La geopolítica, en tanto que disciplina, podría ser definida como el estudio de los discursos y prácticas de poder sobre el espacio. Y el discurso geopolítico podría serlo como aquella parte del pensamiento práctico (no teórico, pues) acerca de la política que codifica los proyectos de agencia sobre el espacio de un determinado operador de poder. El discurso geopolítico ha sido tradicionalmente -y sigue siéndolo, de modo predominante- cuestión de élites: de las élites de los estados y de otras organizaciones acaparadoras de poder (transnacionales, organismos internacionales, etc.); y de la parte más poderosa de dichos agentes (de las "grandes potencias").
Es por ello por lo que resulta de interés penetrar en este terreno (pantanoso, tanto desde el punto de vista conceptual como en lo que se refiere a sus implicaciones políticas -en términos de Machtpolitik- y, sin embargo, imprescindible para analizar con realismo el mundo de la política) con ojos abiertos, sin anteojeras ideológicas y con rigor teórico. El libro de Colin Flint (Routledge, 2006) lo intenta, en un nivel meramente introductorio, realizando una presentación amplia de temas, que pretende proporcionar una visión general y un marco de comprensión de los discursos y prácticas geopolíticas. Eludiendo las tentaciones del "realismo" (explicar las prácticas de poder geopolítico exclusivamente desde el punto de vista de las "necesidades" de los agentes -de los estados, principalmente) y del elitismo (comprender -al modo de, por ejemplo, Henry Kissinger y otros tantos ideólogos del imperialismo- la geopolítica como un "juego de los líderes", en el que la mayoría de las personas y grupos sociales aparecerían como meros espectadores, o como victimas). Y destacando, por el contrario, cómo de hecho las prácticas geopolíticas son prácticas complejas, en las que intervienen múltiples agentes, de forma interrelacionada y entreverada.
Es particularmente relevante, en este sentido, la importancia que se otorga en la obra (y, en general, podríamos decir, en todo el enfoque crítico en estudios sobre seguridad y relaciones internacionales) a las cuestiones de representación: en efecto, las prácticas geopolíticas comienzan por un esfuerzo de codificación, de la realidad espacial (identificando "lugares", en tanto que espacios definidos, relevantes y ubicados en redes de relaciones, sociales) y de las realidades del poder (las relaciones y los conflictos). Y es sobre la base de esta codificación, de esta elaboración de un discurso que pretende comprender la realidad y orientar la praxis, sobre la que, luego, se desarrollan las prácticas específicas de poder geopolítico: de dominación de lugares y de creación y/o destrucción de redes de interrelación entre lugares.
Desde luego, las prácticas geopolíticas operan a diversos niveles: en el plano de la búsqueda o preservación del liderazgo mundial, pero también en el plano de las hegemonías regionales, así como en el de las relaciones entre entidades políticas vecinas. Y también en niveles mucho más locales, como ocurre en el caso de las prácticas de poder en las fronteras, o en los procesos de incorporación o separación de territorios a/de estados. Y, en fin, igualmente (y cada vez más, a resultas de las consecuencias del conjunto de fenómenos que solemos agrupar bajo el término "globalización"), a través de redes, globales o regionales, más allá -o más acá- de las delimitaciones fronterizas tradicionales.
En todo caso, es importante tomar en consideración todos estos fenómenos cuando se estudian procesos políticos... pero también procesos de configuración y aplicación del Derecho. Así, por ejemplo, muchos de los hechos de las últimas décadas en relación con el resurgimiento del "terrorismo" internacional (y las reacciones de los estados y de los organismos internacionales ante ello) sólo pueden ser comprendidas si se atiende -entre otros, pero muy especialmente- al marco geopolítico (derrumbe de la Unión Soviética y del mundo comunista, liderazgo -en principio, incuestionado- de los Estados Unidos, operaciones militares y cuasi-militares de la superpotencia en zonas de Asia y Oriente Próximo, reacciones frente a ello, etc.). Ello resulta obvio. Y tal vez no menos lo sea, por ejemplo, que la dinámica de la extranjería y las migraciones (y las reacciones a las mismas) también está ligada a determinados códigos geopolíticos, y a prácticas derivadas de los mismos. Y así sucesivamente.
Por ello, pienso que el estudio de estas cuestiones (tradicionalmente alejadas del campo de interés de los estudiosos -como los juristas- de las realidades intraestatales) resulta imprescindible, puesto que acaso siempre, pero desde luego ahora, es imposible preservar la distinción entre política interna y política externa. Y, por consiguiente, tampoco lo es llevar a cabo un estudio de las políticas intraestatales (y de las prácticas de elaboración y aplicación del Derecho en el seno de los estados) sin hacer referencia, y tomar como marco, una visión más global de los fenómenos políticos que son objeto de estudio.
Para acabar, observaré que, si algo se puede poner en el debe de esta obra (aunque acaso se trate tan sólo de una limitaciones autoimpuesta), ello es la falta de atención -directa- a los procesos concretos de toma de decisiones geopolíticas. Pues, en efecto, los códigos geopolíticos enmarcan las concretas decisiones. Pero, ¿cómo se llega a la elaboración de tales códigos de partida? Es claro que existen toda una serie de procesos, con múltiples actores (con diferentes niveles de influencia), que acaban por producir el discurso geopolítico que, luego, los agentes emplean una y otra vez como explicación y justificación de sus decisiones, y como guía para adoptar otras nuevas. No obstante, un estudio sintético de tales procesos (que, por lo demás, han sido objeto de interés en el seno de la historia política y diplomática y en la teoría de las relaciones internacionales) hubiese sido de interés.
