Gus Van Sant ha dedicado la parte menos conocida de su obra (y, también, las más heterodoxa, desde un punto de vista formal) a retratar las ansiedades de la adolescencia y de la juventud, las dificultades que existen a esa edad -en muchas personas, al menos- para integrarse en los roles sociales que les están destinados, y a los que con el tiempo, si sobreviven, habrá de ir ahormando su existencia, en mayor o menor grado, de un modo ineludible. En Mala noche, en Gerry, en Elephant, en Last days (pero también, aun cuando resulte menos arriesgada desde el punto de vista formal, en Drugstore cowboy, en My own private Idaho, o en Even cowgirls get the blues) aparecen adolescentes y jóvenes -varones, mayormente- enfrentados a sus miedos, a sus sueños, a sus insatisfacciones.
Y, además, en las cuatro primeras que he citado, como ocurre con Paranoid Park, la puesta en imágenes de la narración pretende, sin duda alguna, representar de otro modo, alternativo, esas historias de personajes ansiosos, asustados y extraviados. La textura "sucia" del grano de la película, las iluminaciones escasas y parduzcas, las rupturas de raccord, la manipulación (cámara lenta, cámara rápida) de las imágenes, los planos cortos, desenfoques, composiciones de planos que rechazan abiertamente los cánones clásicos, montajes abruptos y construcción dramática "desordenada" desde el punto de vista temporal, son los recursos habituales. Hay que pensar, como expresión formal de tanta angustia como se pretende retratar.
En Paranoid Park estas características aparecen en todo su esplendor. El propio Van Sant ha dicho alguna vez que la historia es, en realidad, la de Prestupléniye i nakazániye (Crimen y castigo). Pero, efectivamente, la diferencia viene marcada por el hecho de que el joven -aquí, adolescente- criminal es alguien que, en la narración, es descrito como poseído por una forma completamente diferente de angustia que la atenazaba al protagonista de la novela de Fiodor Dostoievski. Y es que, claro, se trata de la representación (contemporánea) de un adolescente contemporáneo. Y tanto lo uno como lo otro conducen hacia una misma conclusión, a la hora de perfilar dicha representación: hacia la opacidad. Puesto que hoy, abrumadoramente nihilistas (en lo sustancial) y posmodernos (en lo formal) como somos, sin poderlo evitar, renunciamos ab initio (salvo fingimiento doloso, como el que predomina en la literatura y en el cine más comerciales) a cualquier pretensión de elaborar un relato de conocimiento -como el que ensayaba Dostoievski. Conformándonos tan sólo con expresar interrogaciones, inquietudes, fantasmas...
En este sentido, Paranoid Park resulta ejemplar: de un cierto tono del cine (en general, de la narración) contemporáneas. La pregunta, no obstante, que flota en el aire, después de contemplar la película (a mí, al menos, me surgió de forma inopinada) es si en ella la formalización extremada, intencionadamente llamativa, a la que el director somete la narración de esta historia de angustia adolescente era en verdad necesaria. Si aporta algo, en suma, a la narración, cosa harto dudosa. O si, por el contrario, nos hallamos ante un alarde formalista. (Quienes sabemos, además, que poco antes Gus Van Sant había acometido un remake, plano por plano, de Pschycho, el clásico de Alfred Hitchcock, difícilmente podremos liberarnos de tal sospecha.)