Primera de las aportaciones de Hammer Film Productions (y única de Terence Fisher) al universo de las adaptaciones del conocidísimo (y sometido a todo género de interpretaciones) relato de Robert Louis Stevenson, esta película destaca fundamentalmente por su capacidad para convertir el argumento fantástico en uno de melodrama. (Lo señala así, certeramente, Antonio José Navarro en su comentario sobre la película, en el nº 333 -abril 2004- de la revista Dirigido por).
En efecto, si, en manos de Jean Renoir (Le testament du Docteur Cordelier, 1959), el relato de Stevenson acababa plasmando una sobria y seria reflexión acerca del ineluctable destino del ser humano, en la versión de Fisher, lo que hallamos es un individuo abocado a la infelicidad, que intenta salir de ella por todos los medios... incluidos los más inmorales. Y, en este contexto argumental, la trama fantástica no constituye más que un recurso dar cabida y rienda suelta a una exploración de las pasiones reprimidas de un individuo aherrojado por su autocontrol, pero que se da cuenta de que debe perderlo para intentar llegar a ser lo que desea ser... O de cómo el mal puede ser un instrumento imprescindible para la búsqueda de la felicidad.
Todo ello, servido por Fisher con una puesta en imágenes muy contenida, que se aleja en todo momento de los cánones del género fantástico, para insertarse más bien en los del melodrama. (Cierto que en los de una subespecie del género completamente anómala, por su cruce con elementos fantásticos. De ahí el interés particular de la pelicula.)