Es por ello por lo que resulta de interés penetrar en este terreno (pantanoso, tanto desde el punto de vista conceptual como en lo que se refiere a sus implicaciones políticas -en términos de Machtpolitik- y, sin embargo, imprescindible para analizar con realismo el mundo de la política) con ojos abiertos, sin anteojeras ideológicas y con rigor teórico. El libro de Colin Flint (Routledge, 2006) lo intenta, en un nivel meramente introductorio, realizando una presentación amplia de temas, que pretende proporcionar una visión general y un marco de comprensión de los discursos y prácticas geopolíticas. Eludiendo las tentaciones del "realismo" (explicar las prácticas de poder geopolítico exclusivamente desde el punto de vista de las "necesidades" de los agentes -de los estados, principalmente) y del elitismo (comprender -al modo de, por ejemplo, Henry Kissinger y otros tantos ideólogos del imperialismo- la geopolítica como un "juego de los líderes", en el que la mayoría de las personas y grupos sociales aparecerían como meros espectadores, o como victimas). Y destacando, por el contrario, cómo de hecho las prácticas geopolíticas son prácticas complejas, en las que intervienen múltiples agentes, de forma interrelacionada y entreverada.
Es particularmente relevante, en este sentido, la importancia que se otorga en la obra (y, en general, podríamos decir, en todo el enfoque crítico en estudios sobre seguridad y relaciones internacionales) a las cuestiones de representación: en efecto, las prácticas geopolíticas comienzan por un esfuerzo de codificación, de la realidad espacial (identificando "lugares", en tanto que espacios definidos, relevantes y ubicados en redes de relaciones, sociales) y de las realidades del poder (las relaciones y los conflictos). Y es sobre la base de esta codificación, de esta elaboración de un discurso que pretende comprender la realidad y orientar la praxis, sobre la que, luego, se desarrollan las prácticas específicas de poder geopolítico: de dominación de lugares y de creación y/o destrucción de redes de interrelación entre lugares.
Desde luego, las prácticas geopolíticas operan a diversos niveles: en el plano de la búsqueda o preservación del liderazgo mundial, pero también en el plano de las hegemonías regionales, así como en el de las relaciones entre entidades políticas vecinas. Y también en niveles mucho más locales, como ocurre en el caso de las prácticas de poder en las fronteras, o en los procesos de incorporación o separación de territorios a/de estados. Y, en fin, igualmente (y cada vez más, a resultas de las consecuencias del conjunto de fenómenos que solemos agrupar bajo el término "globalización"), a través de redes, globales o regionales, más allá -o más acá- de las delimitaciones fronterizas tradicionales.
En todo caso, es importante tomar en consideración todos estos fenómenos cuando se estudian procesos políticos... pero también procesos de configuración y aplicación del Derecho. Así, por ejemplo, muchos de los hechos de las últimas décadas en relación con el resurgimiento del "terrorismo" internacional (y las reacciones de los estados y de los organismos internacionales ante ello) sólo pueden ser comprendidas si se atiende -entre otros, pero muy especialmente- al marco geopolítico (derrumbe de la Unión Soviética y del mundo comunista, liderazgo -en principio, incuestionado- de los Estados Unidos, operaciones militares y cuasi-militares de la superpotencia en zonas de Asia y Oriente Próximo, reacciones frente a ello, etc.). Ello resulta obvio. Y tal vez no menos lo sea, por ejemplo, que la dinámica de la extranjería y las migraciones (y las reacciones a las mismas) también está ligada a determinados códigos geopolíticos, y a prácticas derivadas de los mismos. Y así sucesivamente.
Por ello, pienso que el estudio de estas cuestiones (tradicionalmente alejadas del campo de interés de los estudiosos -como los juristas- de las realidades intraestatales) resulta imprescindible, puesto que acaso siempre, pero desde luego ahora, es imposible preservar la distinción entre política interna y política externa. Y, por consiguiente, tampoco lo es llevar a cabo un estudio de las políticas intraestatales (y de las prácticas de elaboración y aplicación del Derecho en el seno de los estados) sin hacer referencia, y tomar como marco, una visión más global de los fenómenos políticos que son objeto de estudio.
Para acabar, observaré que, si algo se puede poner en el debe de esta obra (aunque acaso se trate tan sólo de una limitaciones autoimpuesta), ello es la falta de atención -directa- a los procesos concretos de toma de decisiones geopolíticas. Pues, en efecto, los códigos geopolíticos enmarcan las concretas decisiones. Pero, ¿cómo se llega a la elaboración de tales códigos de partida? Es claro que existen toda una serie de procesos, con múltiples actores (con diferentes niveles de influencia), que acaban por producir el discurso geopolítico que, luego, los agentes emplean una y otra vez como explicación y justificación de sus decisiones, y como guía para adoptar otras nuevas. No obstante, un estudio sintético de tales procesos (que, por lo demás, han sido objeto de interés en el seno de la historia política y diplomática y en la teoría de las relaciones internacionales) hubiese sido de interés.