que se trata, igualmente, de una narración que, en vez de empoderar a los sujetos que representa, les arrebata hasta su voz, y del modo más insidioso: no (tan sólo) callándoles, sino, además, suplantándola.

O, tal vez, la pregunta clave que habría que hacer es, más bien: ¿a quién va dirigida una película así? ¿Importan las mujeres afganas aquí, o son sólo un pretexto para hablar (bien) de nosotr@s mism@s, l@s occidentales "humanitari@s", que estamos tan preocupad@s por lo que ocurre fuera de nuestras fronteras que -en nuestra "distante desatención"- hacemos películas sobre ello (con actores creíbles, eso sí: algo se ha avanzado, en el perfeccionamiento de las técnicas propagandísticas, desde el banal cine orientalista del Hollywood clásico...)?

Hace algún tiempo, comentando otra película tan objetable -y por razones similares- como ésta, me preguntaba: ¿existe un racismo (sedicentemente) de izquierdas? Hoy respondo: por supuesto. Porque la toma de postura en favor de la igualdad real (seña de identidad de las izquierdas) no depende únicamente del modelo social ideal que se defiende (el producto), sino también del papel -igualitario o no, empoderado o no- que en el proceso se permite cumplir a cada agente dominado. Y, a este respecto, hay quien no le permite ningún papel; y quien le trata, por consiguiente, como un grupo social inferior, de menor dignidad.


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