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viernes, 30 de agosto de 2013

Killer Joe (William Friedkin, 2011)


William Friedkin nunca ha sido amante de sutilezas, en la temática y desarrollo dramático de sus películas: más bien, le han gustado siempre la contundencia y el efectismo. Servidos, eso sí, por una notable capacidad para poner en adecuada -y contundente, y efectista- forma audiovisual (y es que en sus obras el sonido ha sido siempre igual de importante que la cámara o el montaje) la historia que estaba narrando.

Killer Joe gustará a l@s amantes de las historias tratadas con un punto de histerismo y con trazo grueso: con una clara tendencia a la caricatura en la descripción de personajes (esa familia white trash tejana, no sólo desestructurada, sino dispuest@s a venderse l@s un@s a l@s otr@s al mejor postor, con tal de hallar una salida a sus desconsoladas existencias...) y lindando con la comedia negra en la construcción de las situaciones dramáticas.

Basada de forma evidente en una obra teatral, característicamente efectista, operando sobre estereotipos manidos procedentes del género negro, la película es una narración esencialmente vacía. Un entretenimiento, pues, con ese punto de sadismo en la construcción de la mirada espectatorial (tanto a nivel temático como en el plano formal) que se ha vuelto demasiado habitual en tantas otras obras cinematográficas desarrolladas -y esta, evidentemente, lo es, a pesar de la edad de su director- tras el impacto enorme que Quentin Tarantino ha tenido sobre el cine norteamericano (tanto el comercial como el sedicentemente "alternativo").

Que nadie espere, por lo tanto, encontrar una narración criminal dotada de sentido o relevante por algo que revele o ilumine. No, Killer Joe no es de esas, sino de ese otro -mucho mayor- grupo de películas del género que se limitan a entretener y a satisfacer ciertas pulsiones (¿innobles?) espectatoriales.

Todo ello, servido por la indudable pericia de Friedkin a la hora de emplear tanto el montaje como la banda de sonido, así como la composición de planos extremadamente cerrados, para crear tensión. Una tensión que es puramente interna a la trama; pero con la que, como espectador@s, sin embargo, resulta muy difícil llegar a identificarse.


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