Coger a actrices cuya carrera ha estado ligada hasta ahora a series televisivas consideradas "inofensivas" y "para todos los públicos", y convertirlas en protagonistas de una historia de violencia, delincuencia, sexo, drogas, diversión desenfrenada y nihilista. Y filmar dicha historia recurriendo a una estética visual propia de los videoclips y de los programas televisivos sensacionalistas: una estética en la que la pulsión escópica del/a espectador(a) (frente a un espectáculo "fuerte" desde el punto de vista temático -para los parámetros del cine comercial norteamericano) es tomada como criterio rector central de la puesta en imágenes, y en la que el aparente frenesí de la historia narrada intenta ser transmitido mediante recursos visuales -hoy ya tan manidos- como la cámara en mano, un montaje sincopado, una iluminación "sucia", el empleo de la banda sonora para guiar las emociones del/a espectador(a)...
Tales son las decisiones, formales, que caracterizan y vuelven específica la apuesta cinematográfica de la última película dirigida por Harmony Korine. En este sentido, acaso no nos hallemos demasiado lejos de otros intentos similares: de Oliver Stone (con Natural born killers y, más recientemente, con Savages), en particular.
Como siempre, intentos como el presente pueden ser leídos desde diferentes perspectivas: como el indigesto fruto de una estética posmoderna mal digerida, amiga del pastiche y de la cita; o bien, de otro modo, como una puesta en cuestión, desde la perspectiva formal (pero también, en el fondo, temática), de las seguridades que parece presuponer el canon más clásico de la narración del cine comercial norteamericano. Seguridades acerca de cómo narrar una historia. Pero también acerca de cómo debe ser representado el mundo que se muestra en dichas historias.
De cualquier modo, lo cierto es que, con independencia de cuál haya sido la intención del director, es claro que el resultado final es, cuando menos, desasosegante: la visión que Korine vierte sobre la juventud universitaria norteamericana (¿sólo norteamericana?), sobre su inseguridad, desorientación, ansiedad... y también sobre la escasez de salidas realistas a dicha situación (¿no son las protagonistas de la película como animales atrapados, que imaginan tener una salida, pero que, una vez que han jugado el juego de la huida, se ven obligadas a volver a su jaula, a sus vidas sin incentivo?), ha de hacer pensar.
Especialmente cuando, como es el caso, la representación de dicha situación no es presentada con los -demasiado habituales- tonos del drama moralista, sino más bien a través de las categorías estéticas que las propias jóvenes protagonistas (y el segmento del público que sigue habitualmente a las actrices que las encarnan) hubiesen, seguramente, empleado: las de una película "playera", de vacaciones, que pretende ser desenfadada, alegre, "dinámica". Pero que, en realidad, no quiere ocultar el trasfondo, oscuro y realista, subyacente.
Una fábula, pues. Pero, como toda buena fábula posmoderna, se trata de una sin moraleja aparente: sólo con preguntas (sin una respuesta clara) y transmitiendo una sensación de inquietud.