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jueves, 15 de agosto de 2013

Juventude em marcha (Pedro Costa, 2006)


A nivel temático, Juventude em marcha es una continuación directa de la anterior película de Pedro Costa, No quarto da Vanda: se trata, en efecto, de seguir la trayectoria de varios de los personajes de aquella película, y del barrio de Fontainhas, trascurrido el tiempo, destruidas las chabolas y realojadas sus gentes, abandonada la droga...

En el plano dramático (de la trama), sin embargo, la película se distancia notoriamente de aquella primera, por cuanto que aquí existe una vocación mucho más manifiesta de narratividad. O, para ser más precisos, de una narratividad más convencional, en cuanto que, en vez de concentrarse -como ocurría con No quarto da Vanda- en la vivencia de los instantes, se pretende narrar (a través de pequeños fragmentos, preciosistas, de micro-narraciones, eso sí) una "gran historia": la de la constitución del barrio, la de la inmigración caboverdiana al mismo; y, al cabo, también la de su final, cuando el barrio es destruido y sus habitantes lo abandonan y -en su caso- son realojados en nuevos pisos de corte moderno.

Es decir, en realidad, me parece a mí que Juventude em marcha sólo aparentemente, en su aspecto más superficial, tiene algo que ver con la anterior película. Y ello, porque lo que allí era la morosa (y realista, en el sentido más noble de este dudoso término) narración de una experiencia vital (y social), descrita en todos y cada uno de sus instantes, en la nueva película se ve prácticamente borrado por una tentación muy peligrosa, a mi entender: la de la épica. Costa, en efecto, junto con sus "actores", nos retrata ahora una larga historia de ascenso y caída (o de caída y ascenso, va en opiniones), que pretende poseer un sentido. Lo cual, creo, es una notoria traición al sentido que la anterior obra poseía: en la vida de Vanda (y de Ventura, y de tod@s l@s demás personajes de ambas películas) y de las personas que como ellas se ven arrojadas a los márgenes, no hay épica posible, a no ser que se imponga artificialmente desde fuera; hay tan sólo experiencias, corporales, vida, placer, dolor y muerte.

Es cierto que la diferencia, éticamente relevante, es que aquí la épica es impuesta a la historia por parte de los mismos "actores", en conjunción y de común acuerdo con el director. Sin embargo, esto tiene que ver con la ética de la vida. Desde el punto de vista estético (de la capacidad, pues, de la narración para revelarnos algo importante, al contemplarla -desde el punto de vista de la obra, pues), sin embargo, aquella diferencia ética apenas importa: lo cierto es que en Juventude em marcha resuena, debido a esa vocación épica, un notorio tono de artificio, francamente molesto.

Algo que, por cierto, es posible ver reflejado igualmente en la forma visual de la película. Mientras que No quarto da Vanda destacaba -entre otras cosas- por el intencionado voto de pobreza, por la consciente renuncia a cualquier retórica visual explícita, es fácil detectar en Juventude em marcha una preocupación, verdaderamente preciosista, por la composición de planos "bellos". Lo cual, desde luego, compagina bien con el tono épico de la narración. Pero, sin embargo, implica desandar parte del camino (verdaderamente interesante, desde el punto de vista estético) que Costa había andado en la otra película. Al cabo, el "artista" (el retórico) se ha impuesto.

Obvio es decirlo: las anteriores apreciaciones proceden de alguien que, no teniendo ninguna implicación emocional ni con el creador ni con sus personajes (ni con las personas que los encarnan), ve la obra como un producto (como el producto de un proceso -que apenas me importa, si no es por sus resultados). Es una perspectiva ciertamente limitada, y limitadora, aunque la única posible para quien esto escribe. Hay, lo sé, otras posibles. Mas no son la mía.


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